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México y la semana aquimichú
+ Crisis existencial de la izquierda
+ Crece la violencia magisterial
México, DF. 2 de junio de 2013 (Quadratín).- Como si hiciera falta, la muerte de Arnoldo Martínez Verdugo, el dirigente histórico de la izquierda comunista-socialista, fue un espacio necesario para reabrir el debate sobre el pasado, presente y futuro de la izquierda en México. Sin embargo, fue una expectativa incumplida, como si la propia izquierda rehuyera a hablar de su propio perfil político.
Hoy en día cualquiera se dice de izquierda. Y puede tener razón porque se carece de una identidad: lo mismo son los comunistas ortodoxos, que los neopopulistas pragmáticos y que los expriístas que encontraron en el PRD sólo el espacio de candidaturas victoriosas. Sólo basta que alguien cree un membrete o se afirme como de izquierda.
A pesar de que en 1962 el entonces priísta Enrique González Pedrero afirmó que la izquierda nació con la Revolución Mexicana, en realidad la izquierda había nacido desde comienzos de la segunda mitad del siglo XIX a partir de las lecturas de El manifiesto comunista de Marx y Engels. La Revolución Mexicana fue un régimen autoritario, sin ideología, definido por un programa radical-populista-conservador.
De hecho, fue Martínez Verdugo quien logró la victoria conceptual de romper con la ideología de la Revolución Mexicana en los sesenta, cuando se hizo de la dirección política del Partido Comunista Mexicano. Y lo paradójico que el largo viaje de la izquierda en la legalización comenzó con la definición comunista y luego pasó a la socialista, para terminar entregándole el partido a los expriístas neocardenistas para fundar, con el registro del PCM-PSUM-PMS, el PRD al mando de los jefes de la Corriente Democrática del PRI.
Ahí fue donde la izquierda perdió su ideología y se estancó en el neopopulismo asistencialista. El desprestigio socialista que dejó la Unión Soviética y que se ha encargado de mantener Corea del Norte, China y Cuba en realidad marcó el fin histórico de la izquierda conocida, aunque dejó abierta la necesidad de construir una nueva ideología de izquierda porque al final de cuentas el modelo teórico de Marx sigue siendo válido para interpretar la realidad.
El PRD carece de un perfil ideológico, se ha convertido en la franquicia electoral de expriístas y expanistas para ganar elecciones pero no para construir una nueva ética política del poder; ahí están los casos del DF, Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Puebla, donde los gobiernos estatales perredistas llevan la marca del PRI. En el fondo, la lucha por el poder que lleva implícito el registro electoral legal se ha convertido en el peor lastre de la izquierda. Lo grave es que no exista dentro del PRD alguna agrupación preocupada por la ideología histórica o por analizar la crisis de las ideologías.
La crisis es internacional: la izquierda en España y Francia se desdibujó en el poder y se colapsó con la totalidad del régimen en Italia. Cuba desprestigió el marxismo en América Latina al subordinarlo al leninismo autoritario y Hugo Chávez en Venezuela chabacaneó el concepto de socialismo con una política asistencialista que no modificó la estructura de las clases sociales.
Por estas razones la muerte de Martínez Verdugo no pasó de ser una referencia anecdótica para la reflexión sobre la izquierda, sobre todo porque el PRD como ex PCM es un partido neopopulista de expriístas, muchos de ellos, paradójicamente, que trabajaron para el priismo autoritario de Díaz Ordaz y Echeverría y que hoy no balizan en autocalificarse de izquierda.
En todo caso, con la muerte de Martínez Verdugo se fue a la tumba la última referencia a la izquierda socialista.
VIOLENCIA MAGISTERIAL
Si la educación es la exaltación del pensamiento a niveles máximos, la violencia radical de los profesores que protestan contra la reforma educativa debe verse como un absurdo. Los que deben ser un ejemplo de comportamiento aparecen como verdaderos trogloditas que no respetan las reglas del juego democrático.
El tema magisterial será el verdadero catalizador de la transición mexicana. El SNTE se convirtió en un instrumento de poder de la lideresa Elba Esther Gordillo y la disidencia construyó su propio poder en secciones sindicales de cuando menos cinco estados de la república. Lo malo es que formaron poderes que se colocaron por encima de los intereses sociales del Estado y con condiciones que rompen la unidad política de la república.
Pero debajo de la lucha contra la reforma constitucional para imponer la evaluación de la calidad de los profesores, la verdadera cuestión se localiza en la propuesta de fondo de la disidencia magisterial –comandada por la Sección XXII y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la disidencia del SNTE–: utilizar al magisterio como el eje de una nueva hegemonía popular que se convierta en gobierno.
Si el Estado mexicano no puede ejercer el poder que se deriva de la titularidad de la relación obrero-patronal, entonces se habrá perdido el papel dominante del Estado. Hasta ahora la reacción estatal ha sido de cuidado porque la violencia magisterial está provocando la violencia institucional y la represión para erigir nuevas banderas de lucha. Al final de cuentas, el espacio de ejercicio de la autoridad del Estado está en la aplicación de la ley, no en la represión en las calles.
La crisis magisterial está convocando a la definición de un nuevo proyecto nacional, con formas diferentes de ejercicio de la autoridad y con mejores espacios democratizadores. Pero los maestros no quieren entender razones sino que quieren imponer sus condiciones; por eso cierran carreteras y rompen vallas de contención en oficinas públicas o arbitrariamente impiden el funcionamiento de empresas privadas.
Los maestros carecen de razones y buscan el uso de la fuerza; el Estado tiene la razón y la fuerza. Y la sociedad mexicana quiere un modelo de convivencia social donde las reglas se respeten.
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