Piña se metió o la metieron en política y no podrá seguir
El arte de gobernar
OAXACA, Oax. 21 de diciembre de 2014.- Se dice con justa razón que para gobernar bien se necesita que el gobernante tenga identidad plena con las tres “ces”, es decir, conocimiento, capacidad y carácter, pero también le podríamos agregar la “a” de arte. Tener el arte de gobernar es tener las virtudes necesarias para la buena conducción de un Estado, una Nación o de una República.
Para saber qué hacer en un momento dado en el ejercicio gubernamental, se necesita de la fuerza para vencer todas las barreras que se oponen y de las dificultades que se presentan, la fuerza es una virtud que debe disponer el gobernante, en caso de no tenerla, carece de virtud. Pero además tiene que tener la virtud del acierto, es decir, saber qué es lo mejor qué se puede hacer en cada caso. Fuerza y acierto son los elementos más primarias del arte de gobierno.
Es indudable que la virtud tiene que ver también con la razón, muy contraria a la rutina, a las costumbres, a las imitaciones, a los caprichos del momento, a la ignorancia, e incluso, a la dependencia enfermiza a la ley. Si el gobernante no emplea la razón y por el contrario se supedita a lo expresado, seguramente estará muy lejos del arte de gobierno. Claro está que podrá sujetarse a la costumbre, por ejemplo, pero de manera razonable.
La razón, en los últimos tiempos, está muy lejos de las virtudes de los gobernantes, toman decisiones a sabiendas que están haciendo mal las cosas para los pueblos que gobiernan. Por ejemplo, los gobiernos establecen políticas económicas que son una gran producción de pobres, esto es, a sabiendas que tales políticas producen tal efecto, lo realizan a pesar de todo, esto no concuerda con la razón o con lo razonable.
Si el gobernante no emplea la razón y examina con responsabilidad las políticas y decisiones tomadas, es decir, un autoexamen, no es un virtuoso del gobierno, por el contrario, un gobernante virtuoso es aquél que se pregunta cómo gobernar bien y qué hacer para ello. El cuestionamiento constante es un don del buen gobernante.
Por otro lado, la capacidad de diálogo, del intercambio de ideas, del uso adecuado de la palabra, distingue al gobernante virtuoso. El buen gobernante tiene prohibido emitir opiniones, es decir, creencias más comunes de la gente o conceptos casuales del momento, por el contrario, debe emitir conceptos cercanos a la veracidad científica, que son verdaderos más allá del enredo contradictorio de las opiniones. En el arte de gobierno, las palabras pesan y pesan mucho.
Un elemento más que distingue al gobernante virtuoso, es su capacidad para diferenciar la materia de la forma. La materia de todo gobierno, es sin duda, el bien común, que incluye el bien público, el bien que le corresponde al colectivo, al Estado y a los bienes legítimos de la población. Es el ser del gobierno, es lograr el bien común en condiciones de paz y tranquilidad. La forma es gobernar de la mejor manera mediante un razonamiento adecuado de las cosas de gobierno. Razonar de manera conveniente, tiene que ver con que el gobernante tiene que ser lógico en sus decisiones, no basta que observe lo que le rodea para llegar al conocimiento de las cosas, será necesario que saque conclusiones correctas de los hechos.
Que el gobernante sea lógico en sus decisiones lo alejará de las falacias, es decir, de los silogismos falsos. Además de la utilización de la lógica, el gobernante, tiene que elegir la buena decisión y no solamente a la más lógica. Tendrá que discernir entre lo bueno y lo malo. El gobernante no puede estar programado como los animales, tiene que tener preferencias, en su caso, tendrá que deliberar sobre lo que más convenga a la población dentro de un mar de intereses. Si no puede actuar de acuerdo a la razón, por lo menos debe de actuar como es debido. El viejo Aristóteles recomendaba que toda acción, en este caso la acción gubernamental, deberá de ser prudente, equilibrada, tranquila y evitar los extremos. Este evitar los extremos hace mucha falta en los actuales gobernantes, así, entre la decisión apasionada, llena de compromisos revolucionarios o de la pasividad que no compromete, debe de estar la decisión por lo justo.
Alejarse de los caprichos pasajeros, tal vez muy placenteros, y fundirse en la permanencia de la ley, es una de las mejores virtudes del buen gobernante. Al sostener esto, nos viene a la mente los grandes excesos de los gobernantes en la historia y de los pocos que no se dejaron embriagar por los placeres que otorga el poder. El buen gobierno necesita de la sobriedad y de la austeridad del gobernante. Pero estas virtudes las puede otorgar la ley, aunque a veces injustas o se aplican equivocadamente, o como bien afirma Savater: “La ley puede equivocarse a veces, pero quien no la cumple se equivoca siempre.”(Savater, Fernando. Historia de la filosofía sin temor ni temblor. Edit, Espasa. España. 2012, p, 66).
Lo que, a mi parecer, nunca debe de perder cualquier gobernante es su capacidad de decidir por sí mismo, sea para bien o para mal; un gobernante encadenado por otro u otros, siempre actuará mal, es decir, contrario al interés común. El gobernante no puede ser esclavo de los intereses privados o de las fuerzas extraestatales, su único interés deben ser de la República. Su libertad de decisión es fuente creadora de capacidad y de inventarse de acuerdo a las circunstancias.
Por otro lado, el arte de gobierno implica también alejarse de las obsesiones, que en política deben ser ajenas, y también de las ilusiones fantásticas de glorias de gobierno que oscurecen el pensamiento y conducen a los fracasos gubernamentales. No debe alimentarse de mentiras e imposturas, sobre todo de las religiosas, que pueden ser alimento para las personas pero no para gobernantes. No puede tomar en serio tampoco sus fantasías o exageraciones de las glorias que trae el poder. El gobernante jamás debe olvidar que gobierna a seres humanos y no a reses que puede llevar al matadero si quiere. El desprecio hacia el ciudadano por parte de los gobernantes, parece ser un signo de nuestros tiempos.
Una recomendación que casi siempre olvidan los gobernantes por parte de Maquiavelo, es un buen conocimiento de la historia del pueblo que gobiernan, conocimiento de la naturaleza humana y ser capaces de asegurar las libertades del pueblo. Además de ser un buen político, es decir, ser capaz de conservar y engrandecer su Estado, olvidarse de ser un buen hombre y si ser un buen gobernante. La eficacia es virtud necesaria de los gobernantes, sin esperar que por ello sea amado.
La claridad y la lucidez de la visión deben ocupar la vida del gobernante, desde luego, separarse de la ambición, del odio y de los temores. El gobernante debe tener sustancia de gobierno, es decir, capacidad natural, visión de Estado, eficacia de ejecución y carácter para enfrentar nuevos retos. Tener idea de gobierno es comprender las ideas verdaderas y certeras, entender sus necesidades, tener idea del tiempo, olvidarse siempre de los términos absolutos, en política, todo es relativo.