
Pecados y virtudes
Para César Alejandro
Oaxaca, Oax. 31 de agosto 2012 (Quadratín).- Un buen fuego se enciende como el amor, con la mirada. No es necesario que uno junte la basura del día, botes de leche, bolsas de polietileno, cajas de cigarro; el periódico.
Como el amor, el encendido del fuego comienza desde una perspectiva individual. Cuando uno enciende la lumbre es necesario que nadie se acerque a prestarnos ayuda. Pedir compañía sería como si solicitáramos que alguien nos ayudara a enamorar a la vecina. No. Uno llega al fogón decidido, voy a encender la lumbre, y no anda por ahí molestando a la bola de borrachos y hambrientos que se divierten en la alberca para que vengan a darnos socorro.
Un buen fuego se enciende con una cerilla, nada de gasolina blanca o algún combustible que levante una gran llamarada en cuestión de segundos. Resulta agradable ver como esa flama dorada, pequeña, casi nada, expuesta a nuestro aliento mismo, puede ser el principio de nuestra lumbre. Uno agarra, frota el fósforo en la cajetilla, y aproxima esa diminuta luz a las fibras de la madera. Un buen amor no se enciende rápidamente.
En ese momento, vemos como la pequeña lumbre hace su casa por un instante justo en medio de las pelusas y residuos de escoba, pequeñas ramas secas y astillas. Desde ahí se hará la lumbre (como desde nuestro corazón contaminado, diminuto, casi nada, se hará nuestro amor).
Recuerdo que en nuestras comunidades campesinas encienden la hoguera de la cocina con una pequeña astilla de ocote. El árbol resinoso, el primer carburante, marca con su olor las horas de la madrugada en la cocina, enciende la lumbre.
Pero estamos acá, junto a la alberca y la bola de borrachos. Los niños gritan por su almuerzo. Y nuestra lumbre ya crece.
Con cuidado, con mucho cuidado, acerque un tronco un poco más grande. No caigamos en el error de la desesperación, no. No dejemos caer de golpe el pesado tronco sobre esa pequeña casa de fuego; porque se apaga. Y nada resulta más difícil que encender la lumbre sobre las cenizas. Como en el amor, nada podrá crecer en lo que ya fue arrasado.
Esperemos unos minutos antes de agregar unos leños más y construyamos con nuestro cuerpo una casa a la lumbre, para que el viento fuerte no juegue con ella. Una variación de temperatura en el ambiente puede generar una corriente de aire, eso ya lo sabían nuestras campesinas cuando hace tiempo prendían lumbre al rastrojo para que llegara un viento fuerte a limpiar el frijol.
Pasado este tiempo ya se le podrá levantar una casa definitiva a la lumbre con piedras o ladrillos o algún metal que esté por ahí disponible. Hornilla definitiva hasta que nosotros terminemos de utilizar el fuego luego de hervir el caldo, calentar las viandas y asar el cordero. Como el amor, un buen fuego tiene una vida efímera.
Por ahí en el campo quedará la mancha que indique a otros que se encendió un buen fuego; pero nosotros ya no estaremos, sólo quedará una mancha, como los amores que nos han marcado en la vida.