Honrar su memoria
+ #PeñaAño1: el rezago político
MÉXICO, DF. 8 de diciembre de 2013 (Quadratín).- Cuando Carlos Salinas de Gortari emprendió su reforma del Estado y del proyecto nacional, algunos analistas le recordaron los dos ejemplos de transiciones entonces recientes: la española y la soviética. La primera había sido exitosa y la segunda terminaría en un fracaso total. Pero obsesionado por adelantar los tiempos políticos, Salinas regresó de un viaje por el oriente en diciembre de 1993 y declaró que sí se podía hacer la reforma económica sin emparejarla a la reforma política.
El primero de enero de 1994 enfrentó Salinas el costo de su análisis de la realidad. La reforma económica se trabó con el alzamiento zapatista, se hundió con la devaluación de diciembre y perdió horizonte con la política de ajuste macroeconómico que empobreció a la mayoría de los mexicanos. Las reformas estructurales ya no pudieron profundizarse y Zedillo, Fox y Calderón trataron de salvar lo que se pudiera. Pero el escenario de beneficios que suponía el plan de Salinas no pudo lograrse por los desajustes políticos en el sistema.
Salinas dijo que era complicado hacer las reformas económicas y políticas al mismo tiempo y ponía como ejemplo a Gorbachov. Sólo que la interpretación real era otra. El soviético sí liquidó la economía de Estado y estimuló el mercado, pero perdió el control del proceso y no pudo evitar que las élites socialistas pasaran al mundo capitalista controlando los nuevos mercados. Y en realidad Gorbachov no realizó reforma política alguna, trató de controlar a las élites comunistas pero no pudo con las élites militares, y luego del intento de golpe de Estado en agosto de 1991 disolvió –no reformó– el Partido Comunista y con ello perdió los hilos del poder.
En cambio, Adolfo Suárez en España emprendió simultáneamente las reformas económicas y políticas, y de hecho comenzando con las primeras: la ley de la reforma política y los reglamentos para la democracia electoral permitieron un sistema realmente representativo de las fuerzas sociales; luego de las primeras elecciones libres, Suárez emprendió la gran reforma económica con los Pactos de la Moncloa para rehacer el sistema productivo y logró el apoyo de todos los partidos, incluyendo al radical Partido Comunista y al renuente y mezquino Partido Socialista. Los Pactos de la Moncloa permitieron la detonación del desarrollo y colocaron a España en diez años entre las potencias más importantes de Europa. Y la transición terminó en 1978 con el referéndum de la nueva Constitución que amarró las reformas. Así, España realizó simultáneamente las reformas económica y política y lo hizo con éxito.
El desafío del presidente Peña Nieto radicó en impulsar las reformas estructurales para redinamizar el modelo de desarrollo; antes de las reformas, el país no podía crecer más de 3% promedio anual sin causar estragos en los precarios equilibrios macroeconómicos; para subir es tasa, necesitaba romper los cuellos de botella del viejo régimen estatista. El paquete de reformas estructurales de Peña Nieto delineó desde el principio ciertos ajustes provocados en la estructura política y de poder institucional. Sin embargo, esas reformas se emprendieron sin su correlativo modelo de reorganización del sistema político.
El Estado en México es una estructura de poder correspondiente del sistema político. La correlación entre la economía y político es lo suficientemente fuerte como para atender los efectos colaterales. Salinas de Gortari reformó el Estado, privatizó la economía pública e introdujo nuevos protagonistas sociales y productivos al mercado, pero no les dio cauces políticos de participación. Ahí hizo crisis el sistema político: el PRI se cerró, la presidencia se parcializó y el gasto público atendió sólo a una parte de la sociedad. El alzamiento indígena introdujo a un sector minoritario pero fue potenciado mediáticamente por el nuevo papel de los medios entonces ya sin tantos controles estatales.
El presidente Peña Nieto va encontrar los mismos escenarios de conflicto si no apresura la reforma política como correlativa de las reformas estructurales. La reforma electoral fue impulsada por el PAN a partir de sus propios intereses pero sin que el PRI, el sistema presidencialista y el propio presidente Peña Nieto quisieran ampliar sus efectos en función ya no de los intereses del PAN sino de los nuevos protagonistas sociales y políticos que incorporarán al sistema las reformas estructurales. La salida del PRD, motivada por una crisis interna en sus élites, debió de haber sido asumida en función de los intereses políticos de las reformas estructurales.
Las relaciones políticas son producto de la correlación de fuerzas productivas. Este principio que analizó Marx a profundidad, los pragmáticos revolucionarios lo percibieron en la realidad cuando la Revolución Mexicana se institucionalizó y hubo de reconocer a los nuevos protagonistas productivos que pudieran afectar la hegemonía del Estado y por eso esas élites fundaron el partido corporativo como el espacio político del funcionamiento de las clases sociales. Así, el PNR-PRM-PRI ha sido el campo de batalla de los posicionamientos de las clases y el espacio de negociación de los acuerdos para no llegar a los conflictos en las calles o en el mismo sistema productivo.
Las protestas callejeras, la violencia política y económica del crimen organizado y la crisis en el PRD por las disputas entre los caudillos –Cárdenas, López Obrador y Ebrard– son el recordatorio de la necesidad de que el sistema político priísta emprenda la gran reforma estructural de sí mismo y sobre todo redinamice el funcionamiento interno del PRI como el partido en el poder. En el pasado las élites gobernantes pudieron decidir por la existencia del PRU; Salinas, Zedillo, Fox y Calderón desdeñaron al partido en el poder y carecieron de la funcionalidad de sus reformas, lo que llevó a conflictos políticos entre clases y sectores y a la disminución de los efectos positivos de las reformas.
Las reformas estructurales del presidente Peña Nieto ya mostraron limitaciones prácticas en las protestas sociales; la salida del PRD del Pacto fue otro recordatorio de que el dinamismo de nuevas clases, sectores y organismos sociales y políticos que traerán consigo las reformas estructurales requieren de un espacio sistémico menos tenso y limitado que el actual y que la apertura der espacios democráticos sería la púnica salida a las tensiones violentas propias de procesos en los que la modernización institucional va más lenta que la productiva.
Sin reforma política, del partido, del poder y del sistema, las reformas estructurales tendrán poca profundidad.
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