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Oaxaca, Oax., 21 de diciembre de 2011 (Quadratín).- Nació en el barrio de Marianao, en La Habana, Cuba. Hijo de músico a los 5 años de edad inicia sus estudios de saxofón y da su primer concierto en la Escuela Emilia Azcárate. A los 10 toca en el teatro Nacional, a los 12 entra al Conservatorio de La Habana. Este hombre genio de la música desde niño lleva el nombre de Francisco de Jesús Rivera Figueras, conocido internacionalmente como Paquito D Rivera, el virtuoso del saxofón alto y tenor, del clarinete.
Al leer la biografía de niño genio, infante superdotado para la música, de Paquito, que esta noche de miércoles 21 de diciembre se presenta en el Centro Cultural de las Artes de San Agustín, Etla, recuperé este texto donde me pregunto desde, en mi caso, dónde viene mi escritura: la creación literaria. Porque ya estamos muy creciditos para creer en la inspiración y en todos aquellos cuentos de musas.
Y no es yo fueses un niño genio para las letras; no, todo lo contrario. Era un alumno de los llamados burros o de lento aprendizaje; tenía problemas para fijar mi atención en la escuela, incluso reprobé tercer año de primaria.
No, mi interés es saber desde dónde se escribe o se produce la creación artística en la edad adulta. ¿La experiencia creativa desde dónde nos llega? Creo que se genera el arte desde los días felices de nuestra existencia, desde los días de la niñez. Aquí comparto el anticipado texto con ustedes: Sugar Daddy.
Si la literatura es tiempo y acción, vida humana, trato de recuperar en mis textos literarios el tiempo y el lugar de aquellas palabras que escuché al inicio de mi vida. Me explico: el ser humano que escribe es el cúmulo de palabras y acciones que escuchó en el vientre materno, desde que se gestaba su vida.
Lo que trato de establecer es una arqueología de la memoria, la mía, que intente sacar a la luz aquello que me constituyó cuando no contaba con conciencia.
Intento formular un escrito del regreso a la niñez, del regreso al vientre materno para desde ahí, desde esas palabras, emitir mi voz que se sumará al gran caudal que es la voz del género humano; emitido desde lo que conocemos como literatura.
A veces, sin que yo lo sepa, mientras escribo llego a enunciar una palabra, un vocablo, que genera en la escritura que realizo una serie de acciones para mí desconocidas en ese momento. Es en ese momento cuando el texto literario se revela como vehículo del conocimiento del espíritu humano, de aquello que realmente forma mi ser.
En escasa medida llegamos a saber sobre todo aquel universo que retenemos, guardamos, en nuestra memoria. Todo eso que nos conforma, que nos constituye. En ocasiones, durante la vida cotidiana, la figura de una mujer o el rostro de una persona nos llevan a realizar actos que nunca antes, conscientemente, pensamos haber realizado.
Con aquellas palabras que escuchamos en el vientre materno y que en nuestra edad adulta agregamos a una combinación infinita, formamos lo que se llama nuestra voz literaria. Nuestra voz propia. Desde ahí emitimos nuestra propuesta escritural, estética, desde aquella noche de sonidos que percibimos en nuestro estado no nato.
Creo que lo que en realidad combinamos en nuestra voz literaria son sonidos escuchados en nuestra época prenatal. Sonidos que fueron palabras, latidos del corazón de nuestra madre y aquel sonido sin par que fue la voz del padre.
Después de establecerse en nuestra memoria, aún no natos, esta mezcla primigenia, llegamos a adquirir lo que se da en llamar el bagaje cultural. A los primeros sonidos sumamos los sonidos, las palabras de nuestra vida adulta. Todo aquello que vamos recogiendo y sumando en nuestros días, voces y experiencias; conocimientos.
Así las cosas, considero que la escritura literaria es más memoria que razón. La razón, en muchos de los casos, entorpece la voz literaria. Así lo demuestran los escritos de los grandes autores: ellos son maestros en matar el ser para darle cuerpo, carne, a ese otro ser que se yergue desde la memoria hecho de sonidos, palabras.
Combinaciones infinitas entre el ser no nato, digámoslo así, con el ser cultivado, el adulto que escribe, van formando el estilo literario, la voz propia de cada autor, su estilo: la magia de poner la palma de la mano sobre una hoja de papel en blanco y levantarla para que, desde ahí, desde la nada, surja la obra: el personaje inolvidable, la trama que nos roba el alma.
Siento que retener sonidos, palabras, en nuestra memoria es un oficio que nos viene desde los primeros hombres que poblaron la tierra. Lo demás, sistematizar los escritos, almacenarlos en poemas, novelas, cuentos y dramaturgia, no es más que el obsceno acto de aporrear la máquina de escribir.
Donde surge la magia, el arte de decir emociones, ideas, pensamientos y sentimientos está en la memoria y el valor que se tenga para expresar su particular arqueología que abarca los meses en el vientre materno, los días de la infancia en que fuimos felices, dichosos.
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Hasta ahí mi interpretación del acto creativo en las artes. Desde ahí interpreto la creación de músicos y pintores, poetas y novelistas, cineastas y dramaturgos; fotógrafos.
Desde la existencia nonata. Paquito D Rivera confirma, con su arte, con su genio, estos puntos de vista.