
¿Lealtad a quién?
Oaxaca, Oax. 2 de junio de 2013 (Quadratín).- Sin el Estado, la existencia es incierta y precaria; la independencia natural se convierte en libertad; se evita el hacer el mal a sus semejantes por el de la propia seguridad; la unión social hace invencible al hombre; la vida misma se protege.
Es tan importante el Estado, que la vida, además de ser un beneficio de la naturaleza, es un don condicional del Estado. El Estado no tiene por fin de disponer de la vida de los ciudadanos, pues esa no es su naturaleza, su naturaleza del Estado es conservarla. Cuando el Estado ejerce la violencia y llega al exterminio de algunos ciudadanos será sólo en defensa del Estado y no defensa de algunos particulares o de algún sector.
Si bien el Estado tiene el poder para suprimir a su enemigo, poder como facultad, sin embargo, demasiados actos de esta naturaleza implica debilidad del propio Estado. Por eso, la afirmación contundente de Rousseau; En un Estado bien gobernado, hay pocos castigos, no porque se concedan muchas gracias, sino porque hay pocos criminales (Rousseau, Juan Jacobo. El contrato Social. Editorial. Porrúa. México. 1979. p. 19).
La ley le da movimiento y voluntad al Estado o al cuerpo político, porque si bien el contrato social le da existencia y vida al cuerpo político, no le da movimiento y voluntad, de aquí la importancia de la ley.
Si concebimos a la ley como general, universal y pública y no puede tener por objeto un asunto particular, si se tuviera sería un acto de magistratura más que de soberanía, Rousseau llega al concepto de República del cual dice República es todo Estado regido por leyes, bajo cualquiera que sea la forma de administración, porque sólo así el interés público gobierna y la cosa pública tiene alguna significación. Todo gobierno legitimo es republicano (Rousseau, Juan Jacobo. Ob. Cit. p. 21).
Debe quedar claro que la República no es una forma particular de gobierno, sino todo Estado que se rige por las leyes. Un Estado que no se rige por las leyes es despótico y arbitrario. Una República, si se rige por leyes, puede ser absoluta. Todo gobierno, bajo una República, siempre será ministro de la República. El republicanismo, será entonces, la forma de asociación política que por voluntad de los ciudadanos se forma quien recibe de las leyes su impulso y acción.
El pueblo, como asociación de ciudadanos que integran la voluntad general tiene el poder, la potencia para estatuirse a sí mismo. Así, la materia y la voluntad para estatuirse, Rousseau le llama ley.La ley, es materia y voluntad de la asociación y no otra cosa. La ley expresa el alcance y sentido de la asociación.
De la materia y de la voluntad para estatuirse se forma la República, luego entonces, ésta será siempre un Estado regido por leyes, por ende, no es una forma de gobierno. El momento histórico del estatuto del pueblo, como materia y voluntad, se le dominan leyes. Si es su producto y voluntad, no se puede esperar más que el pueblo sea sumiso a las leyes.
Las condiciones de la sociedad, que son las leyes, sólo les corresponde a los asociados, en este sentido, la ley es un acto colectivo, de ninguna manera, es un acto individual. La creación de un sistema de legislación para estatuir al pueblo es una gran empresa política. Porque el pueblo quiere siempre el bien, pero no siempre lo ve, por eso requiere de la inteligencia del legislador. Se puede determinar como principio que: la voluntad general es siempre recta, pero el juicio que la dirige no es siempre esclarecido, nos dice Rousseau.
La sapiencia del legislador es hacer ver al pueblo los sujetos tal como son, a veces tales cuales deben parecerle, mostrarle el buen camino que busca garantizarla contra las seducciones de voluntades particulares; acercarle a sus ojos los lugares y tiempos; compararle el atractivo de los beneficios presentes y sensibles con el peligro de los males lejanos y ocultos (Rousseau, Juan Jacobo. Ob. Cit. p. 21).
Es necesario enseñar al pueblo a conocer lo que desea, es la gran tarea del legislador. Luego entonces, la función principal del legislador es hacer posible la unión del entendimiento y de la voluntad en el cuerpo social, sólo así se logra el exacto consenso de las partes y la mayor fuerza de todo. Vincular el entendimiento y la voluntad general es la labor de un buen legislador.
Si la voluntad general quiere siempre el bien, pero no siempre lo ve, la voluntad general será siempre recta, pero el juicio que la dirige no es siempre esclarecido, desde esta perspectiva, la asociación requiere de buenos gobernantes, además de inteligentes, que sean capaces de hacer ver al pueblo su mejor interés y de hacerlo actuar con mejor juicio.
El buen legislador es aquel que se puede mantener por encima de las clases, grupos y particularidades, sólo así podrá ser capaz de descubrir las mejores reglas sociales que convienen a los pueblos y naciones. El legislador deberá tener una inteligencia muy superior para: conocer las pasiones humanas, sin dejarse llevar por ninguna; ser conocedor de la naturaleza humana pero situarse por encima de la misma; se ocupe de la felicidad del pueblo con independencia de la suya; que en fin, se aleje de las glorias del momento para alcanzarla en un futuro lejano. Todas estas condiciones, de por si difíciles de cumplir, hace decir a Rousseau que sería menester de dioses para dar leyes a los hombres. Pero qué hacer si la gran mayoría de nuestros gobernantes y legisladores reflejan en sus actuaciones una gran ignorancia y falta de integridad moral. El ejemplo es Licurgo que según Rousseau y Maquiavelo, fue capaz de ofrecer a Esparta leyes que le dieron paz y prosperidad por más de 700 años.
La gran tarea del legislador consiste en la creación de las instituciones en que el pueblo a de convivir y realizar sus aspiraciones legitimas; el Ejecutivo tendrá la responsabilidad de accionarlas, operarlas, por decirlo de alguna manera. La vida social se constituye de hábitos que hacen posible su reproducción. La invención de instituciones hace del legislador el mecánico que inventa la máquina, el príncipe, el obrero que la monta y la pone en movimiento nos dice Rousseau. El primero piensa, el segundo ejecuta, esa es la ley de las instituciones democráticas. Sin olvidar que el Judicial juzga. Formación de instituciones es la garantía de la existencia de una buena vida política.