Cultura y espacio público, derechos prioritarios para la 4T: Sheinbaum
Oaxaca, Oax. 13 de junio 2012 (Quadratín).-Muchos se ocuparon en analizar los efectos del debate del domingo pasado. Que si habrá cambios sustanciales en las preferencias electorales, que si Josefina fue tardíamente atinada, que si López Obrador nuevamente desaprovecha y es reiterativo, o bien que si Peña Nieto no atina a su segmento prioritario y lo aleja el guión demagógico que utiliza. Otros más, hacen prospectiva hacía el cierre y los sucesos que prevén. Yo en cambio, prefiero incitar a un análisis distinto: el porque del comportamiento de los candidatos y el rol que nos corresponde desempeñar a los ciudadanos.
Parto de la idea de que el debate no presentó un futuro compartible para los mexicanos que lo vimos. Se le dio preferencia a las frívolas estrategias mediáticas de cada candidato y nos quedaron a deber las ideas renovadoras y las soluciones factibles que permitan trazar un mejor futuro en común. El eje de exposición no fueron los desacuerdos ideológicos, se recurrió a las clásicas propuestas abstractas y el resultado salta a la vista: un ánimo social que acrecienta su desencanto a los políticos. No debería sorprendernos porque nosotros hemos fomentado este falso optimismo traducido en prácticas histriónicas, que sacrifica el análisis serio de nuestra realidad.
La incertidumbre define el futuro nacional. La sociedad mexicana esta enervada por la corrupción, desencantada de los desacuerdos entre los políticos y mal acostumbrada a que frente a cualquier acontecimiento adverso en nuestro entorno culpemos al otro, preferimos voltear a señalar a nuestros gobernantes en vez de asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos. Acá tres razones significativas:
PRIMERO. El origen esta situado en el estancamiento económico. Desde hace varias décadas México sólo conoce de crisis recurrentes y de un mediocre (casi nulo) crecimiento económico. Esto, nos insertó a la desigualdad como una condición casi idiosincrática de la realidad nacional. México no cuenta con una agenda de crecimiento económico, basada en el combate a los monopolios y en erradicar los privilegios fiscales con un enfoque de desarrollo social que genere oportunidades y empleo. Caminamos al revés, y el rostro más triste de este fenómeno se observa en nuestras nuevas generaciones que no tienen elementos para apoyarse en la esperanza. Lo que antes era una válvula de escape hoy es una bomba de tiempo, por ejemplo: en el año 2010- por primera vez en 60 años- el número neto de migrantes de México a Estados Unidos fue igual a cero (Douglas S. Massey). Ello explica el aumento inesperado en más de 4 millones de habitantes en el último censo nacional. El problema no estriba es que se queden los connacionales, sino que las oportunidades en nuestro país se estrechan; es decir, nuestra economía no emplea a los que ya no exporta, mientras que delincuencia si los abraza.
Este fenómeno ilustra la irresponsabilidad en la estrategia de seguridad del gobierno federal, Calderón pensó que atomizando y descabezando iba a erradicar un error estructural. El no recapacitar y no pugnar por las causas del delito llevó a diversificarlo, hoy el ciudadano común y corriente corre más peligro que antes y la percepción de inseguridad y la violencia aumenta. El saldo es gravísimo: 60 mil muertos, 10 mil desaparecidos, 250 mil desplazados, y miles de huérfanos, viudas (os), en medio de un territorio que no se piensa a futuro. Estos aspectos que describen la radiografía nacional, pasaron inadvertidos en los dos debates, aun cuando es evidente el desacuerdo popular sobre los alcances, métodos y resultados de esta guerra.
SEGUNDO. No hay diseño para este nuevo México. Desde hace varias décadas, más ahora que antes, estamos desligados de la política. Los políticos actúan como embaucadores en vez de conducirse como profesionales del servicio público, son diestros en trazar destinos utópicos en vez de plantear soluciones creíbles para nuestro presente. Para ellos prosperidad es equivalente a equivocarse menos que el antecesor; equidad en el mejor de los casos- es entendida como un requisito burocrático y un buen gesto discursivo; y a la democracia, se le identifica exclusivamente en sus victorias electorales, jamás en el ascenso ciudadano en la toma de decisiones.
TERCERO. El individualismo mantiene enfermo a nuestro país. El modelo de comportamiento de nuestra sociedad ha llevado al egoísmo, es socialmente aceptado anteponer las circunstancias personales por encima del rumbo de la nación, lo que nos condena a seguir paralizados por el miedo y divididos por la violencia.
Es momento de atribuirnos nuestra responsabilidad como ciudadanos. De los candidatos se espera poco, pero al menos yo deposito mis esperanzas en la sociedad organizada que adopta posturas propositivas y dicta la agenda pública que deberá de regir a quien gobierne los próximos seis años. Asumamos nuestro rol.
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