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México, DF. 2 de diciembre de 2012 (Quadratín).- Cuando Vicente Fox y el PAN ganaron las elecciones del 2000, el bono democrático tenía el signo de la democracia: la transición electoral que desplazó al PRI de la presidencia por la vía pacífica. Sin embargo, el panismo perdió el foco de las prioridades y dedicó dos sexenios sólo a mantener el poder.
Lo impensable se volvió realidad. El PRI que fue echado del poder por el saldo de represión, corrupción y pobreza durante setenta y un años regresó al poder sin haber resuelto esa herencia; en todo caso, ayudó la debacle del PAN y el desmoronamiento del PRD. La sociedad mexicana se hartó de la pérdida de rumbo y de la inexperiencia en el ejercicio del poder.
El bono democrático del PRI no le va a alcanzar para restaurar el viejo régimen, además de que en doce años la sociedad mexicana conquistó espacios de democratización por la maduración y por la ineficacia panista. Pero lo grave del asunto es que ni el PRI ni el PAN ni el PRD tienen terminada una agenda para la instauración de la democracia que debió de haber seguido después de la transición electoral del 2000.
El primer intento es loable pero insuficiente. Las conversaciones, horas antes de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto como presidente de la república, para un acuerdo por reformas estructurales es un avance tibio que tuvo más bien el efecto de desdramatización de la política, luego de las tensiones de violencia que se vivieron en el 2006 y en el 2012. Los temas de la agenda democratizadora son generales, carecen de propuestas concretas y se reducen a cuestiones de reformas consensuadas y por lo tanto limitadas.
Aquí se ha insistido en que la viabilidad de México como nación, ante la profundidad de la crisis y las exigencias de las cifras de pobreza, requieren cuando menos tres reformas: al sistema político, al modelo de desarrollo y al pacto constitucional. Pero ocurre que cada partido acude a los acuerdos democratizadoras con una agenda de lo que no van a permitir cambiar en función de sus programas ideológicos que con la mente abierta para reconstruir el proyecto de nación. Por ejemplo, los tres partidos están ciertos de una reforma fiscal, pero cada uno parte del criterio de lo que no va a modificar.
El país requiere de un acuerdo para reformar el proyecto nacional, no consensos para cuestiones procedimentales. Y lo grave del asunto es que los proyectos parciales del PAN, del PRI y del PRD están bastante lejos de las necesidades de reformas que requiere México para aprovechar su potencial para el desarrollo y que exige el 50% de la población en situación de pobreza. Paradójicamente los partidos siguen pensando en el México anterior a la crisis del modelo de desarrollo.
La agenda de Peña Nieto es la de la reformulación del proyecto nacional. Para ello se necesita liderazgo y sobre todo capacidad de negociación. La dimensión de estadistas de los gobernantes se perfila ante los desafíos. Peña debe optar entre una gestión de administración de la crisis y sus posibilidades mediocres de desarrollo a tasas de 3% anual o entrarle de lleno a la negociación de la instauración democrática que impulse el desarrollo no en función de sus posibilidades sino en relación a las necesidades de los mexicanos marginados.
Por lo pronto, es un avance que los partidos se hayan sentado a fijar la línea general de temas para el cambio. Pero el tiempo apremia y el país exige resultados en el corto plazo.
LA HISTORIA NO TIENE CAMINOS DE REGRESO
Si la historia tiene guiños, el regreso del PRI a la presidencia de la república sería sin duda el signo más determinante del centenario de la Revolución Mexicana: el partido que surgió de las entrañas de ese movimiento social retorna al poder para tratar de construir una alternativa
o seguir siendo el mismo.
Los griegos decían que nadie se baña en la misma agua de un río porque el agua se renueve con las corrientes. Así debería ser el sistema político: el PRI que regresa a Los Pinos pudiera ser el mismo de cuando se fue en el 2000, pero la sociedad ya cambió. Los encontronazos de Enrique Peña Nieto con la capacidad de ocupación social de los espacios políticos sería la gran novedad del México del 2012 comparado con el México del 2000.
La historia, en efecto, no tiene caminos de regreso. El desafío del presidente Peña Nieto no estará en las expectativas del país porque mal que bien la economía ahí va; el problema central estará en el PRI. Y ahí no se tienen indicios de que el PRI haya entendido las transformaciones sociales. Poco tendrá que esperarse para saber el futuro del regreso del partido histórico.
Si Peña Nieto parece tener claro el desafío económico, queda por definir los escenarios políticos. Y entre ellos destaca el PRI. El presidente del partido pedro Joaquín Coldwell pasó a la Secretaría de Energía pero ahora más que nunca el cargo de presidente del CEN del PRI debe tener rango de ministerio, sin cartera pero funcional.
El gabinete presidencial no causó muchas decepciones, aunque dejó entrever una fuerte carga de políticos negociadores, lo que permite adelantar que las reformas estructurales van a tener que ser negociadas. No habrá cambio de rumbo económico y lo político va a depender del PRI, algo que no tuvo Calderón con el PAN en su sexenio.
El desafío del PRI obligará a una reforma del partido para ajustarlo a la funcionalidad del gabinete. De ahí que ahí se necesitaría un liderazgo que le permita a Peña Nieto permear en la estructura regional donde el PRI existe sólo como estructura electoral y no como mecanismo de representación de los intereses políticos del ahora gobierno priísta.
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