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**La muerte, la sola idea de la muerte, me consterna me prosterna. Muero cuando muere un hombre. Aunque todos los días cavo mi sepulcro no quiero que llegue la última paletada** / Andrés Henestrosa, tomado del libro Agua de tiempo
Presentación
Oaxaca, Oax. 12 de enero de 2008 (Quadratín).- Debido a la gran importancia del escritor istmeño en la literatura mundial, este medio de comunicación le rinde un pequeño y humilde tributo, reproduciendo una entrevista que ofreció hace un año a esta reportera con motivo de la celebración de su Centenario.
En este trabajo: Celebrando a Henestrosa en sus cien años, el controvertido istmeño habló de la muerte que lo acechaba pero no lo atrapaba. De la vida que tanto amaba, de sus amigos, de su gran amor, de su madre y de sus enemigos. La entrevista se realizó en su casa de la ciudad de México en un día de octubre del 2006.
Mucho se escribió sobre Andrés Henestrosa, cientos de litros de tinta se vertieron para estudiar al indio que salió de San Francisco Ixhuatán siendo barro y regresó convertido en bronce(1).
En cientos de hojas se explicó el trabajo literario del hombre que nació un 30 de noviembre de 1906 y en el 2006 cumplirá un siglo de vida.
Cientos de horas ofrecieron hombres de letras al análisis de sus dos más importantes obras: Los hombres que dispersó la danza (1929) y El Retrato de mi madre (1940), la primera catalogada junto con los libros La tierra del faisán y del venado (1922) de Antonio Mediz Bolio y Leyenda de Guatemala (1930) de Miguel Ángel Asturias, como la más importante obra de la literatura indigenista de principios del siglo XX.
El segundo libro junto con La visión de Anáhuac de Alfonso Reyes y Canek de Ermilo Abreu Gómez, es la obra mexicana más veces editada.
Cientos de estudios se enfocaron a la vida del zapoteca-huave que nació con el susurro de la revolución mexicana y que un caluroso día de 1921 dejó a su madre Tina Man y emprendió su viaje a la Ciudad de México con sólo 30 pesos en la bolsa y una muda de ropa. Cientos de líneas le dedicaron al joven que gracias a Antonieta Rivas Mercado pasó de la manta a la sabana holandesa del tepache a la champaña de la mezclilla al casimir inglés.
Miles de cientos de segundos le brindaron historiadores de la cultura mexicana al indio que en 1936 fue becado por la Fundación Guggenheim de Nueva York para realizar estudios acerca del significado de la cultura zapoteca en América. Cientos de entrevistas efectuaron periodistas al fundador de revistas y periódicos como Neza (1935-1937), Letras Patrias (1954-1958) y Mar abierto (1985).
Podríamos enumerar cientos de logros en la vida y obra del hombre que durante más de medio siglo fue objeto de estudio, admiración y envidia, pero siendo este trabajo un humilde homenaje a sus cien años de vida, le dejamos a él las palabras, las cuales fueron vertidas en una entrevista efectuada en su casa de la Ciudad de México.
I
Si quieres que no te olvide
La primera vez que conocí a Andrés Henestrosa tenía tan sólo 15 años. Como extraño regalo de cumpleaños mi papá me llevó a verlo a la Ciudad de Oaxaca, en donde presentaba su libro Agua de Tiempo, recopilación de todos los artículos que escribió para el periódico Novedades por 31 años. En esa ocasión mi padre hizo el enorme esfuerzo de comprarme el libro para que él me lo autografiara. Como todos los invitados me forme y esperé mi turno.
Después de media hora llegué hasta él. Los más de ochenta años que marcaban su calendario personal no le impedían empinarse copas de mezcal en un dos por tres, tampoco le impedían coquetear con las jóvenes que fungían como edecanes. Me miró y sonrió, con una excelente caligrafía me escribió en la primera hoja del libro Cuando seas grande encontrarás un libro no como éste, sino mejor. Lo sé y efectivamente me encontré con mejores libros desde entonces, pero ese primer acercamiento con el recreador de las historias del conejo y coyote, que mi papá me contaba de niña, fue mi mejor regalo de cumpleaños.
Con el paso de los años, ya avanzada en edad, volví a ver a Henestrosa, es esa ocasión lo visité con un amigo en su oficina, ubicado en el centro histórico de la Ciudad de México. Sin perder la costumbre llegué al lugar sin hacer cita, por suerte me recibió sin protestar. Recostado en su sofá, rodeado de libros me sonrió. En esa ocasión fui a pedirle un apoyo económico para editar el primer número de una revista cultural que creaba con otros jóvenes juchitecos.
Me tomó de la mano y me dio un beso en la mejilla, yo no me resistí para nada. Él, al ver a mi amigo le preguntó inmediatamente sin soltarme la mano.
-¿Es tu hermana?- No, le respondió mi amigo.
-¿Es tu novia? No, le volvió a decir.
-¿Es tu esposa? y nuevamente el tímido No se escuchó en el cuarto.
Me miró sonriente y durante la hora que estuve platicando con él me acarició la mano gentilmente, yo gentilmente no protesté.
Del apoyo por supuesto que no recibí nada, me fui maldiciendo y de coraje le robé un libro de su amplia biblioteca, libro que luego obsequié a mi amigo y que le ayudó muchísimo en su formación literaria. Aún con esa decepción, en el fondo, estaba feliz porque había conversado con uno de mis escritores favoritos.
El tercer encuentro con Henestrosa se dio cuando realicé esta entrevista especial en homenaje a sus cien años de vida. Por una hora me perdí con el mismo amigo por la gran capital buscando la calle Andrés Henestrosa (antes Ahuehuete). Llegamos a la casa del escritor ixhuateco con media hora de retraso a la hora fijada por su hija Cibeles, ésta nos recibió sin rezongar.
Nuestra llegada perturbó la tranquilidad del hogar que durante años compartió con su gran amor Alfa Ríos. Henestrosa al sentir nuestra presencia en la sala de la casa gritó a todo pulmón desde su cuarto.
-¿Quién es?
-Son los periodistas que vienen a entrevistarte, le contestó fuertemente su hija.
-Ha estado un poco enfermito últimamente. Tiene tos. Nos informó mientras nos conducía hasta su cuarto. Después de algunas recomendaciones nos dejó con él.
II
Niña cuando yo muera
Después del riguroso saludo, Henestrosa sin levantarse de su cama me abrazó como si fuera una gran amiga suya, yo no tuve más opción que responder. Me ofreció dos besos en las mejillas y agradeció la visita, por supuesto que no se acordó de mí ni de mis anteriores encuentros con él. En pijama, en su cama y ayudado con un aparatito colocado en su oído derecho nos escuchó atento y respondió nuestro cuestionario lo más lúcido que pudo, aunque en varios momentos la terrible tos que le afectaba, la lentitud y casi sepulcral voz; la sordera y las trampas de la memoria dificultaron la entrevista.
Roselia Orozco: ¿A sus cien años, Andrés le teme a la muerte?
ANDRÉS HENESTROSA.- A pesar de que espero la muerte, le tengo mucho miedo. Hay noches en que no puedo dormirme, pero duermo bien. Despierto a las nueve, me llaman para desayunar y luego regreso a la cama a leer. Siempre he leído un libro, tengo esa buena costumbre, no hay pena, no hay dolor con la lectura de un libro. (Una flemática tos lo detuvo unos instantes. Después de unos segundos una respiración lastimera salió de él, la cual lo acompañó durante toda la entrevista)
Yo le tengo mucho miedo, pero mientras espero, no queda otra cosa más que travailler
travailler travailler (trabajar, trabajar, trabajar)
RO:-¿Qué es lo primero que piensa Andrés al despertar?
AH- Pienso que he vivido o he muerto un día más. Me gusta la luz del día cuando se asoma por la ventana en el momento en que la muchachita (sirvienta) recorre la cortina y veo la luz de Dios, y es ahí cuando le juro a la vida amarla y defenderla, serle útil a mis semejantes
Aún en este instante la espero (la muerte), no sé la fecha exacta pero llegará
mi mamá vivió 103 años, yo viviré 111, me gustan los números iguales
RO-¿En cien años Andrés escribió los libros que quiso? ¿Tuvo los amigos que quiso?
AH-No, sólo fueron aproximaciones a lo deseado, pero sí he leído lo que he querido
Durante cien años he tenido muchos amigos, pero ya ninguno vive, sólo me queda el consuelo de que se me adelantaron en el camino, zanirucabe ( están encaminados)
De mis amigos sólo veo cruces y sepulcros
tuve amigos como los años, entre ellos Rivas Mercado
RO-¿Le dolió su muerte?
AH-Rivas Mercado me ayudó mucho. Un día llevé a mis amigos a su casa, ella les tocó música clásica, mis amigos fingían que estaban entendiendo, entonces le dije- señora toque uno que entiendan mis amigos, algún corrido, algún vals mexicano- ella sólo se rió
me ayudó mucho, con ella viví a la francesa, en su mesa nunca hubo frijoles ni tortillas
Su muerte es difícil de explicar. Después de la derrota de Vasconcelos se fue con él a Francia, allí vivieron pobremente. Vasconcelos entregado a su labor filosófica. Él tenía amigas pasajeras y la dejaba sola, pero Antonieta seguía con sus ilusiones.
Un día le preguntó- Oye Pepe ¿Tú verdaderamente me necesitas? En vez de contestar el hombre y tomarla en sus brazos y darle un beso, le dijo el filósofo- Nadie necesita de nadie
a la media hora se pegó un tiro. Yo me enojé mucho con su memoria, porque entonces el suicidio para mí era un signo de cobardía, era falta de fuerza, de enfrentarse con la realidad, siempre cruel, siempre dura
ahora ya me reconcilié con ella.
RO–¿Durante un siglo cuáles han sido las virtudes y las debilidades de Andrés?
AH-Virtudes muy pocas, debilidades, todas las debilidades humanas
al final de la vida uno se da cuenta de todo eso. La muerte da zancadillas en el camino, por eso hay que estar preparado y poner en practica nuestras virtudes, nunca está de más dar consuelo al que sufre, dar un pedazo de pan al hambriento, un consejo cuenta mucho… Un día estando en Ixhuatán, recién muerta mi pobre mujer, estaba dispuesto a ponerle fin a mi vida. Mientras escribía una carta de despedida llegó un muchachito a mí. Miguelito Pérez se llamaba, trajo su guitarra y me cantó una canción que oí cuando era niño, pero agregaba un estribillo que no tenía la canción
(Don Andrés cantó) Allí va la despedida/como San Pedro en Roma/Entre tantos gavilanes quién te cogerá paloma/, con esas palabras me salvó, porque estaba dispuesto a suicidarme. Llegó milagrosamente, después adquirí conformidad.
III
Canta La Martiniana, mi vida
RO- ¿Te acuerdas de Tina Man (su madre)?
AH- La recuerdo siempre. Cuando fui un niño llegamos al extremo de la pobreza, habíamos sido ricos, habíamos vendido ganado, nos fuimos al monte a vivir. Ella fue un ejemplo a seguir
siempre está en mi mente, siempre
ahora más que nunca, mucho más que mi padre.
RO- ¿Y Alfa (su mujer)?
AH- (Volteó la mirada hacía una fotografía de Alfa colocada en la pared de su cuarto. Al hablar de ella su voz se volvió melancólica). Allí la veo, redaganabe naa ( viene a visitarme), siempre me pregunta en zapoteco xi huayune (qué he hecho), xi huayuaa (cómo he estado). Me dice -Ma chi gusaalu ti gayuaa iza, cadi cá iquelu gatilu la? (Vas a cumplir cien años, no estás pensando en morirte? (carcajeó tosiendo y nosotros con él).
IV
No me llores, no
RO- ¿Y Los hombres que dispersó la danza?
AH- Es un libro muy hermoso, hace como unos tres años un escritor francés recordó que en América los mejores libros son: La tierra del faisán y el venado, Las leyendas de Guatemala y Los hombres que dispersó la danza, que escribí a los cinco años de haber llegado a México.
RO- ¿Y la generación de Neza. Qué piensas de tus amigos que luego fueron tus enemigos?
AH- De Wilfrido C. Cruz, su falla es que no hablaba el zapoteco, su libro tiene algunos aciertos pero no es un libro como creen, de primera
cuando hablas de la cultura de un pueblo necesitas saber su idioma, somos el idioma que hablamos
Gabriel López Chiñas editó un libro que está copiado de Los hombres que dispersó la danza
fue mi amigo pero luego fue mi rival
las cosas que él contó están en Los hombres
algunos poetas y escritores se proclaman los mejores. Yo me fui a Estados Unidos y dejé en manos de ellos la revista Neza, la transformaron, hay cosas que pueden mejorarse
Es una tontería ser enemigo de otro del mismo oficio
En una ocasión iba con un hombre, de apellido Ortega a Salina Cruz, me dijo dice Gabriel López Chiñas que la danza no dispersa
yo le contesté inmediatamente a Ortega si él lo dijo, usted no ande repitiendo las pendejadas que oye, (rió, pero su risa se entrecortó por la tos)
Yo soy anterior a ellos, fui un muchacho muy culto, que había leído todos los libros de asuntos indígenas y me adelanté a publicar y escribir, luego todos se proclamaron mis enemigos.
RO- ¿En los cien años Andrés también conoció la política, qué piensa de la política?
AH- Está muy mal, porque
(La respuesta fue bruscamente interrumpida por su hija, quien desde su cuarto nos gritó que los temas políticos no habían sido acordados. Además nos indicó que ya habíamos fatigado a su padre, quien ya mostraba síntomas de cansancio, así que nos vimos obligados a dar por concluida la entrevista, no si antes preguntarle dónde celebraría sus cien años).
Henestrosa entusiasmado contestó
-En tres lugares, en Ixhuatán, donde nací, en Juchitán, donde fui a la escuela y en México, donde leí todo lo que pude.
Después de expresarle mi gratitud por la entrevista, me volvió a extender sus brazos y los rigurosos besos en las mejillas no faltaron, nuevamente acepté sin poner resistencia, pensando que quizás nunca existiría un cuarto encuentro.
(1) Frases entrecomilladas en la presentación tomadas del texto La plenitud pérdida de Carla Zarebska, que apreció publicada en el libro Los Hombres que dispersó la danza, en 1995.