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Xochitlalyocan, jardín que resguarda la memoria verde de México
Oaxaca, Oax., 19 de diciembre de 2011 (Quadratín).- El músico callejero, piel morena, bajo de estatura, cabello trenzado a la manera de los rastafaris, planta los talones de sus pies en el adoquinado del zócalo de la ciudad y arranca las notas a ritmo de jazz del sax tenor, frente a uno de los restaurantes.
Este músico callejero tienen nombre: Max Reyes, originario de Coatzacoalcos, Veracruz. Su prodigiosa memoria musical lo lleva a interpretar de manera fantástica música de Charlie Parker, Stan Getz, Lenin Piket, Power of Tower, Sonny Rollings, John Coltrane, Dizzy Guillespie, entre muchos otros autores y ejecutantes del jazz. Y Paquito de Rivera, desde luego.
¿Qué satisfacción encuentras en ser músico callejero?
Encontrarme ante el reto de agradar a un público que en principio no espera ni viene preparado a escuchar música, mucho menos la que yo interpreto. Ese es el reto: convencer con mi ejecución al sax. Lo de las monedas
eso es otra cosa. Eso sería sobrevivencia, algo alejado de la música.
¿Te resulta sencillo pararte frente a desconocidos y ejecutar tu arte?
Hay gente que es muy difícil de conquistar, te lo puedo asegurar porque he recorrido casi todas las plazas públicas de nuestro país. Lo que es más: no te atreves a pedir la cooperación si no conquistas corazones, eso lo tengo por regla en mi vida diaria.
¿Y la fama y la gloria de tu nombre, dónde lo dejas?
Lo importante es hacer música sin buscar fama ni gloria, sólo hacer música como los grandes.
Interrumpe la conversación, bebe un sorbo de café y sale al adoquín a interpretar el tema de la Pantera Rosa: los sonidos del sax tenor llenan el espacio: suben a la copa del viejo laurel, alimentan a las palomas y hacen más llevadera la mañana en el frío de diciembre.
El zócalo de la ciudad reverdece, como la cantera con la que se construyeron sus edificios, al sonido de la música que interpreta Max Reyes.
Algunos despistados se detienen a escuchar la interpretación. Unos bongoceros se juntan a Max y lo acompañan en la interpretación de algunos títulos aparecidos en el álbum de Guillespie en Agro Cuban Jazz Moods, grabación de 1975.
Los turistas acuden en compañía de su familia a cumplir puntuales con las vacaciones de diciembre. En una mesa del restaurante una adolescente flirtea con un galán de mesa vecina. La madre aplaude al músico callejero y hace gracias frente al rostro de un recién nacido, mientras el padre cabecea el desvelo y sopea el pan en su chocolate con leche.
Regresa Max sudoroso a la mesa del café:
¿Qué contacto tienes con Oaxaca?
Viví aquí durante cuatro años, luego me llamó la carretera, el camino, la distancia.
¿Y de tu lugar de origen, qué nos puedes decir?
Sólo que soy hijo de músico, llevo la música en la sangre. Mi padre me enseñó a leer las notas del cuaderno pautado, el solfeo. La gente veracruzana es muy alegre, fiestera, jarocha.
De ahí me fui muy joven a la ciudad de México, donde ingresé a la escuela de música del Sindicato de Músicos. De ahí salí a la calle, a estar en contacto con la gente y a entregarle mi música.
¿Qué planes tienes para el año que viene?
Tengo un grupo que se llama La Octava maravilla, está compuesto por trombón, longas, dirbuka, guitarra eléctrica y sax tenor. Con ellos nos vamos a ir a París, a probar suerte como músicos callejeros. A ver qué tal nos va.
¿Hasta dónde piensas llegar con tu música?
Hasta donde se acaben las fuerzas para vivir.