
¿Prohibido prohibir?
Oaxaca, Oax., 25 de enero de 2012 (Quadratín).-Aquí una pequeña lista de animales que merodean por nuestra casa y bien serían dignos de mejor suerte.
El zancudo. Todas las noches antes de dormir la mujer hurga por las esquinas de la recámara, por el baño y el comedor. Busca al zancudo que al zumbar no la deja dormir. Esta práctica viene desde su niñez, cuando los bichos voladores la dejaron una madrugada hinchada por los piquetes. Con la hinchazón del cuerpo no pudo ir al colegio, correr en el jardín y jugar a las muñecas con sus amigas. Desde esos días consagra las horas de su vida antes del sueño a la aniquilación del alado zumbador. Cuando casó, en su noche de bodas, el marido se resignó a llevar el resto de sus días una paciencia de santo antes del sueño. La mujer se trepó en la cama, sobre las cortinas y en el mantel de la pequeña mesa de la habitación para llegar a todas partes donde anduviese el alado. Esa noche de bodas, al hombre antes del amor le llegó el sueño y tuvo que concretar su vínculo matrimonial hasta el mediodía siguiente.
La mosca. No existe nada peor en el mundo para una honorable ama de casa que ver volar alrededor de su hijo una mosca, en la hora de la comida. Antes, cuando preparan los alimentos, soportan con resignación al negro animal alado, porque saben que nadie las está mirando. La mosca se puede posar sobre la carne que se marina antes del guiso, sobre las verduras o las frutas que están por lavar. Después, se equivoca de punta a punta la mosca si intenta traspasar la puerta que separa la cocina del comedor. La honorable ama de casa será su más fuerte enemigo. El territorio de la mosca es la cocina, el lavadero y ese espacio neutro entre secadero de ropa, depósito de basura o espacio para que la doméstica se saque los mocos sin que nadie la vea; el patio de servicio. La mosca es una perseguida política, la dejan estar cuando a otros les conviene y la aniquilan para quedar bien con algún determinado sector de nuestra sociedad, nuestra familia.
El perro. Todos los niños necesitan un perro, dicen los políticos. Así se les forma el carácter y adquieren sus primeras responsabilidades. Y luego nos dicen el nombre de los perros que fueron de su propiedad cuando niños, Layca, Pipo, Sultán. Pero estas aseveraciones sólo son publicitarias, ya lo sabemos. En realidad es necesario preguntarle a la mamá o a la señora que llega todas las mañanas a realizar el aseo de la casi qué piensan sobre los canes. Lo primero que dicen es ni pensarlo, un día nos desconocen y arrastran a mordidas con todas la familia. Otra dirá: con tal de que no sea indecente y haga sus cosas por toda la sala, el patio y el comedor, allá ustedes. Los perros son los más afectados por el impacto de los medios masivos de comunicación. En televisión aparece un niño con un perro limpio y bueno y educado que corre por un prado bien cortado. O en la radio la voz de una niña dice: ma se acabó la comida de perro. Y una madre abnegada responde que hay que pedir por teléfono al establecimiento las bolsas con el alimento. Nada más alejado de la realidad.
El pato. En la ciudad es imposible mantener a uno de estos animales en casa. Pero en la provincia sí, allá esa gente. De entrada estos animales son sujetos del bombardeo de los masa media. Nos muestran a un inofensivo patito en tono amarillo piolín con una bufanda roja amarrada al gañote que pide lo recuerden. Dicen los señores padres de familia que un patito va mejor con las niñas que con los niños. Las esposas escuchan hablar a sus maridos desde la cocina y le avientan miradas de inteligencia, sonríen. La verdad aparece cuando va el marido y la mujer y los hijos en el coche y el primero le dice a la segunda, un patito para mi nena. Y la mujer en tono de policía de esquina responde: no, ni pensarlo, son cagones.
El perico. Este verde y alado animal parlanchín ha sido tema de novelistas y cancioneros. No hay pirata con su pata de palo y su zurrón pajarraco en el hombro. Hasta un premio nobel de literatura lo hizo personaje que habló en latín, francés y otras lenguas de pendencieros y malvivientes. Merecen mejor suerte estos marinos sin navío. Cascorvos irredentos. Hablantines que gustan del café con leche donde remojan puntualmente su pan semita. Estos inseparables compañeros de ancianas y de hombres sin mujer, sin familia.
La tortuga. Desde la mitología griega se sostiene que estos pacientes reptiles sostienen el mundo. Pero todos sabemos que no es así. A una tortuga la dejas suelta en el jardín y aparece meses después en el patio de la vecina. De algo sirve esta ausencia. Así uno puede llegar con la vecinita y hurgar por su casa, y hasta en su cuarto de baño, para localizar al reptil. A principios de siglo se decía que estos animales comían culebras de agua, y las arrojaban para que pasaran el resto de sus días en el pozo.
La tarántula. Donde veas una araña peluda, mátala. Dice el padre al hijo, que ya despunta en mañas. Las mujeres exóticas las conservan como mascotas, y espantan a los hombres con ellas, pero esos son sólo una minoría. En la mayoría de las ocasiones, cuando la mujer la llega a ver, pega el grito en el cielo y le pide al hombre que esté más cercano que aniquile al bicho fiero. Siempre es así, la mujer repugna de la tarántula y viene un hombre a matarla.
La hormiga. Hasta la fecha no existe un niño sobre la tierra que no le haya sacado una pata a una hormiga. Otros, los más juguetones, hacen un agujero en la tierra del patio y las entierran. Instalan como catafalco del sepulcro hormiguero un vidrio de fondo de botella. Allí se pasan horas viendo los esfuerzos inútiles del animal por remontar su cristiana sepultura.
El ratón. Ya se sabe, grito y brinco a la silla de la mujer. Pero existen hombres que también les temen. Escribo ratón, no rata. Ratón porque esos son los que llegan a colarse a las casas del barrio, las ratas son esos enormes animales que se arrastran allá por los límites de la Central de Abasto y los mercados. Los ratones no, hasta mi hermana quiere jugar con ellos. Pero nuestra madre nos previene de ello, son animales transmisores de la rabia. Un día llegó a la casa un exterminador de plagas, Fernando, y nos dijo: cuidado con los ratones, porque principalmente son portadores de pulgas. Y desde entonces hacen falta sillas en la casa cuando aparece un ratón.
Los conejos. Tajante, mi madre dijo: no, a esta casa de Dios y María Santísima no entran; por impúdicos y promiscuos. Serán un muy mal ejemplo para los niños. Y mi padre regresó a la veterinaria con la jaula conejera y un lindo y hermoso par de orejones blancos.
Foto:Archivo