Ignacio Ovalle: ningún cargo público, pero sí protección
Colaboración de Samael Hernández Ruiz
Oaxaca, Oax. 12 de febrero 2011 (Quadratín).-Después de visitar San Mateo del Mar, el tercer día de nuestra estancia en el Istmo de Tehuantepec lo pasamos en Juchitán. Esperábamos la llegada de Claudio Sánchez, quien además de presentar el libro Oaxaca 2010, voces de la transición, pretendía tomar algunas fotografías para una obra que tiene en preparación, así que reservamos las entrevistas con las personas con quienes haría las sesiones de fotografía y pensamos invitarlo a comer a Xadani.
Xadani es una población cercana a Juchitán cuyo nombre significa: bajo la montaña o al pie del cerro, es famosa en la región por sus totopos (gueta biguíi), pero creo que pronto lo será por toda su comida. En Xadani se puede disfrutar de una variedad de pescados al horno de un sabor exquisito, queso y camarones frescos, hueva de lisa, atole de maíz, chocolate o champurrado y pan. Cuando la temporada lo permite, se pueden saborear algunas carnes deliciosas como las de venado y conejo.
La gente de Xadani es amable y hospitalaria, pero hay además un detalle importante para estos tiempos de crisis: lo que allí podemos consumir, es muy barato. En esta población vive un entrañable amigo, que por respeto a su privacidad no menciono su nombre. Lo importante es que ahora realiza una investigación sobre la presencia de las matemáticas en la cultura zapoteca. Una buena parte de su estudio tiene como objetivo encontrar o construir los términos zapotecos que refieran a los correspondientes conceptos matemáticos en español, con el propósito de facilitar la enseñanza y el aprendizaje de las ciencias en lengua zapoteca.
Como Claudio difirió su llegada a Juchitán para el viernes cuatro de febrero, la visita a Xadani no pudo realizarse; pero de cualquier forma, aprovechamos para invitar a varios amigos a la presentación de nuestro libro, revisamos las novedades en la pequeña librería de la Casa de la Cultura de Juchitán y logré adquirir un ejemplar de la obra póstuma de Macario Matus: La revolución en Juchitán (2010, Conaculta-Gobierno del Estado de Oaxaca), una serie de entrevistas con personajes que participaron o fueron testigos presenciales de la rebelión de José F. Gómez, Che Gómez, testimonios acerca del general Heliodoro Charis Castro y otros personajes de la revolución; está por demás decir que es de obligada lectura.
Ya cerca de las dos de la tarde, decidimos trasladarnos a uno de esos centros de cultura que en Juchitán llaman cantinas. No sé por qué, me acordé de los pubs de los malogrados ingleses, quienes sacrificaron a Oscar Wilde (1856-1900), uno de sus más brillantes escritores, por el supuesto delito de ser homosexual, hecho que en Juchitán nunca hubiera ocurrido. Quizás me vino el recuerdo porque es frecuente que en los bares atienda la mesa un muxe, pero no fue nuestro caso.
Llegamos a la cantina y entorno a la mesa estábamos: Moisés (Ches) Cabrera, Víctor de la Cruz, Margarito Guerra, Juan Guadarrama Méndez, Sergio Flores, Rey León y yo. Como es costumbre en esos lugares, hablamos de todo y de nada, pero poco a poco, conforme las cervezas, las botanas y mezcales fueron acumulándose en nuestros cuerpos, algunos temas tomaron forma. El primero, casi inevitable, el de las mujeres, pronto cedió sitio al segundo, el de los recuerdos personales y anécdotas divertidas, el tercero fue casi obligado: el zapoteco o didxazá. Cuando un grupo de juchitecos se reúne, al principio o al final, pero en algún momento surge la necesidad de reflexionar o dialogar acerca de las palabras que necesitamos para expresarnos mejor en nuestra lengua; palabras que hay que descubrir o inventar, pero nunca dejar al olvido.
En ese ambiente de risas y bromas, surgió el tema de una reciente publicación de Víctor de la Cruz: Ti Libana Nucaachi Lu. Un discurso matrimonial escondido (2010, Carteles Editores). Para quienes no son de Juchitán, ni hablan el zapoteco, y tampoco son profesionales de la lingüística, debo explicarles brevemente que en la búsqueda de palabras primordiales del didxazá, las canciones, dichos, versos sueltos y sermones, son una fuente inapreciable, porque además de poner al descubierto vocablos o expresiones olvidadas, permiten recuperar su posible pronunciación original.
El sermón que Víctor de la Cruz recupera de su padre y publica en el folleto citado, revela la manera en cómo los antiguos sacerdotes zapotecas santificaban el matrimonio; pero lo más interesante, es que muestra la existencia de un lenguaje esotérico, en el mejor de los sentidos, es decir, una forma de hablar con cierta significación literaria que sólo los iniciados comprenden y que plantea verdaderos retos a la semántica de algunas expresiones.
Este puede ser el caso de una misteriosa palabra: gabi, que en el contexto del sermón, podría indicar redondez, pero no cualquier redondez, sino aquella referida a la tierra, y yo iría aún más allá: a una convexidad de la tierra.
Cuando uno piensa en nuestro planeta, se imagina una pelota, una esfera cuya superficie azul y marrón es cóncava; pero esa misma esfera, vista desde dentro, muestra una superficie convexa. Gabi podría significar la redondez de una tierra que es habitada por dentro, como una esfera hueca, o de una esfera contenida por otra, desde cuya superficie puede apreciarse el cielo convexo que la cubre.
Pero todo aquello fue mera especulación, producto de una plática de cantina. Lo cierto es que en aquel momento, saturados de vino y de botanas, nos sentíamos capaces de desentrañar los más profundos misterios del cosmos.
En lo más animado de la tertulia, las copas en alto y las voces en cuello, los celulares comenzaron a sonar, la realidad nos hizo abandonar no sólo la plática, sino también aquel templo de Atenea y de Dioniso. Las esposas reclamaron su parte del festín y alegres, las llevamos a cenar al nuevo negocio de una amiga. Pero eso será acaso, motivo de otra historia.