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¿Lealtad a quién?
México, D.F., 9 de noviembre de 2011 (Quadratín).- El clima de violencia, el desgaste institucional, los enfrentamientos verbales y físicos, la guerra contra el delito o la sucia electoral, en los partidos políticos, en los gobiernos, anuncian tiempos más oscuros al país.
El caso de Michoacán, podrá ser muy rápido el resultado del sistema harvardiano de método del caso –que se utiliza en la maestría empresarial–, porque muchas de sus sorpresas podrán ser ejemplo de la que se ha de vivir en los partidos políticos, el gobierno y el país todo en los meses por venir.
El escenario político actual no garantiza a ninguno de los aspirantes a la presidencia de la República, por mucha delantera que lleven, aparentemente, que alcancen la nominación de su respectivo partido.
Hace unas cuantas semanas todavía las preferencias apuntaban a que, por el PRD el viable fuera Marcelo Ebrard; hoy, sin embargo, parece llevarle ventaja Andrés Manuel López Obrador.
En el PRI, la distancia entre Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones parece acortarse y cada vez son más quienes dudan que el ex gobernador mexiquense alcance el sueño por el que tantos han apostado. Beltrones ha propuesto más fondo que forma y ha logrado inocular que hay diferencia.
En el PAN, la ventaja notoria de Josefina Vázquez Mota puede nulificarse si la operación inducida desde diferentes frentes del panismo, incluida la residencia presidencial, alcanza para hacer crecer a Ernesto Cordero. Santiago Creel, como la profesora Elba Esther Gordillo, ya trabaja en eso de ponerle precio a su lealtad.
Al interior, los partidos están en ruta de colisión porque la educación cívica y la cultura política nacional favorece el esquema de ganadores y perdedores.
Desde los tiempos de la hegemonía priista se impulsó la percepción de que gobierna quien gana y se utilizó el sistema de cuotas a sectores y partidos. Es decir, la graciosa concesión, en vez de la justicia y la formación sólida de ciudadanía.
Una solución de coyuntura, como la propuesta por el senador Manlio Fabio Beltrones para construir un gobierno de coalición, suena más bien como una solución de largo plazo.
Más allá del explícito apoyo de Diego Fernández de Ceballos y de Cuauhtémoc Cárdenas, no se observa disposición para que este camino sea viable. Surge la pregunta: Andrés Manuel López Obrador, ¿aceptaría a panistas y priistas en caso de ganar? Lo harían Peña Nieto o Josefina Vázquez Mota o Ernesto Cordero?
Tiene razón Beltrones cuando denuncia que el esquema de gobierno actual es omiso o incapaz frente al crecimiento de pobreza, falta de educación, salud y bienestar, pero la propuesta choca con la realidad, pues adolece del mismo problema de siempre: se acuerda desde la cúpula y se olvida la base.
Hay 52 millones de personas por las cuales México no puede esperar más. Hay 52 millones de pobres. Esto marca la urgencia sobre la cual debe girar la construcción de los cambios tan necesarios en este país, subrayó el senador priísta. No creo que exista nadie en México que esté en desacuerdo en que el país empiece a tener tasas de crecimiento de 6 por ciento. O que esa tasa no sirviera solamente para beneficiar a algunos, sino que viniera a impactar a muchos de los mexicanos que hoy viven en la muy clara desigualdad.
Tiene razón y su propuesta lograr acercarse a Peña Nieto por la nominación, pero debe considerarse que el gobierno de coalición se sustenta en la madurez de los políticos que, primero, deben haber sido cabales ciudadanos, con los rasgos que forman su fisonomía, compromiso, responsabilidad y trabajo comprometido en favor del bien común, no solo de su interés particular o partidista. O sea, más política, menos administración.