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Xochitlalyocan, jardín que resguarda la memoria verde de México
Oaxaca, Oax. 2 de abril del 2012 (Quadratín).- Narciso González vive y sostiene a su familia con el producto de su imaginación: dragones, iguanas, venados, tortugas, faunos que sólo existen en su cabeza, y que luego les da forma con sus manos.
Esta no la vendas, me dice mi mujer cuando termino una pieza. Y en verdad nos quisiéramos quedar con ella. Pero hay que venderla, porque de este trabajo vivimos, platica sin apartar la vista de la pieza que pinta con un fino pincel.
Entrevistado en su domicilio particular, en Arrazola, Xoxocotlán, donde se lleva a cabo la Octava Feria del Alebrije, Narciso González habla de cómo se hizo artesano y de cómo esta actividad se apropió de su existencia al punto que para él no existe otra forma de ganarse el sustento.
Yo no tenía nociones de cómo tallar la madera. Estudiaba la secundaria y por ratos trabajaba con mi tío Gerardo Floylán en las artesanías: era su ayudante. Primero me ponía a lijar alebrijes, hasta que quedaran bien lisitos. Después, me enseñó a tallar las patas de algunas figuras. Más adelante me dijo cómo pintarle dibujos a las piezas. Hasta que un día me dejó hacer una figura completa: Tienes que aprender, hazla tu solo, como te salga, me decía
Arrazola ya es de por sí un pueblo galería donde cada familia exhibe sus creaciones en algún espacio de su casa con vista hacia la calle. Y del 1 al 9 de abril, con la Octava Feria del Alebrije, eligen sus mejores obras, con mayor cuidado, para deleite de los visitantes.
Recuerdo que mi primer alebrije fue una iguana. Quedó más o menos. Desde entonces trato de hacer cada pieza más detallada. Cuando quiero hacer un animal que no he tallado antes, lo busco en el diccionario para ver su descripción, o compro un libro para ver su fotografía.
Otras veces, tallo figuras de lo que veo en Arrazola. Una vez hice un perro flaco. Por mi calle pasaba un señor a traer pastura y le acompañaba un perro bien flaco. ¡Mira ese
perro, parece caricatura, me dijo mi mujer. Voy a ver si me sale un perro como ése, le
comenté. Y lo empecé a tallar: con sus costillas marcadas y los huesitos que tienen salidos en la cadera.
Narciso González trabaja mientras su pequeño hijo lo observa. Así se va transmitiendo este oficio de padres a hijos, de generación en generación.
No me gusta copiar las figuras de otros compañeros. Tampoco puedo hacer una serie del mismo modelo, piezas más comerciales. No puedo. Siempre quiero hacer algo distinto. A cada animal le agrego algo diferente, más detalles; me gusta superar mi trabajo anterior.
Por eso utilizo el mejor copal, la mejor pintura, distintos colores, los pinceles más finos.
Hay gente que se admira porque trabajo con pinceles que me cuestan 300 pesos.
Ama y cuida a tal grado su oficio este hombre, que ha dejado sus gustos y aficiones personales para tener una condición física plena: buena vista, buen pulso, buena cabeza.
Cuando me pongo a trabajar me gusta estar tranquilo, sin preocupaciones, porque luego uno se puede cortar con la gubia. Ya me he dado mis buenos cortones. Trabajo de ocho a diez horas diarias, toda la semana. El día que no trabajo se me hace muy largo.
No bebo ni fumo, porque luego anda uno tembloroso, mareado y se descompone la vista.
Antes me gustaba jugar futbol, ahora me distraigo barriendo el patio, regando los árboles si les falta agua o voy con mi mujer y mis hijos a caminar al campo, a juntar chapulines.
Las crisis, que no faltan, en el mercado de las artesanías, invadido ahora por productos
chinos, obligó a don Narciso a trabajar como velador. Pero sinceramente, prefiero
trabajar en mi taller, con mi familia. Para mí que mi oficio es el mejor, concluye.