Un siglo por la paz
Oaxaca, Oax. 21 de diciembre de 2010 (Quadratín).- Según datos de la Secretaría de Salud de Oaxaca el cáncer cervicouterino en el año 2009 representó la primera causa de muerte en mujeres oaxaqueñas de 25 años en adelante, falleciendo cerca de 200 mujeres anualmente, siendo una enfermedad potencialmente curable si es detectada a tiempo.
Los datos, números y estadísticas son necesarios para darnos cuenta de la dimensión de esta problemática de salud pública, pero también hay que reconocer que son fríos y muchas veces no podemos comprender exactamente qué es lo que pasa en la vida de esas mujeres y de las familias que engrosan esos datos oficiales.
Enfrentar el cáncer no es sencillo puesto que genera muchos cambios y pérdidas alrededor, sin embargo, existen poblaciones vulnerables en donde la enfermedad resulta aún más difícil de afrontar debido a las pobres condiciones en las que viven.
En anteriores trabajos hemos presentado extensas cifras sobre el cáncer cervico-uterino en Oaxaca, por lo que en este artículo el objetivo es mostrar una de tantas historias de mujeres indígenas que enfrentan la batalla en la lucha contra el cáncer, con el fin de generar conciencia en la población, en las instancias de gobierno correspondientes, en los profesionales, para así trabajar y participar conjuntamente contribuyendo a disminuir dicha problemática.
La historia que narraremos fue autorizada por la paciente, los nombres que aparecen en la misma son ficticios.
María y su lucha contra el cáncer de cérvix
El puño calloso de Fernando sonó seco en el rostro de María. El golpe la tiró y dejó la aturdida tendida en el piso de su humilde vivienda. Ella le explicó una y otra vez que no la podía tener en su lecho, tenía cáncer de cérvix y el dolor y sangrado transvaginal eran muy intensos. Él alegó ante sus familiares que se lo merecía, no había más argumentos validos para el campesino de 55 años.
A María le rondan los 54 años, indígena del Distrito de Choapam, Oaxaca. Se dedica a las labores del hogar, tiene siete hijos, uno de ellos radica en la Unión Americana, del cual depende económicamente.
María no domina el español, su lengua madre, el chinanteco, es con la que se comunica, por lo que muchas veces no entendía a los médicos y tenía que ser auxiliada por un traductor familiar, que tampoco entendía del todo las características de la enfermedad y los tratamientos que María necesitaba para tratar el cáncer.
María no entendía el porqué había enfermado, muchas veces lo atribuyó a brujería o mal de ojo acudiendo a métodos de medicina tradicional y de chamanismo, lo que hizo que perdiera tiempo valioso y la enfermedad avanzara.
Sus primeros acercamientos a la clínica de salud fueron con miedo y con vergüenza, además de que su marido era renuente a que una persona ajena a él tuviera que revisar las partes íntimas de su mujer, pero los dolores en el abdomen, el flujo vaginal, el dolor al tener relaciones sexuales y sangrado después de la actividad sexual, la obligaron a buscar el auxilio de la medicina.
Por tres años consecutivos a María le realizaron estudios de papanicolau y nunca le diagnosticaron enfermedad oncológica. Su último estudio salió sin malignidad, sin embargo, cuatro meses después presentó sangrado transvaginal abundante, lo que la asustó mucho.
Frases de los médicos como Está usted bien señora. No es nada grave. Todo salió perfecto terminaron por hartarla y la obligaron a contratar los servicios de un médico particular, quien finalmente le diagnosticó cáncer cervico-uterino.
María acató las indicaciones de los tratamientos que requirió y se mudó a la capital del estado para ser atendida, por supuesto, tanto su vida como la de sus hijos cambió radicalmente.
A su esposo le explicó una y otra vez que no podía tener relaciones sexuales con él durante los tratamientos, ya que esa indicación le habían dado los médicos, pero él en su ignorancia nunca lo entendió y argumentó que ella lo engañaba y sólo se respaldaba con golpes y violencia verbal y psicológica.
Tanto la enfermedad como los tratamientos que María recibió fueron difíciles, debido a que originaron múltiples pérdidas, como cambios en sus actividades diarias, estar lejos de sus hijos (lo que para ella fue lo más duro), adaptarse a una ciudad que le generaba miedo. No sabía leer y eso dificultó su traslado hasta el hospital, puesto que tuvo que preguntar a la gente las rutas de los autobuses.
Además, se encontró sumergida en un medio hostil que no compartía ni su lengua ni sus creencias y experimentó problemas económicos.
Afortunadamente, María pudo concluir sus tratamientos. En varias ocasiones expresó la idea de abandonarlos pero un asesoramiento Psico-Oncológico le ayudó a comprender la enfermedad, la importancia de concluir su tratamiento y a aceptar los cambios, logrando que María siguiera luchando, así mismo, el apoyo que le dieron sus hijos fue fundamental para seguir adelante.
El caso de María refleja la realidad de muchas de nuestras mujeres que viven en condiciones de pobreza, marginación, analfabetismo, además del machismo y el abandono de sus parejas, que son otros de los problemas que ellas tienen que enfrentar.
Aparte de estas barreras socioculturales se agrega en muchos de los casos la falta de una adecuada capacitación por parte de los profesionales de la salud, que si bien están trabajando y se han logrado avances, es evidente que aún existen fallas importantes en la cultura preventiva.
Por lo que se exhorta a las instancias encargadas a invertir esfuerzos y tomar en cuenta las barreras culturales, de lengua, cosmovisión, creencias religiosas para lograr una mayor participación de mujeres indígenas en programas de salud.
De igual forma, es necesaria la capacitación y entrenamiento constante del personal de salud, sobre todo de primer nivel para mejorar los procesos de detección temprana y así, evitar más casos como el de María.
*La autora es Psico-Oncóloga graduada en la Universidad Complutense de Madrid, miembro de la Asociación Americana de Oncología y ejerce actualmente su profesión en la ciudad de Oaxaca
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