
Déjate las drogas… ¡aguas con las gusgueras!
La historia en breve / Milenio
México, D.F. 25 de julio de 2011 (Milenio).- Al regresar de Ciudad Juárez, hace poco más de un mes, le comenté a Héctor Aguilar Camín que quizá lo más notable era la intermitencia. Un Juárez concurrido, pujante de día, y otro en el que soltaban al tigre apenas caía la noche.
Le voy a hablar para decirle que tiene razón. México es mucho más que su problemática criminal. Es un país, por ejemplo, capaz de producir un espacio como la ciudad de Oaxaca.
Ya en enero de 2009 traté de describir aquí la forma en que Oaxaca salía de la pesadilla del conflicto de 2006 para recuperarse como un espacio que bullía, vibraba, lucía su pulido sentido urbanístico y su sofisticado orgullo estético.
Pero lo que vi este fin de semana fue harina de otro costal. Miles de almas, jóvenes, viejos, niños en las calles abriendo paso a las bandas y bailarines que hoy inaugurarán la Guelaguetza. Un gobernador y un presidente municipal rodeados de simpatías, cariño.
Una monumental obra de recuperación del patrimonio, de esas que emocionan: San Pablo, el primer convento dominico, a espaldas del teatro Alcalá, a cuadra y media del Zócalo (una vez más la generosísima mano Harp); lugares rebosantes, Sergio Hernández y Rolando Rojas a la vuelta de la esquina, la fiesta de las Velas istmeñas en un salón (invitación rigurosa, pero cervezas a 10 pesos) que se transmuta en una alucinante secuencia de 300, 400 personas que bailan y bailan horas y horas al mismo tiempo. Colorido, elegancia, alboroto, talento, sensualidad.
Gente, en fin, que quiere divertirse, que sabe divertirse, a la que dejan divertirse. Gente con las ganas de vivir.
Por supuesto que las observaciones colectivas son las más erróneas de todas. Pero qué gloria saberse en un país donde Juárez no se ha rendido y Oaxaca brilla como brilla. Un mismo país.