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¿Lealtad a quién?
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Oaxaca, Oax. 3 de diciembre de 2012 (Quadratín).-El regreso del PRI a la presidencia de la república luego de doce años en la oposición debería leerse en tres tiempos políticos:
1.- Bienvenida a Mancera. Aunque tuvo el objetivo de encarrilar a la oposición anti Peña Nieto nacida desde el movimiento YoSoy132, la barbarie de violencia que azotó en centro político de la ciudad de México se convirtió en un problema para la coalición neopopulista porque reflejó la profundidad de la guerra de posiciones que viene entre los bandos de Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, los dos enfilados hacia la candidatura presidencial del 2018.
De hecho, el vandalismo juvenil fue una extensión política y social del diferendo no resuelto en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México entre las huestes de López Obrador y Ebrard. Por si fuera poco, se consolidó el hecho de que el YoSoy132 abandonó los espacios universitarios y fue copado por los seguidores de López Obrador y el Morena. Y de paso, dejó ver cómo serán las protestas lopezobradoristas contra algunas reformas estructurales pactadas entre el PRI con el PAN y algunos grupos centristas del PRD.
En el fondo, la descomposición política y social del DF será, por encima de las obras de relumbrón que distorsionaron el concepto de ciudad, la verdadera herencia de Ebrard a su sucesor Miguel Angel Mancera. La ciudad de México está atravesada por los intereses violentos de los jóvenes lopezobradoristas, el lumpen social que estalla la barbarie y el control de masas dependientes de programas sociales por parte de René Bejarano. La crisis violenta del sábado posicionó a Ebrard como el verdadero poder en el DF que querrá imponérsele a Mancera. Ebrard dejará el DF bastante caliente y violento por la represión y las consignaciones.
De ahí que el más afectado con la anarquía en el DF –que estalla por razones de lucha por el poder– será Mancera.
2.- Gobernar. La toma de posesión de Peña Nieto demostró que el PRI no ha perdido capacidad de gestión política y maneja con habilidad la clave en el ejercicio del poder: la mezcla entre la acción política y la comunicación política. El nuevo presidente de la república necesitaba dar la imagen de decisión, mano firme y sobre todo autonomía relativa de los poderes fácticos –las televisoras, el SNTE y los gobernadores– pero en base a programas que reactivaron el funcionamiento del gobierno como un espacio integral. Felipe Calderón careció de una estrategia de comunicación política y permitió centrar su gobierno solamente en el tema de la lucha contra los cárteles del crimen organizado.
Las trece líneas de acción inmediata y los cinco ejes rectores dibujaron la recuperación de la actividad pública del gobierno, la refuncionalización del Estado y el establecimiento de metas integrales, algo que el PAN en los dos sexenios en el poder nunca pudo articular. El diseño del discurso político recordó el estilo de Carlos Salinas de Gortari de fijar un esquema casi geométrico de funcionamiento, más allá del desorden mental de Vicente Fox y de la ausencia programática de Felipe Calderón.
La estructura política del gobierno de Peña será de funcionalidad, fácilmente rastreable por la estructura de compromisos firmados con grupos sociales que le permitirán una consolidación de resultados. En el discurso de inauguración de su sexenio Peña Nieto logró exhibir la reactivación del funcionamiento del gobierno. Si se revisa a fondo el discurso, nada hay ahí de incumplible y mucho de capacidad de ejercicio del gobierno.
El diseño del gabinete se hizo también en la búsqueda del objetivo funcionalidad-resultados. Las piezas claves serán Gobernación, Relaciones Exteriores, Hacienda, Desarrollo Social y Defensa Nacional. Inclusive, con mayor certeza, habría una especie de tres vicepresidencias: política (Miguel Osorio Chong), económica (Luis Videgaray), social (Rosario Robles) y de seguridad (general Salvador Cienfuegos).
3.- Presidencia democrática. Al discurso de Peña Nieto le faltó rescatar y posicionar uno de sus textos que debiera ser toral en su gobierno: el de la presidencia democrática, emitido en mayo después de los incidentes fabricados en la Universidad Iberoamericana. El enfoque de ese discurso fue el cruce del reconocimiento al nuevo escenario político y social del país y la función administradora del conflicto político del gobierno. Ese discurso fue lo más cercano a una definición de la filosofía política de Peña Nieto.
La importancia de ese texto radica en la posibilidad de usarse como el paso audaz que puede dar el PRI –las transiciones las hacen los dinosaurios, dijo alguna Vez José Francisco Ruiz Massieu– para dar el salto cualitativo a la democratización y sacar al país del bache político en que lo dejó el abandono panista del cambio político en el 2000. El problema será de gobernabilidad para Peña: la imposibilidad de regresar al sistema político del viejo PRI pero los riesgos de apelar sólo a la gobernabilidad de decisiones de coyuntura.
La violencia irracional del sábado en el territorio político del PRD fue un aviso de los escenarios previsibles para el mediano plazo –un sexenio– si el PRI y Peña Nieto se confían en que sólo con medidas de funcionalidad del gobierno y cifras tangibles de corto plazo podrán crear una gobernabilidad en la ruptura de consensos, acuerdos y entendimientos. Y si se agregan las dificultades operativas para la firma del Pacto por México ante agendas innegociables, entonces los riesgos de la violencia política –diría Samuel Huntington– serán una expresión de las demandas radicales de los grupos sociales frente a la lentitud en las reformas de las instituciones nacionales.
Con su discurso, su gabinete y la violencia perredista-morenista en el DF, Peña Nieto ganó cuando menos un semestre de margen de maniobra. Pero al final de cuentas, la falta de reformas institucionales –más completas que las estructurales– lo podrían alcanzar y generarle problemas de gobernabilidad.
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