
México cambiará para siempre el uno de junio
Oaxaca, Oax. 14 de octubre de 2012 (Quadratín).- A los gobernantes de nuestra época hay un nuevo símbolo que los envuelve, que los justifica, que los legitima, que incluso se ha vuelto una doctrina religiosa y política, este símbolo es la democracia. La santificación de la democracia como un recurso legitimador es teóricamente argumentada por los intelectuales. No es el voto mayoritario, por tanto, el instrumento de legitimación de los nuevos gobiernos, cuando mucho es una justificación de la legalidad, por el contrario, el instrumento legitimador por excelencia es la democracia. Los buenos, excelentes, malos o pésimos gobernantes se justifican ante el nuevo símbolo. El oratorio democrático, si vale el concepto, es el espacio público llamado sociedad civil.
Los nuevos sacerdotes de la democracia son los partidos políticos y los nuevos creyentes somos todos los ciudadanos; esta nueva iglesia es imposible cuestionarla porque te convierte en el peor de los herejes y un injustificado pecador; la palabra de la diosa democrática se transmite en la nueva misa que es practicada a través de los medios de comunicación social. Las reglas de la democracia son sagradas, cuidado al violarlas, esta violación se paga con el desprestigio público, incluso con la muerte cívica, esta muerte es parecida a aquella que se les aplicaba a los herejes antiguos: la lapidación.
El nuevo ritual y su cumplimiento todo lo justifica, incluso si se es un gobernante incapaz y corrupto, no hay remedio, está cubierto por el manto de la democracia. Los nuevos profetas son aquellos que rumian los valores, normas y principios de la democracia.
Vivimos, por tanto, en un mundo de los ritos, mitos y símbolos de la democracia. Esto nos recuerda que después de cerca de 3,000 años las cosas no han cambiado mucho, los gobernantes siempre encontrarán nuevos símbolos, mitos y valores que justifiquen su mandato o dominio sobre los hombres, poco importa sobre la eficacia de los mismos, lo fundamental es que llegaron a la cúspide del poder por las sagradas normas democráticas, no importa que puedan destruir las esperanzas de millones de seres humanos como en Grecia, España, Italia, por mencionar naciones que están en grave crisis por la incompetencia de sus gobiernos o qué decir de la docena trágica de los gobiernos panistas en nuestro país. No importan los resultados de los gobiernos, lo importante es que ascendieron al poder por métodos democráticos. Esto nos recuerda una vieja discusión que debemos de retomar sobre la necesidad de que no solamente debemos de tener gobiernos democráticos sino que también gobiernos republicanos.
La relación entre lo sagrado y los gobiernos nos hace recordar que en la antigüedad egipcia, más o menos los años 2800 a 2420 antes de nuestra era, había una monarquía absoluta de derecho divino; el Rey era considerado como un Dios viviente, se le llamaba Faraón que significa puerta del cielo, en sus manos recaía el destino del país. Se decía que el Faraón era quien daba agua a la tierra, quien daba orden al río Nilo cuando la sequía había durado bastante tiempo, era quien también aseguraba la salida diaria del sol. El Faraón establecía, por tanto, la unión del pueblo con el orden divino del universo. Esta misma relación se establece hoy en día entre el gobernante y la divinidad democrática, baste citar las grandes promesas de felicidades eternas de los candidatos a los cargos populares.
Sin embargo, los funcionarios al servicio del Faraón a diferencia de los actuales funcionarios, tenían un alto énfasis de servicio al pueblo y realizaban sus actividades casi con un sentido místico o religioso, así tenemos un documento titulado Instrucción del Faraón al Visir grabada en las tumbas del visir Rekmara y su familia. La preocupación fundamental que en ella se manifiesta es la de una rectitud insobornable, templada por el tacto, en el desempeño del cargo. Cuando venga un demandante del Alto o del Bajo Egipto, mira que todo se haga conforme a la ley. Atiende al que conoces como al que no conoces; al que llega personalmente a ti como al que está lejos de casa. No descartes a ninguno sin haber acogido su palabra. Cuando un demandante se halle ante ti quejándose, no rechaces con una palabra lo que te diga; mas si has de desatender su súplica, has que vea por qué lo desatiendes (Truyol y Serra Antonio. Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado. Alianza Editorial, Madrid, 2004. Página 27).
También podemos citar al profeta Isaías quien señalaba la instrucción a los gobernantes de la siguiente manera Juzgará con justicia a los pobres, y fallará con rectitud para los humildes de la tierra; o también la vinculación que hace entre la paz social y la justicia de la siguiente manera: la obra de la justicia será la paz y el fruto de la misma será la tranquilidad y la seguridad para siempre. (Citado por el mismo autor referido).
Para que la sagrada democracia funcione, su mística debe de imbuir a todos los funcionarios o a todos los servidores públicos para alcanzar los principios más elementales de la justicia, para ello, necesitamos de las virtudes republicanas que fueron estudiadas por los grandes clásicos. Sin embargo, no podemos esperar gran cosa en una sociedad que se identifica solamente con la necesidad y de ninguna manera con la moral pública. La tragedia de nuestro tiempo es que los gobiernos que se enmascaran en las virtudes democráticas no son más que administradores de los grandes intereses de los hombres del dinero, así los gobiernos viven en una contradicción muy dramática y peligrosa: la democracia asume grandes compromisos para con la sociedad y los ciudadanos que los gobiernos no pueden cumplir, entonces, hay que ser lo posible por tener buenos gobiernos, con nuevos principios y no originar una sociedad frustrante y llena de desesperanza.