Día 22. Palacio perdió dominio de la agenda de la crisis
En las últimas semanas han saltado al espacio mediático en México voces y movimientos politizados que afirman promover un espectro ideológico que definen como ‘conservador’ o ‘de derecha’. El fenómeno sin duda requiere de un profundo diálogo y un análisis sobre las razones que han detonado estas nuevas franjas ideológicas y que con frecuencia son difíciles de definir y categorizar con seriedad.
El presidente López Obrador literalmente inició su mandato con una singular definición sobre quiénes son los ‘conservadores’ en México: “Haré cuanto pueda para obstaculizar las regresiones en las que conservadores y corruptos estarán empeñados”, dijo en su discurso de toma de posesión el 1 de diciembre del 2018; y, desde entonces, mediante la intensísima comunicación presidencial, los ‘conservadores’ y ‘corruptos’ han sido definidos como los dos lados de una misma moneda, dos cualidades inseparables. Así, si se es conservador se es corrupto y viceversa.
Evidentemente hay una falacia primordial en aquello, pero no podemos echarle la culpa a la política que suele estar construida de retórica. El problema derivado de aquella afirmación ha sido cómo se ha asimilado por parte de ciertos grupos políticos. Especialmente por dos extremos que, en el fondo, movidos sólo por el oportunismo no han querido sino aprovechar la mercadotecnia que el eslogan presidencial sugiere:
Los primeros son un grupo de personajes arribistas que afirman ser ‘de izquierda’ o ‘progresistas’ pero no son sino ventajistas del silogismo presidencial. Es decir que -y siguiendo la afirmación del presidente sólo para fines didácticos-: Si los conservadores son invariablemente corruptos y la esencia de la corrupción es exclusivamente conservadora; por lo tanto, sólo basta autonombrarse ‘progresista’ para vacunarse de corrupción.
Esta gente -ya lo ha demostrado- es capaz de violar leyes, vivir del cohecho o el soborno y actuar con cinismo pragmático aduciendo que, sólo por ‘ser de izquierda’ o ‘progresista’ los actos de corrupción en los que participan son distintos, son ‘diferentes’. Se trata de personajes que hoy están tan protegidos de privilegios y fueros que sin rubor aceptan realizar actos ilícitos o inmorales porque gozan de la clásica impunidad que otorga el poder.
Los segundos son otros personajes idénticamente oportunistas que, para evitar el siempre complejo panorama económico, social y político, se aferran al silogismo presidencial para usufructuar el simplismo: “Si el presidente dice que sus opositores son conservadores, entonces lo soy”. Esta gente vive agradecida con López Obrador por definirles un espacio en el espectro político; en realidad, por crearlos. Porque sin el discurso presidencial en realidad no existirían; estos nuevos grupos políticos sólo pueden ser, en función de lo que alguien más es o dice ser. Se trata de grupos y personajes sin propuestas ni definiciones ideológicas claras, tan confundidos y tan afectos a la polarización discursiva como el propio mandatario.
Este es el verdadero éxito de López Obrador, no sólo ha logrado definir a ‘los suyos’ sino a ‘sus contrarios’; ha categorizado los valores de los propios tanto como de los otros. Y esto, aunque políticamente recompensa, también supone un riesgo que no se había presentado en México hace muchos años: la importación ideológica.
Es verdaderamente riesgoso que la esencia de un movimiento opositor se construya de los residuos retóricos del presidente porque tarde o temprano buscará los cimientos que le den identidad más allá de ‘ser los otros’. Idealmente, la oposición debería voltear al pueblo, a sus reales dinámicas sociales, entender y visibilizar sus clamores; al final, sería al pueblo al que le solicitarían su confianza para aspirar por poder o representación.
Y, sin embargo, grandes sectores de la oposición voltean al extranjero para crear y entender su propia ideología. Miran en el populismo post-republicano de Trump, en el ultra-nacionalismo liberal de Abascal o el anti-colectivismo meritocrático de Bolsonaro las respuestas que no encuentran en México. Y no las encuentran, sencillamente porque no las buscan.
Los grupos políticos emergentes en México que se autodefinen hoy como conservadores o de derecha suelen padecer una confusión teórico-ideológica abismal. Optan por un conservadurismo político pero promueven el extremo del neoliberalismo económico; hablan de apertura globalista pero sostienen actitudes anti inmigrantes; defienden instituciones centralistas pero apelan por regionalismos diferidos; buscan mayor dureza de un ‘Estado de derecho’ pero recurren al garantismo cuando se trata de sus derechos fundamentales; critican al corporativismo haciendo uso de figuras históricas del sindicalismo; reclaman libertad religiosa pero -desde cierto pseudo-cristianismo estructuralista- regatean valor a otras expresiones religiosas (algo en lo que por cierto, los católicos y el papa Francisco están en desacuerdo).
Ojalá estos grupos emergentes se den la tarea de voltear realmente al pueblo mexicano, a caminar y a luchar por sus reales necesidades, porque allí están los valores que verdaderamente les darán carta de ciudadanía. Y porque, efectivamente, el pueblo los necesitará cuando se harten de las huestes que gozan hoy de los privilegios y la impunidad del poder.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe