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México no se arrodilla ante EU, ya está postrado ante el narco
+ Diario Político (7) Cacicazgos
+ La 22 de maestros, detonador
México, D.F. 3 de junio 2012 (Quadratín).- En el mapa político electoral estatal, Oaxaca se presenta como un foco rojo por el activismo de la Sección 22 de Maestros y por lucha por el poder en las élites priistas.
El siguiente es un reporte especial:
Con un discurso de corto plazo y al botepronto, la candidata presidencial panista Josefina Vázquez Mota pasó por Oaxaca y mandó mensajes equivocados: uno de ellos obligó al análisis del principal problema del estado; los cacicazgos; condenó los de José Murat y Ulises Ruiz, pero teniendo a su lado al ex gobernador priista Diódoro Carrasco, a quien Porfirio Muñoz Ledo le puso el apelativo de juniorcique, o un joven cacique.
Lo peor de todo fue la ignorancia de Vázquez Mota sobre la historia política reciente de Oaxaca, en el escenario, en efecto, de la lucha de cacicazgos políticos. A nivel de gobernador, Oaxaca ha tenido ese cargo en el centro de las disputas del poder, durante la segunda parte del siglo XIX y el primer decenio del XX con una disputa por el poder entre las familias Juárez y Díaz. Luego de la declaración de soberanía en 1915, en 1920 el Centro retomó el control de Oaxaca. En 1924 José Vasconcelos compitió por el gobierno estatal, pero fue aplastado por la dupla Obregón-Elías Calles. La periodización del poder estatal tiene fechas precisas:
–1920-1956: del fin de la soberanía estatal hasta el gobierno de Pérez Gasga ya con estabilidad.
–1956-1968: los gobiernos de López Mateos y sobre todo de Díaz Ordaz decidieron los gobiernos desde el DF.
–1968-1977: periodo de inestabilidad: Bravo Ahúja fue llevado al gabinete de Echeverría, el interno Fernando Gómez Sandoval no construyó hilos de poder y Manuel Zárate Aquino, del viejo PRI, llegó al gobierno en 1974 pero fue derrocado por el poder popular y la crisis en la Universidad Autónoma Benito Juárez. El dato revelador fue la aparición del poder popular autónomo y de oposición, frente a un PRI fragmentado entre familias priistas.
–1977-1992, del nacimiento del Grupo Oaxaca como élite de distribución equitativa del poder hasta la ruptura en las élites por la decisión del gobernador saliente Heladio Ramírez López de imponer como sucesor a Diódoro Carrasco y también como reflejo de la disputa presidencial entre Luis Donaldo Colosio y Manuel Camacho Solís.
–1992-1998: disputa por el poder entre Carrasco y su deseo de imponer sucesor y las maniobras de Murat para quitarle a Carrasco el poder de decisión; Zedillo decidió la sucesión a favor de Murat.
–1998-2010: consolidación del grupo de Murat como dominante, provocando la expulsión de Carrasco del PRI y facilitando la sucesión a favor de Ruiz. Los acuerdos de estabilidad vía un reparto del poder entre todas las familias priistas se rompieron en el largo periodo 1992-2010 y llevaron a la salida del PRI de los jefes de grupos y su incorporación a las principales fuerzas de oposición.
En una sociedad operada en función de élites y facciones y sin sociedad civil y pervertida la sociedad política, el resultado es la desarticulación de las estructura de poder y de la estabilidad. La alianza de toda la oposición controlada por ex priistas y la ausencia de acuerdos en el PRI provocaron la pérdida del gobierno estatal en el 2012, sólo que con la circunstancia agravante de que la nueva fuerza política estatal fue la del poder popular y éste no ha querido regirse con las reglas del juego priista.
Los nuevos grupos de poder nunca van a entrarle a las negociaciones tipo PRI o de espacios presupuestales porque su dinamismo depende de la protesta y no de la estabilidad: la 22, la APPO, los organismos de derechos humanos, los grupos políticos radicales, la guerrilla del EPR. El conflicto 1992-2010 trasladó el centro del poder al poder popular y las élites políticas –priistas, ex priistas y de oposición– supusieron el apoyo popular a cambio de privilegios y ahora ya no saben cómo negociar con las nuevas fuerzas sociales y políticas.
Los espacios tradicionales de ejercicio del poder –el PRI, el gobierno estatal y el presupuesto– perdieron funcionalidad porque el poder popular se percató a tiempo y con claridad de su propia fuerza. Por eso, por ejemplo, la 22 que llevó al gobernador Cué a la victoria en el 2010 pone sus condiciones como si el gobierno de Cué fuera priista del pasado. Los únicos arreglos posibles serán a cambio de partidas presupuestales que terminarán fortaleciendo el liderazgo de la sección sindical.
Ante la ausencia de partidos políticos funcionales, de un gobierno estatal con ejercicio de autoridad y de estratos intermedios de poder, Oaxaca ha quedado atrapada en la hegemonía de grupos sociales, facciones y organizaciones populares. El plantón de la 22 la semana pasada no sólo fue la repetición del mecanismo de negociación con el gobierno estatal a través de la presión, sino un termómetro para medir la fuerza política del gobierno estatal y sus espacios de endurecimiento. El sólo hecho de que la 22 haya impuesto su condición de negociar directamente con el gobernador significó una victoria estratégica que determinará el escaso ejercicio del poder de Cué.
Lo malo es que Oaxaca aparece condenada a mantener este estado anómalo de fuerzas: si gana Josefina, el poder de Carrasco será revalidado; si gana Peña Nieto, el PRI de Murat y Ruiz volverá a consolidarse; y si las elecciones federales benefician a López Obrador, el poder fuerte en el estado será el poder popular de las organizaciones anti sistémicas. La crisis de 1977 se resolvió con un acuerdo cupular entre los jefes de las facciones priistas, pero desde 1992 el poder se ha tenido que ganar en las calles o en los forcejeos, sin que en Oaxaca haya podido consolidarse una sociedad civil más sólida y sin que hayan podido mantenerse los espacios institucionales: hoy todo se decide a través de grupos de presión.
Por lo pronto, la acción callejera de la 22 regresó el estado político y social al periodo anterior a las elecciones de gobernador del 2010 y Oaxaca entrará después de las elecciones presidenciales a un juego de grupos de poder y de presión que nada, pero absolutamente nada, tienen que ver con la democracia.
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@carlosramirez