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México no se arrodilla ante EU, ya está postrado ante el narco
Oaxaca, Oax. 13 de agosto 2012 (Quadratín).- Buenas noches. Hoy quiero hablar de una calle. Puede llamarse 16 de Septiembre, Hidalgo, 5 de Mayo, Morelos o Plutarco Gallegos; en este país, en todos los pueblos, alguna calle ha de llevar el nombre de un Héroe o de una fecha inscrita en nuestra historia patria.
En uno de los extremos de esta calle, se encuentra el río; en el otro, nace una montaña. Hacia el río está la iglesia y un oriente despejado; antes de la montaña, el panteón. La calle atraviesa un barrio lleno de voces.
El domingo, en especial, la calle se alegra, se llena de gente. Antes de la iglesia está un mercado. Por la mañana del domingo toda la gente acude a comprar el almuerzo tradicional: relleno de cerdo, el pan de queso. Por las tardes del domingo la gente pasa por esta calle rumbo a misa.
En otro tiempo esta misma calle estaba toda llena de piedras. En mayo la perseguía el polvo seco, el calor; para el mes de junio el mismo calor seguía ahí parado, y lo acompañaban las moscas. En agosto nuestra calle era una carne abierta, fresca, palpitante, repleta de agua de lluvia. Para el mes de septiembre sólo las carretas sólo las carretas pasaban por ella, era una cicatriz abierta donde corría libre el viento fuerte.
Pasó el tiempo y la pavimentaron, se vio bonita, gris perla, limpia.
De punta a punta de esta calle, nuestras vidas. El bautismo en la iglesia del barrio y la santa sepultura en el panteón. Pero también, de punta a punta, las horas y los días de nuestros afanes.
Por las tarde, cuando no hace viento, las madres jóvenes llevan a sus hijos recién nacidos a ver la calle. Los pequeños miran a la gente pasar y duermen. Ya después, cuando esos niños crecen, corren a la playa del río.
En la playa abierta, nubes altas, viento constante, los papalotes son naves, y sus dueños capitanes. Sobre esa misma fina arena, la redondez de la canica zumba, gime, se aviva, busca las pequeñas manos que la conduce.
Y luego el agua corriendo siempre a nuestro lado, llevando historias de ahogados, de asesinatos, de espantos; voces.
El agua corriendo junto a nuestras vidas con sus incansables pasos rumbo al mar. Sobre su playa larga, un tiempo húmeda un tiempo seca, salen las historias de los crímenes. Ahí, decían, sobre la arena, murió Manuel Rodríguez: sus asesinos lo arrojaron a la playa cerca de las siete de la noche: ya en la madrugada, sus ojos que permanecían abiertos, seguían agarrados al lucero del amanecer.
En esta calle de la que he venido esta noche a hablarles, hacia el sur está la iglesia y el mercado. Por el mismo rumbo se hacen las fiestas de agosto de la Asunción de María. Para el norte, marcha uno al panteón a saludar a sus muertos; y a las milpas, al campo, a trabajar.