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Periodistas del New York Times podrán utilizar IA de forma legal
Oaxaca, Oax., 14 de noviembre de 2011 (Quadratín).- La histórica derrota del PRI en el 2010 en Oaxaca representó no solamente la gran oportunidad para modificar el andamiaje jurídico-institucional heredado del viejo régimen, sino también para propiciar cambios de forma y fondo en el ejercicio del poder de tal suerte que se crearan las condiciones para sentar las bases de un nuevo régimen.
Once meses después de haberse iniciado el experimento, y de cara al balance que hará el jefe del poder ejecutivo sobre su primer año de gobierno, debe reconocerse que ese esperado golpe de timón no ha ocurrido: ni cambios en la esfera jurídico-institucional, ni transformaciones en el quehacer público. Y tampoco la ansiada paz social y gobernabilidad.
Sin embargo, y hay que subrayarlo, las oportunidades (y posibilidades) de cambio (interrumpidas, desviadas o inconclusas todavía) que surgieron con el arribo de Gabino Cué la gubernatura, hubiese sido materialmente imposible imaginarlo con un PRI como partido-gobierno.
No hay que olvidar que fue precisamente el alto grado de corrupción y descomposición de la clase política priista así como su propia división, y el acendrado autoritarismo de la nomenklatura ulicista, lo que empujó fuertemente hacia una alternancia política.
Urgidos de un cambio político y social que pusiera fin a la hegemonía priista y a sus malos gobiernos, la ciudadanía le apostó a un cambio de régimen por la vía electoral. Fue así como Gabino Cué, candidato de una amplia coalición electoral, llegó a la gubernatura. Y fue por esa vía también que se generó una nueva mayoría en el Congreso local.
Qué logros podemos enumerar ahora de ese gobierno electo democráticamente?¿Un nuevo discurso? Sí, pero que no siempre se ha correspondido con los hechos. ¿Mayor apertura institucional? También, aún cuando esa disposición al diálogo solo en los últimos meses se ha empezado a traducir en respuestas concretas a las demandas sociales. ¿Una nueva relación entre gobernantes y gobernados? Sí y No. Es afirmativo en tanto se han hecho intentos, por la vía de las audiencias públicas, por ejemplo, para atender demandas colectivas y personales, mecanismo que sin embargo puede agotarse rápidamente si estos espacios terminan por ser apropiados por los líderes de las organizaciones clientelares y toda clase de gestores políticos. Pero la respuesta también es negativa porque una nueva relación debiera expresarse no solamente en los discursos sino en una mejora sustancial en la atención y solución de los asuntos y problemas más urgentes de los oaxaqueños.
Contra lo que oficialmente se afirma en Oaxaca no existe un gobierno de coalición, pero sí un gobierno de composición, plural, producto de un arreglo entre el jefe del poder ejecutivo y el PAN, PRD, PT, MC y algunas organizaciones sociales y no gubernamentales. Sin embargo, esta pluralidad (que también está presente en la LXI Legislatura) no se ha reflejado todavía en un mejor gobierno ni en una mayor eficacia en el tratamiento de los asuntos públicos: la nueva Ley Orgánica del poder ejecutivo en muchos aspectos se ha convertido en una camisa de fuerza y en factor de disputas palaciegas en la administración estatal, y la inexperiencia, falta de sensibilidad política y excesiva tramitología en las secretarías responsables de liberar recursos y autorizar la asignación de la obra pública ha provocado grandes rezagos e incumplimientos al punto que resultó inevitable caer en el suberjercicio presupuestal.
Una nueva relación entre gobernantes y gobernados también implica el compromiso de respeto a los derechos humanos, punto en donde el gobernador Gabino Cué ha recibido reconocimientos. No obstante, hacia abajo, y sobre todo en las áreas de seguridad pública y procuración de justicia, la tortura como método para interrogar aún persiste al igual que el abuso de poder por parte de las corporaciones policíacas. Las imágenes y testimonios sobre la reciente incursión en San Miguel Chimalapas así lo evidencian.
Sin duda uno de los grandes logros del gobierno del cambio ha sido la aprobación, por parte de la LXI Legislatura, de las reformas constitucionales para modificar parcialmente el viejo aparato institucional.
Sin embargo, poco o nada se hizo en los seis meses que los propios legisladores se pusieron de plazo para trabajar en las leyes secundarias.
Urgidos ahora de un foro mediático y emplazados por el poder ejecutivo a la aprobación de un primer paquete de dichas leyes, las fracciones legislativas presuntamente coaligadas intentan convencer a sus pares del PRI para enmendar entuertos y aprobar iniciativas que en muchos casos ni siquiera han alcanzado a leer.
No obstante ya la publicidad oficial da como un hecho que Oaxaca cuenta con leyes de avanzada, producto de una amplia consulta popular.
El riesgo de un gobierno que desde un principio se resistió a empoderar a la ciudadanía y, en cambio, empezó a someterse a los usos y costumbres de las organizaciones clientelares y al sindicalismo magisterial (herencias del viejo régimen) es precisamente que bajo esas reglas se corre el riesgo de perder todo: respeto, credibilidad y autoridad para hacer respetar el estado de Derecho.
Los bloqueos de calles y carreteras, las tomas de oficinas públicas, la suspensión de labores administrativas y docentes, las disputas por el control de sindicatos, etc. han generado de nueva cuenta un escenario de conflictividad similar al que se vivía con los gobiernos priistas. Y todo esto porque a final de cuentas el modus operandi (y vivendi) de las organizaciones clientelares, sindicales, estudiantiles (vgr normalistas) y grupos de poder no se modificaron con el cambio de gobierno. La escuela de la presión y el chantaje le ha ganado terreno a la vía institucional y legal propiciando con ello la irritación social.
Frente a ello es evidente que hace falta revisar lo que desde dentro del propio gobierno no está funcionando, lo mismo para recuperar la gobernabilidad y la ruta del compromiso con la transición democrática que para empezar a ofrecer resultados tangibles de un gobierno que prometió ser diferente a sus antecesores.
El combate a la corrupción, una de las principales banderas de campaña, debe expresarse en el castigo a los exfuncionarios ulicistas que incurrieron en delitos contra el patrimonio y el erario público, pero también ponerle atención a las deslealtades y tráficos de influencias de quienes ostentándose indebidamente como amigos del gobernador ya siguen los mismos pasos de muchos priistas que se enriquecieron a manos llenas. Programas con sello gabinista como las cocinas comunitarias o los uniformes escolares (promovidas años antes por la sección 22 del SNTE) deben ser estrictamente vigilados por la Contraloría y transparentados en todas sus fases para evitar hoyos negros en su manejo.
Hace falta esclarecer los crímenes políticos cometidos durante el ulisiato pero de igual forma los asesinatos y violaciones a los derechos humanos que se han registrado en lo que va del gobierno del cambio. Los crímenes en Choapam, por ejemplo, no pueden quedar en el olvido, como tampoco los que desde el bunker ulicista se ordenaron durante el 2006.
Prácticamente agotado el primer año de gobierno, lo que ahora sigue es proceder a reordenar el gabinete; revisar las relaciones y compromisos del jefe del poder ejecutivo con el poder legislativo, con las dirigencias estatales del PAN, PRD, PT, MC así como con las organizaciones sociales, no gubernamentales y expresiones del PRI que apoyan su proyecto, y definir una estrategia para que la transición democrática no se quede en simulación.
Y en todo ello el apoyo e impulso ciudadano resultará indispensable.
Relanzar de nueva cuenta el proyecto transicionista es tan fundamental como garantizar orden y gobernabilidad para Oaxaca. Y más vale hacerlo ya porque la sucesión presidencial ya colocó al PRI en la posibilidad de retornar a Los Pinos y a la izquierda en un escenario de alta competitividad. Y en uno u otro escenario hacer un buen gobierno será factor clave para que la experiencia de la alternancia en Oaxaca no se convierte en debut y despedida.
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