Un siglo por la paz
Oaxaca, Oax. 17 de diciembre de 2010 (Quadratín).- Un año entre muchos años, Santa Claus decidió adelantarse un poco al 24 de diciembre, fecha en la que, como todos sabemos, este personaje entrega regalos a muchos niños de México y del mundo. Se preparó comprando todo aquello que le fue solicitado: muñecas, ropa, carritos, Lap tops, videojuegos, Ipods, pistolas de juguete, etcétera.
Estaba bien abastecido, para que una vez que llegara el día de entregar los regalos no tuviera que regresar a Canadá, de donde todos sabemos que viene Santa Claus, pues tenía la pretensión de vacacionar unos días en México.
Pero, por nada del mundo podía fallarles a los niños que con tanta ilusión esperaban ese día. Ciertamente, algunos de ellos siempre tenían los juguetes que querían durante todo el año, pues sus padres, por tener dinero, les cumplían el más mínimo deseo. La mayoría de estos, recibían también sus regalos a fin de año.
En cambio, otros, aunque los merecían, los pedían y los necesitaban, nunca recibían nada. Quizás porque a Santa Claus se le pasaba o se le acababan los regalos.
Santa pues, revisó la carroza en la que realizaba su viaje cada año y comprobó que, salvo detalles, podría servir para realizar otra vez su tarea. También tuvo cuidado de ir a ver a sus renos y vio que estaban en óptimas condiciones para emprender el viaje.
Una vez hecho todo esto, se sintió confiado y seguro, sus vacaciones en México serían seguras, podría visitar algunos lugares que siempre le habían llamado la atención y que nunca, por la premura del tiempo, había podido visitar.
Siempre, durante una noche, tenía que surtir todos los regalos solicitados por los niños y para ello debía viajar a velocidades vertiginosas. En la madrugada terminaba agotadísimo, solamente con ganas de descansar durante un año, a la vuelta del cual tendría que volver a hacer lo mismo.
Por eso había decidido viajar algunos días antes del 24, para tranquilamente poder conocer aquellos lugares que imaginaba interesantes. Sólo consideró que había un pequeño inconveniente. Al no ser 24 de diciembre, fecha en la que podría volar sin permiso, tendría que viajar por carretera. Lo que finalmente no le pareció tan grave. Atravesaría Estados Unidos y luego México hasta llegar a Veracruz donde quería visitar El Tajín, ir al puerto y llegar hasta Catemaco, famosa por la belleza natural de sus paisajes y por lo brujos que dicen adivinar la suerte, curar males, neutralizar brujerías y hacer todo tipo de milagros siempre y cuando quien pretenda curarse, conocer su futuro o protegerse, les pague una suma significativa de dinero.
De ahí, pensaba escoger otras rutas que le permitieran conocer lugares históricos o arqueológicos verdaderamente importantes.
Cargó pues, todos sus juguetes y lo necesario para el viaje y emprendió el camino. Ingresó a E.U. y cruzó las carreteras de este país. Mientras pasó por territorio estadounidense su recorrido no llamó mucho la atención, pues en este país abundan tipos estrafalarios cuya salud mental, deja mucho que desear.
Luego, pasar la supervisión de la aduana del lado Yanqui tampoco fue problema. Los problemas iniciaron al pasar al territorio mexicano: primero tuvo que esperar más tiempo de lo debido, después revisaron su carroza minuciosamente y a los renos hasta por debajo de las patas y le preguntaron hasta de qué se iba a morir. Después de una burocracia agobiante los agentes aduanales, quizás juzgándolo maniático o loco, lo dejaron pasar.
Santa Claus pudo al fin seguir su camino. Empezó a recorrer México, rumbo a Veracruz. Pero entre los mexicanos, su presencia si empezó a causar curiosidad y extrañeza. Aunque se conocía la figura y existencia de este personaje, consideraban prematura su presencia en estas fechas.
En algunos lugares, los niños se arremolinaban a su paso y le pedían, aunque no fuera 24 de diciembre, cuando menos una foto con él y sus renos. Todo marchaba a fin de cuentas como lo había pensado, salvo el incidente de la aduana.
Continuó adentrándose en territorio mexicano, ya llevaba algunos días de marcha y se mostraba complacido. Pero, ese medio día, cuando disfrutaba del paisaje que podía observar desde su carruaje, más o menos en el km 125 de la carretera a Ciudad Victoria, repentinamente recibió una orden tajante, transmitida por un potente altavoz
¡Al conductor del carruaje café, oríllese a la orilla! ¡Detenga su unidad y salga con las manos en alto!
Santa Claus no entendió en un principio de qué se trataba, pues, según él ¿Quién no conocía o no sabía quién era Santa Claus y cuál era su función? Había pensado, quizás erróneamente, que por tratarse de quien era, no tendría ningún tipo de problemas, pues consideraba que su altísima reputación lo dejaba ajeno a cualquier tipo observación o sanción que se le quisiera aplicar.
La orden volvió a repetirse y entonces Santa, entendió que era a él a quien se le conminaba y tuvo que obedecer. Jaló la rienda a los renos, los sacó de la carretera y se dispuso a ejecutar lo ordenado.
Se sorprendió grandemente cuando al bajar observó a una patrulla, era de la federal de caminos, cuyos dos tripulantes habían descendido ya. El chofer le apuntaba con una pistola nueve milímetros y el copiloto con un R15 equipado con rayos infra rojos. Volvió a recibir otra orden.
-¡Párese junto a su vehículo y ponga las manos sobre el capacete!, Santa Claus consideró que no tenía otra opción y tuvo que hacer lo que se le ordenaba. Los oficiales se acercaron y uno de ellos lo revisó con la mano izquierda, pues con la otra empuñaba su pistola de cargo.
Una vez hecho esto se le ordenó nuevamente. ¡Muéstreme sus documentos!
Santa Claus, no supo qué hacer, pues nunca nadie, en ningún lugar lo había tratado de esa manera y tampoco nunca se le había ocurrido que alguien le fuera a pedir, algún día, documentos. ¿Documentos?, ¿Para qué, por qué o de qué?, no entendía nada y decidió explicarle al oficial de la PFP de manera afable y cortés quien era y qué pretendía hacer. Así lo hizo, pero lo único que obtuvo fue que el oficial lo mirara con desconfianza, y con una mueca de burla, le dijo: Mire amigo, si yo le creo a usted que es Santa Claus, entonces usted tiene que creerme que yo soy el lobo feroz, ¿Cómo la ve? ¡En esas estamos¡