El poder oculto de la autobiografía
Oaxaca, Oax., 13 de febrero 2011 (Quadratín).- El 4 de febrero no llegó ni antes ni después, sino justo a tiempo. La noche anterior cenamos en el nuevo negocio de nuestra amiga Victoria sobre la calle de Efraín R. Gómez en Juchitán. Un lugar con un amplio patio rodeado de plantas y árboles adornados con tubos de luces, como los que se usan ahora en temporada navideña. La mesa, montada de manera especial para la ocasión, estaba instalada en el corredor de la casa, al lado de la cocina, de modo que por la ventana que los comunica, uno podía observar el proceso de preparación de los alimentos.
Aunque Victoria estudió arte dramático, decidió incursionar en la cocina, donde la creatividad y el buen gusto, si se aplican bien, rayan en lo artístico. La inclinación le viene de su madre, Doña María Urbieta, quien durante toda su vida se dedicó a la ardua tarea de elaborar y vender garnachas en uno de los portales del centro de la población. Su trágica muerte a causa de una bala perdida que la hirió mientras cocinaba en su puesto de garnachas, dejó a Victoria marcada para siempre.
La Casa de María Urbieta es un edificio con techo de dos aguas, de tejas rojas en parte ennegrecidas por el paso del tiempo. Una amplia sala que fue a la vez recibidor, recámara y comedor, le da el toque ya nostálgico de las casas juchitecas. Las paredes recubiertas de un estuco blanco que después fue pintado de rosado, resistieron los más de cien años que tiene la casa de haber sido construida.
Cuando fuimos a su nueva cenaduría, entramos por la vieja casa de la madre de Victoria, la techumbre, afectada por las lluvias y el tiempo, estaba apuntalada por un mástil que parecía herir las enormes alas de un ave moribunda. Nuestra anfitriona nos contó que una noche mientras llovía, escuchó desde su recámara, que se encuentra en la parte trasera del predio, un estruendo que le hizo pensar que el techo se había venido abajo. Se santiguó, y se imaginó viendo el cielo estrellado por la oquedad, como en plegaria, se dirigió a su madre muerta diciéndole que la casa se había caído y que con todo el dolor de su corazón, tendría que dejarla así, al menos por un tiempo, en lo que el dinero necesario para la compostura llegara a sus manos.
A la mañana siguiente entró a la casa y se sorprendió al ver que el techo estaba donde debía estar y que por el contrario, el estuco que recubría las paredes de la casa se había venido abajo, dejando al descubierto algo que parecía un fresco pintado en color marrón y que en la pared de oriente presentaba dos columnas, al parecer jónicas, pues el capitel no se podía apreciar debido a que aún quedaban restos de estuco en la parte de arriba. Había otros detalles en el resto de las paredes que no se podían apreciar muy bien, pero sin duda, lo que más destacaba del conjunto eran las columnas. El hallazgo la dejó con la boca abierta. Nos dijo que se había puesto en contacto con algunos amigos para que trabajaran en la pintura e intentara rescatar lo rescatable, aún espera ayuda para restaurar el mural.
Todos los que fuimos a cenar, aun de noche, pudimos apreciar algunos detalles del fresco que me recordó la manera como decoran a algunos templos masónicos. Se lo comenté a nuestra amiga y le pareció plausible la hipótesis, aunque difícilmente comprobable, al menos hasta no tener totalmente restaurado el mural.
Después de contemplar el insólito descubrimiento, pasamos al agradable corredor de la casa de un estilo más moderno y nos dispusimos a cenar. Los mezcales y las cervezas aderezaron las garnachas que nos comimos esa noche. La plática sobre historias de amor, de hijos concebidos y presentados como ofrendas ante el ser amado, de mujeres que aman sin medida, me hizo recordar la novela de Ian McEwan: Amor perdurable (Anagrama, 2000), que narra la historia de una persona afectada por el síndrome de Clerambault, una enfermedad que provoca en el paciente una compulsión obsesiva de amar, centrada por azar en una persona, sin importar siquiera que sea del sexo opuesto. Es aquel un mal incurable que hace pensar si no será éste el verdadero amor, y no aquel efímero que muchas veces experimentamos las personas normales.
Nos retiramos ya tarde de casa de Victoria, todos con el estómago cargado y satisfecho y yo, además, con la cabeza puesta en otra historia de amor que conozco y que me dejó perplejo y dolorido. Antes de subir al choche, volteé a ver el frente de la Casa de María Urbieta
., aún estaba allí.
Dije que el esperado día cuatro llegó puntual, a las doce y un segundo, y así fue; todos en la casa de los Guerra nos levantamos temprano ese día, desayunamos variado y abundante. Después repasé mi intervención para la presentación del libro Oaxaca 2010, voces de la transición.
La mañana se fue volando, y por la tarde, a eso de las cinco, nos dirigimos a la Casa de la Cultura, anfitriona de la tertulia literaria de ese día. Actualmente, es el contador Vidal Ramírez Pineda el director de Lidxi Guenda Bianni (Casa de la inteligencia o cultura), y fue gracias a él y a su equipo de colaboradores que dispusimos de un bello escenario para la presentación de nuestro libro, pero no sólo eso, la publicidad, las invitaciones y el conseguir a un buen comentarista del libro, que fue el politólogo Manuel López Villalobos, se lo debemos todo a Vidal, a quien estaremos siempre agradecidos.
La Casa de la Cultura de Juchitán, fue un tiempo la sede de la Escuela Secundaria Técnica Industrial No 34 y gracias a su remodelación en la que jugaron un papel importante Francisco Toledo y Sofía Musalem, se fundó lo que ahora es Lidxi Guenda Bianni. Hace unos meses la Casa de la Cultura sufrió cambios para bien: cuenta ahora con un nuevo teatro, donde se hizo la presentación de nuestro libro, y está decorada con un colorido que reboza alegría. La construcción tiene amplios corredores, cuyas gruesas columnas rectangulares le dan un aire románico al conjunto que transmite paz y sosiego al alma.
Mientras llegaba la hora de nuestro acto, disfrutamos en el patio la danza de unos chicos de Juchitán, que bailaban la sandunga, mientras otros jovencitos venidos de Coatzacoalcos (el istmo veracruzano) observaban el baile que se hacía en su honor. Bello cuadro ese, donde unos muchachos istmeños se muestran sus artes y enriquecen su cultura, complementándola con la del otro.
Dieron las seis y comenzamos puntualmente la presentación del libro. La conducción corrió a cargo de Ulises Hernández Luna, a quien agradezco su amabilidad y corrección. En el presídium nos acompañó Vidal Ramírez Pineda, escoltando a Manuel López Villalobos, estuvimos Claudio Sánchez y yo.
Después de los comentarios que se acostumbra hacer para alentar a los eventuales lectores a comprar el libro, escuchamos varias participaciones del público que en todo momento mostró interés en la obra. Los ejemplares que llevamos para la presentación se agotaron y nos pidieron más.
El acto terminó alrededor de las ocho y media de la noche, nos fuimos contentos y satisfechos de los resultados. Promover la lectura de un libro, es, en cierta forma, promover la lectura en general y eso nos compromete aún más; México transitará mejor y más rápido hacia la democracia, en la medida en que su población sea mayoritariamente lectora. Que de ello no nos quede la menor duda.