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Confirma ASF que gobierno de Oaxaca trabaja da resultados: Nino Morales
En este marzo que anticipa amores y rosas, para GGM y a las mujeres de Oaxaca
Oaxaca, Oax. 7 de marzo de 2012 (Quadratín).-
Slovodan Prodonovic.- Las meseras regresan a la colonia a las 12:30 de la noche. A esa hora algunos hombres llevan a sus perros a la plaza pública, para que defequen. Las meseras casi niñas son esperadas por amigos jóvenes, regresan a casa y a su paso por puentes en la oscuridad copulan. En el puerto los meseros se aparean parados, sin verse las manos, sin verse el rostro, una noche. No son negros con negras, son los meseros del puerto. Slovodan Prodonovic sale diariamente a las 12:30 de la noche de su casa. Es un hombre fuerte, alto, no duerme. Pasa por una mujer que está en la calle, Guanacastle y Gardenia. Caminan. Poco antes de las cinco de la mañana llegan al restaurante Tropicana. A esa hora los hombres con mujer, los que tienen esposas, salen a trotar para evitar el alto índice de colesterol o la elevada glucosa en la sangreg. Slovodan los conoce, les habla por su nombre y presenta a la mujer. Luego la mujer se va con los hombres como a trotar al parque público municipal. La mujer realiza sus trotes dos o tres veces cada amanecer. Después desaparece. A las siete de la mañana entra al restaurante la esposa de Slovodan, una mujer joven con un niño en brazos. El pequeño es sentado en una periquera y la mujer luce feliz de ir por su marido al trabajo. Esta es una dicha que no tienen todos los hombres, creo, me confió un día Slovodan Prodonovic.
Bahía.-El hombre se detuvo junto al mar y dijo en tono resignado: esta suerte mía. En la playa un grupo de niños pasó corriendo tras una pelota. Parado junto al agua, en la blancura de la espuma de la ola, sobresalían sus zapatos negros.
En la bahía se podían ver las pequeñas embarcaciones que, veloces, cruzaban un mar limpio y tranquilo sin corrientes. El hombre caminó unos pasos en la playa, sacudió la arena de sus pantalones. Era delgado, en cualquier ciudad del continente pasaría por un empleado de oficina. Junto al mar era el hombre de los zapatos negros.
Al mediodía la mancha de sudor en la espalda de su camisa de manga larga decía que no era de aquí. Eso pudo haber pasado por alto para los meseros, marineros y pescadores que lo vieron en la playa. Sería un turista más que, maravillado por el mar, no se dio tiempo para cambiarse de ropa en el hotel. La camisa empapada de sudor encajaba, ¿pero los zapatos negros recién embetunados? En el pueblo no existen limpiadores de calzado.
Primero fue la negra Ancira que llegó hasta el hombre alto, delgado: Señó dijo -, ¿quiere sombra? Él junto al rostro moreno movió la cabeza negativamente. Ancira le vio los ojos: – es viudo -, corrió la voz entre las meseras.
Alejandra, después que atendió la mesa de los ancianos, se acercó al hombre para ofrecerle algo de beber. La respuesta fue la misma, un movimiento de cabeza. No quedó ninguna duda entre las mujeres: era viudo y acabado de llegar, recién desempacado, y miraba con fijeza el mar porque en su corazón estaba el ánimo de quitarse la vida, y que ya para su propósito había iniciado con el trámite de negarse a comer y beber.
Loncho regresó a las seis de la tarde a Santa Cruz con buena pesca de pargo. Como todas las tardes las mujeres se acercaron a la embarcación a regatear el precio de la captura para luego salir a los barrios y colonias del puerto a vender pescado fresco para la cena. Acordado el precio, fecha y forma de pago, las mujeres dijeron al pescador: ___ Loncho, ese hombre se va a matar y señalaron al fuereño que seguía parado junto al mar.
— Tengo una hamaca en casa, y mi mezcal no es malo -, dijo el pescador al pasar junto al hombre que permanecía en la playa.
Dársena.- I Los políticos pasaron por acá, pisaron esta arena. Tras de ellos sus choferes, periodistas, guardaespaldas, fotógrafos. Tras ellos nuestro Capitán de Puerto. Desde aquí, dijeron, desde aquí saldrán las piedras hacia el mar. La decisión fue tomada. Nuestra bahía, tendría su dársena.
II
Después de una borrachera llegamos aquí, una mañana. El mar sonaba enfrente pero nuestros pasos dormidos buscaron la plaza de la danza de nuestra ciudad. Por aquí está mi casa, dijo uno. Por allá pasará un taxi, dijo otro. Pero fue el tercero de nosotros el que comentó: no, por acá está el mar. Hicimos lo que tienen que hacer los hombres que llegan de la ciudad a la costa, buscar la playa y tomar cerveza.
El dueño del local preguntó si nosotros llegamos a construir el rompeolas. Nuestra respuesta fue positiva. El tipo, que se llamaba Saúl, entró a la cantina y trajo una libreta de apuntes: anoten sus nombres, dijo, y aquí se les dará de comer y tomar.
La borrachera que iniciamos antes de subir al autobús duró quince días, la libreta de Saúl tenía muchas páginas.
En las tardes cuando baja el sol y sube la acidez en mis entrañas camino por el pueblo de pescadores. Algunas mujeres recorren las calles vendiendo pescado oreado, tamales de iguana, pan. Camino por estas calles donde vuelan hojas de almendro hasta parar en una casa y frente a una mujer morena que me dice pase, también aquí tenemos libreta.
Buganvilla.- Cada tarde de todos los días pasan las mujeres de voz alegre por mi calle. Una por una se acercan hasta el tendajo de la esquina a comprar un rollo de papel higiénico, un jabón de olor. Luego regresan, entre risas y charla, a la esquina opuesta. Entran a una casa con puerta roja y farol verde. No vuelven a salir hasta la siguiente tarde. En mi barrio las madres prohibieron a sus hijos hablar con las mujeres que habitan la Casa de la Buganvilla.
Foto.Archivo