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Oaxaca, Oax. 25 de marzo de 2013 (Quadratín).- Estamos retrocediendo y parece que nos estamos acostumbramos a ello. En nuestro sistema político se ejerce una sutil forma de censura que se distingue de la tradicional represión de las voces inconformes o noticias molestas al régimen en turno, se trata de una censura que descontrola, desinforma y pretende que nos familiaricemos con el envilecimiento de la actividad política. En este momento es muy notorio este fenómeno, basta analizar lo que está detrás de las designaciones de los candidatos que buscan participar en el proceso electoral entrante. Lo anormal lo quieren vestir de legítimo, lo arbitrario de probidad y los arrebatos caprichosos de estrategia. La maniobra es no reconocer que la cuna hoy pesa más que la trayectoria, que el amiguismo es más importante que las capacidades y que la improvisación desplaza a la experiencia.
En Oaxaca padecemos una de las peores crisis de clase política de los últimos años, crisis que no permite hacer frente a los desafíos de la entidad. Desde hace algunos años podemos identificar el deterioro de la actividad política a partir de la pérdida de valores y el compromiso por la lucha social. El oportunismo, el amiguismo, la improvisación y el nepotismo borró el único atributo que poseía nuestro sistema político: la meritocracia. Si bien, un rasgo permanente de la política en nuestro país a lo largo de los años han sido que la corrupción y el autoritarismo sean fomentados y tolerados desde la jerarquía política, pero aun en esa perversión, existían limites en el comportamiento de los políticos. Ascender en política representaba hacer bien las cosas, todo acto valioso tenía un premio, esa fue una convicción de todos los que participaban en política en aquellos años. Sin embrago, nada de eso queda, lo mismo priistas que los partidos del supuesto cambio pretenden instalar a sus familiares, amigos e incondicionales en el Congreso del Estado y en las posiciones municipales sin mérito alguno. Para ellos es muy sencillo decir: así es la política y fomentan la resignación que no hay más que ellos para ocupar esos cargos.
EL ANTES Y EL DESPUÉS. La generación de políticos que nos antecedió proviene de la familia tradicional mexicana, educados desde una infancia nacionalista y perfeccionista en la que se inculcaba el poder liberador de la cultura y la capacidad de progreso a través de la propia educación, crianza que contextualizaba el pensamiento universitario marcado por un acendrado nacionalismo. El común denominador era ser contestatario, comprometido con el entorno e izquierdista por definición. Cabe matizar que, poco a poco la dinámica de la política iba difuminando esos ideales hasta convertirlos en anécdotas referenciales, pero el modelo se sostuvo durante años percibiendo a la juventud como un valuarte condicionante de conducta y responsabilidad que debía hacer los méritos suficientes antes de arribar a las responsabilidades públicas bajo la impronta del célebre político de las tres P: paciencia, prudencia y presencia. La inexperiencia era el principal factor a erradicar en el joven político. Salvo contadas excepciones, los cargos más importantes recayeron en manos de los políticos experimentados, no hubo muchos gobernadores jóvenes como ahora ni se llegaba a los cargos de elección popular con tan poco merecimiento y de manera express como actualmente sucede; en suma, había mucho menos tolerancia a la improvisación. Lo anterior puede explicar el origen de los vicios de comportamiento de nuestra clase política y los altos niveles de corrupción que hoy son la regla general. Lo paradójico es que un buen número de nuestros políticos en activo emanan de esa generación. Entonces, ¿qué fue lo que pasó?, ¿dónde se distorsionó el modelo? Desde mi punto de vista en la perversión del modelo de iniciación a la política.
PERVERSIÓN. Si bien es cierto que en aquella época el poder se ejercía con marcado verticalismo, también es preciso reconocer que se presentaba un proceso de incorporación al ejercicio político a través de dos mecanismos: el reclutamiento y el mentor político.
Uno de los grandes aciertos de los gobiernos priistas de entonces, fue que el proceso de reclutamiento estaba orientado a reconocer la capacidad académica y el liderazgo de los jóvenes que mostraban interés por la cosa pública. Se introducía en tareas primarias, se premiaba la trayectoria y la madurez del actor político valorando la especialización en los asuntos públicos. Atributos que hoy son estigmatizados de anticuados, rancios y anacrónicos.
Este proceso se combinaba con la figura del mentor político, el cual fue una especie de maestro, orientador e impulsor que generalmente era unos años mayor que el discípulo y que guiaba sus primeras acciones motivando disciplina, lealtad y eficiencia. Hoy en día no subsiste ninguna de las dos figuras, el reclutamiento se hace en función de aceptar las condiciones malogradas del modelo económico-político y la figura de ese gran mentor se empequeñeció transformándose de promotor de valores, a un amigo de aventuras; de guía que avivaba habilidades, a un vulgar jefe que ve en el colaborador al cómplice que cuide las espaldas; y de figura de autoridad, a prototipo de canalla. De ahí que parezca normal que nos pretendan vender a los hijos de políticos -sin méritos propios ni roce social-, a los amigos e incondicionales como merecedores de llegar por la vía corta al poder político. Lo que parecen no asimilar los grandes decisores políticos es que los ciudadanos si distinguimos que la estirpe y el compadrazgo no son razones de peso para representar a Oaxaca.
Lo anterior nos lleva a 3 rápidas conclusiones: 1) los partidos políticos son congéneres, el PRI no entiende porque nomás no se reconcilia con la sociedad oaxaqueña y los otros partidos practican las mismas jugarretas que al PRI que fue desplazado hace dos años; 2) situados en la indolencia los ciudadanos podemos fomentar este mezquino circuito, pero también podemos enviar una gran mensaje a esta clase política eliminando el oportunismo; y 3) es oportuno demostrarles que no hay cabida para el ofensivo pragmatismo que permite a los políticos ahorrarse el camino de entendimiento con la ciudadanía.
Necesitamos como sociedad un nuevo proyecto en el que nos podamos unir, más allá de actores políticos y elecciones, unirnos los ciudadanos sin reservas bajo la premisa de no acostumbrarnos a caminar hacia atrás.
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Abogado, economista y periodista.
Quadratín tiene autorización para la difusión de esta columna por parte del autor.
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