
En la negación
Oaxaca, Oax. 18 de mayo 2012 (Quadratín).-Pasaron ya los calores de mayo, nos alcanzaron las lluvias tempranas. Por todas las calles del barrio, en el puerto, el canto de las chicharras impera. Desde muy temprano en la mañana antes que el sol caliente nuestros rostros, las chicharras con su canto.
Ahí están los hemípteros detenidos en su ruido: que más que un canto es un rasgar de patas y antenas para llamar a su hermana la lluvia. Nadie la escucha y nadie la detiene, pero la chicharra canta. Más allá de la fábula que no la comprende.
La chicharra cantadora, ebria de su sonido: su labor es el canto, y el de recordarnos a todos los mortales que en medio de las maldiciones que nos envía el calor está un canto preciso de un ser que mantiene una sola función en su existencia: implorar por las aguas del riego; aunque en ello se le vaya la vida.
De alguna manera el canto de la chicharra en nuestras calles es el croar de los sapos en medio de la inmensa playa del mar en plena tormenta de verano: seres diminutos que entregan sus horas, su existir, para implorar clemencia para los demás seres. Sin que nadie los vea, sin que nadie los tome en cuenta. Para ser vilipendiados en fábulas y narraciones, poemas y cantos.
Seres de extraña belleza que entregan su existencia a rogar por los demás: la chicharra clama hasta morir por la lluvia: alaba al gran Dios para que deje caer su benevolencia sobre nuestros campos y nuestras casas, nuestras cabezas y cuerpos.
El sapo en medio de la lluvia intensa, en la playa sola, croa y ruega se detengan las aguas que arrastran con todo: cultivos, viviendas, seres.
Ángeles sin reconocimiento alguno que suplican con su canto y con su vida por los demás. La chicharra y el sapo entregan su vida por los demás. No les importa dejar de existir si con su ausencia los demás pueden obtener beneficio, tranquilidad. Estos dos seres que nos entrega la Creación van más allá del individualismo miserable que nos enseñan nuestros padres, nuestros maestros; la sociedad entera. Toda aquella pedagogía anti solidaria y poco humanista que recibimos en la niñez.
Estos animales fueron puestos ante nuestros ojos para mostrarnos que el sacrificio por los demás puede llegar a imponerse en un mundo mezquino e individualista. El amor está en dejar de ser para que con esa nulidad exista el otro; dejar de ser para que otro sea, así la cigarra y el sapo.
Foto.Web