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Congruencia y coherencia política
Oaxaca, Oax., 14 de febrero de 2012 (Quadratín).-Decidí rentar una película para verla por la noche. Sucede que cuando voy a viajar algo me quita el sueño, sobre todo si, como entonces, el avión sale a las 6:20 de la mañana; una hora infame para cualquier ser noctámbulo. En ocasiones como ésta, me convierto en profeta de mis males, de modo que entré a la tienda sin mucho entusiasmo y escogí una película que me pareció adecuada para acabar de perder el sueño con algún provecho.
La película prometía acción, un estreno del 2011, el título en español era Sin límites (Limitless), dirigida por Neil Burger y de producción norteamericana. Bradley Cooper encarna a Eddie Morra, un escritor relativamente joven, instruido, cuya primera mujer lo abandonó por improductivo y su novia lo hace pocos minutos después de haber iniciado la película, porque el escritor simplemente no es capaz, por alguna razón, de escribir una sola línea: está totalmente bloqueado.
Abandonado por su novia, incapaz de cumplir su compromiso de escribir una novela para una editorial que lo aceptó más por lástima que por su talento, sin dinero y con la autoestima por el suelo (más desgraciado no se podía sentir), se encuentra a su ex- cuñado, también traficante de droga al menudeo, quien le invita una copa con aparente buena intensión. Aquí no se sabe bien a bien qué impulsa al ex-cuñado a ayudar al desgraciado Eddie; el hecho es que le propone que se tome una droga experimental llamada NZT que sirve para potenciar el uso de todos los recursos cerebrales al 100%.
Primero duda…, pero después, Eddie se toma la pastilla transparente que contiene el NZT y, en menos de un minuto, comienza a sentir sus maravillosos efectos. Eddie es capaz de recordar hasta lo que sólo había visto de reojo y además todo lo que ha leído, es capaz de organizar sus saberes y darles sentido para resolver problemas en segundos y, lo más importante, puede aprender con una rapidez inaudita.
Suceden cosas entre la primera ingesta de la droga y lo que sigue en la película; el caso es que el pobre Eddie se vuelve adicto a la droga, pero un adicto triunfante, intelectualmente poderoso, rico, cuya inteligencia y gracia atrae a las mujeres como moscas; pero, siempre hay un pero, la droga mina su salud. Eddie tiene además problemas con la mafia, con sus competidores, etc., etc… Pero no era la película lo que les quería contar, sino lo que me quitó el sueño al verla.
Resulta que el pobre de Eddie, como muchas personas en el mundo real, recurren al uso de las drogas casi siempre por alguna deficiencia personal, real o imaginaria. Cuando digo drogas, seguramente el lector se imaginará las de común mención en este nuestro tiempo: marihuana, cocaína, heroína, anfetaminas, y otras más; pues no, no sólo esas, todos los medicamentos que alivian nuestro cuerpo son drogas, fármacos, y por cierto, también las tomamos cuando sentimos que algo anda mal con nuestro organismo o nuestra conducta.
El problema de nuestra época es que recurrimos a las drogas para casi todo: si algo nos duele, vamos al doctor para que nos recete algún fármaco; si nos sentimos cansados o deprimidos, de igual manera; siempre habrá una droga maravillosa que nos quite el malestar. Cuando el doctor ya no cree prudente darnos drogas, entonces nos auto- medicamos y comienzan nuestros problemas, ahora como fármaco-adictos. Pero, ¿quién se preocupa por esto? Nadie, bueno, quizás nuestras familias.
Somos una sociedad de drogadictos, dice Francisco Gomezjara, brillante sociólogo mexicano que en paz descanse; pero no es culpa nuestra, es la sociedad y la forma en cómo funciona lo que nos conduce a esta cruel condición. En efecto, la medicina microbiana ( una de las etapas del desarrollo de la ciencia médica), descubrió que los pequeños organismos que nos provocan enfermedades pueden ser eliminados con algunos químicos muy eficaces: Vgr.: la penicilina. Gomezjara afirma que las guerras del siglo XX provocaron una gran demanda de antibióticos que propició el desarrollo de una gran industria químico farmacéutica que hoy domina la salud del mundo: hay fármacos para casi todo.
El problema, sigue afirmando Gomezjara, es que ciertos males que no son de origen orgánico, provienen de la forma en cómo funciona la sociedad, por ejemplo: el estrés que produce la cultura de la competencia, la conflictividad permanente que vivimos en todos nuestros espacios vitales, incluyendo a la familia y la ansiedad por consumir que termina por deprimirnos cuando no lo podemos hacer en la escala que soñamos. Estas sociopatologías, qué sólo se curan modificando la forma en cómo funciona la sociedad, también se tratan con drogas: relajantes para el estrés, estimulantes para quienes no pueden con los conflictos y evasores para los frustrados.
Los productores de fármacos de la primera mitad del siglo XX, no vieron ningún problema en el hecho de que la gente se drogara para calmar sus males psicosociales. Los gobiernos no dictaron la prohibición de las drogas: ¡todo era legal! ¿Qué sucedió entonces? Resulta que los campesinos tercermundistas, productores de ciertos fármacos, digamos orgánicos, como la marihuana, el opio y la coca principalmente, decidieron entrar al negocio de medicar a la población y eso fue lo que no les gustó a los magnates de la farmacoterapia. Desde luego las cosas no fueron tan simples como las pinto, pero en esencia eso fue lo que marcó la línea entre las drogas legales y las ilegales.
La demanda de los productos del tercer mundo tuvo tanto éxito entre la desgraciada población de los países desarrollados, que comenzó a salirse de control y esto dio inicio a la guerra contra el narco y contra los tercermundistas. Por eso creo que lo que sucede en nuestro país no se resuelve sólo con las armas, hay que ir más allá, hay que cuestionar aquello que de raíz tiene que ver con el problema de vivir en una sociedad de drogadictos, legales o ilegales.
Por eso me interesó la película con la que comencé mi historia, porque muestra cómo se gesta la necesidad de cubrir, aun nuestras deficiencias naturales con alguna droga, si existe alguna con el efecto deseado, claro. Vivimos un mundo de la fantasía donde nos han hecho creer que con alguna droga podemos vencer hasta la ley de la gravedad. El pobre Eddie de la película se volvió drogadicto, porque con la droga pudo potenciar la inteligencia y el talento que le faltaban, pero todo era una ficción, horas después, Eddie volvía a ser el mismo o mejor escrito: él mismo.
Terminé de ver la película y eran ya las dos de la madrugada, me quedaban escasas tres horas para un sueño que no podía conciliar. Pensé en tomar un somnífero; pero el recuerdo de la película me disuadió. Me dije: un té de Tila soluciona este problema. Otra vez no, droga orgánica, ¡no! Recurrí a un cambio de actividad y el sexo fue la solución. Dormí como un bebé, precoz, pero bebé al fin.
Si no quieren ir a ver la película que motivó esta historia, pueden darle mejor uso a su tiempo haciendo el amor, de cualquier forma, ambos entretenimientos son clasificación C, no lo olviden.
Foto:Archivo/web