
Si volviera a nacier, elegiría ser la madre de mi madre
Oaxaca, Oax. 27 de agosto 2012 (Quadratín).- El aire de la mañana en la carretera vieja a Monte Albán corría fresco. La mujer con el lápiz labial en las manos, frente al espejo retrovisor, dijo a su esposo: un día de estos amanecemos con un burdel en medio de la colonia.
Primero llegó una mujer, luego dos, después fueron muchas. Levantaron sus casas con láminas de cartón y carrizos que cortaron en el arroyo. La primera señal que tuvimos de su presencia fue el escándalo que armó en la mañana el altoparlante. La voz de una mujer vieja invitaba a recuperar sus tierras, este es el momento, decía, de que nos regresen lo que nos pertenece.
Ese día la gente despertó de un sueño grato, alguien andaba por la calle regalando tierras. Luego inició la música. Qué fiesta celebramos ahora, preguntaron las vecinas en medio del patio con la toalla del baño atada en los cabellos.
En la casa de los de alfareros que se dedican a vender figuras de barro a los turistas en el sitio histórico de Monte Albán, el señor Pescado preguntó a sus hijos por el origen de la voz que regalaba tierras. Los pequeños levantaron los hombros como respuesta negativa y continuaron buscando algo de comer entre los envases de cerveza que se apilaban en la mesa.
Las mujeres que tomaron las tierras junto a la antigua Fundición de Acero, un montón de piedras que datan de principios de siglo y que los distintos gobiernos, instituciones de cultura y guías turísticos habían olvidado, encendieron el fuego, pusieron los comales para las tortillas y colgaron mantas y remiendos como techumbre de las casas. Entre ellas reinaba un ambiente festivo, por la dicha de contar con un terreno de su propiedad. El sol apenas despuntaba por el cerro del Fortín.
No faltaron los hombres de la colonia que se acercaron al grupo de mujeres para preguntar sobre la dotación de tierras. Fueron informados con puntualidad por Petrona, la más vieja del grupo. Eran madres cuyos maridos habían marchado al norte, dijo, a trabajar el campo en otro país; aseguró que habían esperado pacientes el regreso de sus hombres, pero la vida se les iba en mirar el camino y sus hijos pedían algo más que el recuerdo del padre ausente. Por eso formamos nuestra asociación de viejas, para exigir lo que nos corresponde en nuestro país.
Los hombres jóvenes de la colonia pidieron integrarse al grupo de mujeres que había tomado la tierra, porque nosotros no encontramos trabajo aquí y cada día es más difícil llegar a otro país, precisaron. Al mediodía eran más de quinientas personas que estaban instaladas en esas tierras sin dueño.
Los hombres trabajaron codo a codo con las mujeres. Limpiaron el terreno, acarrearon agua del arroyo y sobre las mantas inscribieron las leyendas de la nueva organización. Tierra y trabajo para todos.
Pasadas las primeras horas las mujeres que preparaban el almuerzo llamaron a Petrona, que estaba entre los hombres removiendo piedras, ya llegaron los del periódico, le dijeron.
Petrona saludó a un hombre de baja estatura y vientre prominente, soy del periódico, recibió la mujer como saludo.
Los burócratas que viven en la unidad habitacional cercana a la colonia, de regreso de sus oficinas vieron el movimiento de la gente sin tierra y pasaron junto a ellos apresurados rumbo a la tortillería. A estos no tarda en que los saque la policía, sentenciaron. Pero ya los hombres de la fuerza pública habían arribado armados tan solo con cámaras fotográficas y de video grabación. Pidieron informes sobre las personas que comandaban el grupo, anotaron todo lo que les dijeron en pequeñas libretas de taquimecanografía y se fueron.
La tarde llegó puntual en medio de música de Cornelio Reyna, café negro y un aire
fresco.
Mientras las mujeres preparaban la cena los hombres armados de machetes cortaban arbustos para leña. El terreno, antiguo tiradero de basura, lucía limpio y recién regado.
Entró la noche y las mujeres se fueron a sus casas de cartón acompañadas por los hombres. Una luna grande pasó por el cerro de Monte Albán. En las casas de la colonia la gente durmió en paz, sólo los habitantes de la unidad habitacional aseguraron sus casas con doble llave y soltaron a los perros en sus reducido patios.
Al amanecer del segundo día, sobre las paredes de las casas de cartón aparecieron los primeros anuncios, venta de cerveza y tortillas, aquí.
El aire de la mañana en la carretera vieja a Monte Albán corría fresco. La mujer con el lápiz labial en las manos, frente al espejo retrovisor, dijo a su esposo: un día de estos amanecemos con un burdel en medio de la colonia.
Un día de estos, respondió el esposo.