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De la misma manada
¿Cómo sería si antes de entrar nos dieran un porrito y el espectáculo fuera con luz negra? A.R.
Oaxaca, Oax., 25 de julio del 2011(Quadratín).- La noche estaba fresca a pesar de las enormes bocanadas de aire que daba y del sudor que mojaba mi playera preferida.
Los escalones, simplemente mortales para poder llegar, pero valieron la pena.
En la meta, mis amigos, esos que te llenan de sonrisas diarias y un pase de contrabando para acceder a un momento histórico, del cual ansiaba tener parte
otros escalones más y por fin tendré un lugar en eso que a muchos sirve como instrumento de guerra política, pero que los habitantes de una ciudad que busca revivir, insisten en llamar su hogar.
Ahí, entre saludos y unos funcionarios perdidos, tomé asiento.
Las caracolas retumbaron en un escenario con traje blanco, con una manta que cubrió por casi dos horas los gritos, los flashes y la algarabía que significaba el inicio de una fiesta popular.
Sonaron nuevas voces de fondo, se estrenaron luces y un sistema de audio que perturbó a muchos, mientras las cámaras de televisión trataban de captar hasta los mínimos detalles para su transmisión.
Yo, como niño en dulcería, tomando fotos al por mayor, entre risas y vuelos a la imaginación con Jenny, mientras Ruben tomaba imágenes más profesionales.
Yo vine a divertirme, sudé para llegar y sufrí más para tratar de no caer en esos escalones que son el terror de todo aquel amante de un buen trago, por ello, decidí dedicarme a sonreír
El espectáculo transcurría, entre aplausos de un auditorio repleto, que abría la boca con cada pierna levantada de esos guerreros del nuevo milenio con trajes diseñados siglos atrás, con cada movimiento que dejaba ver cinturas y piel de esas niñas cuyo sudor sigue teniendo aroma de adolescentes.
Aplausos y más luces, que se estremecieron con el sonido de los fuegos pirotécnicos, que sirvieron únicamente de efectos sonoros para el juego de luces en el nuevo techado, ese que se estrenó con la historia triste, célebre y sangrienta de una mujer oaxaqueña.
Imagen que por cierto, debería dejar de ser tan cruda para un país donde la sangre se ha convertido en un color cotidiano, acompañado de dolor y abandono.
Y mientras, las luces no cegaban a nadie con sus formas simplistas, salvo la regresión que me ocasionaba, como un mal viaje con rolas de Amandititita, del cual desperté gracias a los aplausos que anunciaban el término de lo que sería una noche histórica para una ciudad que busca reinventarse, entre tanto político y aspirante a pequeño burgués como dijera mi amigo el Hammu.
Aproveché para tomar unas fotos más y despedirme de los amantes de la pluma y la acidez periodística, entre esos soñadores y uno que otro intelectual del mezcal.
De regreso a los escalones, ya no hubo caracolas, ni piernas, menos piel, en ese momento ya todo era frío y algo de susurros y comentarios de aquellos que caminaban a mi lado, como sombras perpetuas, como el nombre de esa mujer que te hizo gritar en una noche de enero.
Gracias y desgracias, eran lo nuevo, lo inn, el platicar de ese espectáculo de cada año, que el fin de semana estuvo cobijada con un manto blanco, su primera vez, bajo las sábanas, que como sexo en una película hollywoodense, terminó con la pirotecnia.
Bajé como pude
entre algunas gotas de una lluvia ligera, entre empujones y fríos sudores, entre extraños, entre miradas perdidas, con ansias de una cerveza o un mezcal para no desentonar. Bajé rendido, entre las risas de Eli y un vaso vacío de chocolate del buen Xavi, con Lore sin desperdiciar momento alguno para servir de guía, con mi garganta seca, con la sensación de un espectáculo que no terminó de sorprenderme, pero que no dejó de ser histórico.
@argelrios
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