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+ Obama: cuatro años perdidos
+ EU: una elección sin horizonte
WASHINGTON, D.C. 02 de noviembre de 2012 (Quadratín).- A pesar de los intensos esfuerzos por reconstruir el ambiente social festivo de las elecciones presidenciales de hace cuatro años, el presidente Barack Obama se ha encontrado con un escepticismo electoral. Como se escribió aquí en noviembre de 2008, el principal enemigo político de Obama iba a ser –como fue– la crisis de expectativas.
En 2008, Obama capitalizó el final del ciclo de miedo que mantuvo a George W. Bush en el poder ocho años e impuso un discurso de la esperanza, la paz y la reconstrucción de la convivencia internacional. Pocos entendieron que se trataba justamente de un discurso, peor aún: un discurso electoral. Los cuatro años de gobierno de Obama han sido los de la decepción
y de la profundización de la crisis.
El principal dato del ambiente electoral estadunidense actual se localiza en el hecho de que el candidato republicano Mitt Romney en realidad no ha sabido construir un perfil de esperanzas, pero ha sabido capitalizar la decepción social respecto a Obama. La tendencia de empate técnico en las encuestas no significa que Romney haya sido la revelación política, sino que muchos estadunidenses van a ejercer el voto de castigo contra los demócratas.
Las elecciones presidenciales en los EU se darán, de nueva cuenta, en medio de severas crisis internacionales y nacionales, Pero para desgracia de Obama, se trata de la misma crisis del 2008, sólo que agudizada y sin indicios de salida en el corto plazo. El ligero repunte en el PIB y la reanudación de algunos empleos no representa en realidad un despegue sino probablemente que la crisis económica ha tocado piso. Los electores estadunidenses que entienden de economía a la hora de las elecciones han comprendido que la economía podría tardar mucho más tiempo en arreglarse y que los problemas europeos podrían también arrastrar hacia el precipicio a la economía de los EU.
Hace cuatro años Obama se comprometió a reorganizar el capitalismo, a generar una serie de derechos sociales, a construir las bases de un Estado social garantizado por el aparato público, a disminuir la desigualdad y diseñar una política exterior que alejara a los Estados Unidos de las guerras. El resultado ha sido decepcionante para los estadunidenses.
De ahí que en las calles de las principales ciudades no exista el ambiente de euforia de hace cuatro años, por más que Obama tenga explosiones de optimismo respecto a lo que viene o a que haya tratado de popularizar su imagen con destellos mediáticos en las plazas públicas. Ya no es lo mismo. La gente quiere empleo, soluciones, salarios, nuevos derechos, no ver al presidente tomarse una cerveza o salir a comer hamburguesas.
Lo más delicado en los EU se encuentra en la acumulación de evidencias de que el recetario anticrisis de Obama no dio resultado y se convirtió en un elemento más de la crisis. El debate en torno al déficit presupuestal no ha calentado la campaña como debiera porque los dos candidatos han eludido el tema. Pero el asunto da para mucho: la medida keynesiana de aumentar el gasto público para estimular la demanda y ésta redinamizara la oferta fracasó y de paso aumentó el déficit presupuestal; pero economistas como Paul Krugman siguen pidiendo más y más gasto público.
El problema que enfrentan los electores radica en saber no por quién van a votar en cuanto a perfil personal o carismático, sino por cuál política de desarrollo van a optar, pero en el entendido de que ninguno de los dos candidatos han presentado una política integral anticrisis. Obama ha insistido en seguir aumentando el gasto público y en construir políticas sociales públicas que van a necesitar más gasto sin que se refleje en la oferta, en tanto que Romney sólo ha hablado del viejo modelo republicano de disminuir los impuestos para impulsar la inversión.
Tampoco alguno de los dos ha ofrecido una estrategia para resolver la crisis internacional que azota como huracanes a la economía estadunidense: Europa sigue empantanada en la crisis del 2008, las medidas anticrisis carecen de eficacia y las protestas sociales amenazan la estabilidad democrática de la Unión Europea. A ello se ha agregado la pasividad de la Casa Blanca ante el fortalecimiento militar y hegemónico de Rusia, la falta de un acuerdo con Irán y la falta de estabilidad en el Medio Oriente.
Obama llegará a la elección presidencial del próximo martes sin resultados concretos ni mayores expectativas, en tanto que Romney arribará también escaso de ofertas y sin tener siquiera una claridad de la dimensión de la crisis. A ello ha contribuir otro elemento significativo: el electorado estadunidense está ajeno a los problemas del mundo y solo quiere soluciones para su entorno inmediato: empleo seguro y salario suficiente.
En este contexto, la conquista del voto se ha recudido a estrategias y maniobras que nada tienen que ver con decisiones de gobierno o de Estado ni con las ofertas de los candidatos. Por eso es que Obama difunde más su imagen desenfadada en medios y Romney se ha visto también en circunstancias parecidas, pero los dos sin tener propuestas concretas contra la crisis. En los debates no hubo profundidad y todo se quedó en la imagen que reflejaron los aspirantes.
Pero más allá del martes 6 de noviembre y de que gane quién gane la presidencia, el mundo asiste a una elección estadunidense que no ofrece soluciones y a una potencia imperial carente de un diagnóstico del mundo y por tanto de soluciones globales. Por eso el elemento central del proceso electoral del 2012 en los EU sea la falta de un consenso interno y la certeza de que ninguno de los dos candidatos ofrece soluciones, pero alguno de los dos tendrá que ganar y no gobernar sino cuando menos administrar la crisis otros cuatro años.
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