Día 22. Palacio perdió dominio de la agenda de la crisis
Análisis a Fondo
OAXACA, Oax. 24 de agosto de 2015.- Qué cosas están diciendo don Agustín y don Luis. Primero, el del Banco de México. Que se evitará que los precios suban impulsados por la devaluación del peso. Y Videgaray lo acaba de confirmar: el reto está en asegurar que la caída de la moneda nacional no afecte el bolsillo de la gente.
No sé si sea ingenuidad o mala fe, o perversidad, o don Agustín y don Luis estén convencidos de que los mexicanos somos unos ilusos melilotos –pentontos, pues, como decía mi querido e inolvidado Raúl Prieto, Nikito Nipongo– que nos atoran la mentira envuelta de lenguaje economicista.
Cómo se ve que ni don Agustín ni don Luis son señoras de la casa. Nunca van al súper, mucho menos al mercado público, y mucho menos al tianguis de la cuadra. Los precios de los productos básicos, óiganlo bien, hablo claro, ambos dos barones del dinero, ya rebasaron toda expectativa. Y para usar un lugar común, están por las nubes.
Los comerciantes no esperaron el impacto de la devaluación y se adelantaron a re etiquetar todos los precios, y para taparle el ojo al macho por ejemplo, en Chedraui están dando ofertas en productos superfluos hasta del 50 por ciento, cincuenta por ciento que ya le atoraron a los alimentos básicos, sobre todo a las verduras y a los cárnicos.
Y no hay necesidad de dar cifras ni porcentajes. Simplemente, amigo lector, amiga lectura (tengo que hacer la diferencia de sexo porque si no lo hago me mata doña Sara), si ya fue al mandado de la semana, este sábado o este domingo, pudo darse cuenta de mis dichos. Yo fui el sábado por la tarde y salí echando chispas, perdón la palabra, muy encabronado con el señor Chedraui porque está robando en poblado.
Y falta todavía el ajuste por la devaluación de alrededor de un 30 por ciento anualizado. Así que en los próximos días y semanas no habrá dinero que alcance. Y estoy hablando de los trabajadores de la clase media. No de los millones de jodidos muertos de hambre que pueblan esta nación fallida, gobernada por negociantes impúdicos, ignorantes, pero gandallas, que se refocilan con lo que le toca a los pobres.
Lenguaje bonito el de Videgaray. Ni él se entiende. Y a la gente qué le importa eso de régimen flexible, tipo de cambio libre, eventos financieros internacionales, competitividad, o las mentiras de que el desempleo va a la baja porque se inscriben más derechohabientes mal pagados en el IMSS.
Pamplinas. Lo que a la gente le importa es que el poco dinero que gana no le alcanza para lo indispensable para alimentarse y más para alimentar a los niños y a los ancianos, o para comprar los medicamentos que ya no da el Seguro porque ya no tiene presupuesto para adquirirlas.
Y ni el señor Videgaray ni el señor Carstens, y menos el señor Enrique, saben de estas pobrezas. Ellos no han pasado hambres, ni se les ha muerto nadie porque no pudieron comprar la medicina. Ellos viven en un mundo feliz, en casas de ensueño, como la de Las Lomas o la de Malinalco. Y se transportan en helicóptero de la oficina a la casa, cuando una enfermera cuidadora tiene que caminar dos o tres horas para llegar a su trabajo y otras tantas, ya de noche, para retornar a la covacha donde duerme en el estado de México, la tierra de los más habilidosos negociantes de la política.
La ciencia económica no funciona en tierra de indios, de prietos, muertos de hambre. Sólo les sirve a los políticos multimillonarios para medir el incremento de sus caudales, y el impacto sobre estos de los movimientos financieros, monetarios, cambiarios y bursátiles del mundo de la fantasía de Wall Street.
Qué ilusión: “el reto es asegurarnos que estas condiciones no se trasladen a las variables que realmente afectan el bolsillo de los mexicanos”: Videgaray dixit. ¿Le entendió usted? Ni falta que hace. La realidad es que la carestía impulsada no por la devaluación del peso, sino por la avaricia impune de muchos comerciantes, ya nos alcanzó. Y nos rebasó.
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