Una manera de autocuidado es nombrar lo que sentimos: Iveth Luna Flores
MÉXICO, DF. 29 de marzo de 2014 (El Universal).- Durante el segundo siglo de nuestra era en la llamada fase Niza (100 a.C. al 200 d.C.), de la ciudad de Monte Albán, difuntos y vivos mantenían lazos más allá de la muerte, pues se sepultaba a sus ancestros bajo el piso de sus casas, señalaron los arqueólogos Cira Martínez López, Marcus Winter y Robert Markens.
Los también autores del libro «Muerte y vida entre los zapotecos de Monte Albán», destacaron que tanto en el registro arqueológico como en los escritos de los españoles, hay evidencias de que los deudos volvieron de vez en cuando a abrir y a entrar en las tumbas, quizás para comunicarse con las almas de sus antepasados.
Cira Martínez López y Marcus Winter, del Centro INAH Oaxaca, y Robert Markens del Instituto de investigaciones Estéticas de la UNAM, abundaron sobre la organización social en esa urbe mesoamericana mediante la descripción de 21 sepulcros explorados entre 1992 y 1994, durante los trabajos del Proyecto Especial Monte Albán.
Winter indicó que el análisis de estas tumbas ha contribuido a entender la estructura de la sociedad zapoteca y sus cambios a través del tiempo, por lo menos desde su fundación hacia 500 a.C. y a lo largo de su desarrollo que puede extenderse hasta 850 d.C.
El cambio significativo en la tradición funeraria comenzó en el segundo siglo de nuestra era, en la llamada fase Niza (100 a.C. al 200 d.C.). Varios difuntos se colocaban en un mismo espacio, inclusive, la evidencia arqueológica demuestra que en algunos casos llegó a remodelarse la casa, pero la tumba bajo el piso de se mantuvo como núcleo familiar.
Según Winter, alrededor del años 600 d.C., en el Clásico Tardío, en Monte Albán, Lambityeco y otros sitios de los Valles Centrales, las mujeres se hicieron presentes en la iconografía, lo mismo en piedras grabadas que en representaciones en los sepulcros. Lo que apunta a su ascensión social a través de las alianzas matrimoniales que tenían por objetivo sustentar el poder.
La práctica ritual relacionada con el poder, el rango social y el linaje parece reflejarse en los entierros de Monte Albán, que en buena medida corresponden a individuos adultos, sobre todo adultos mayores de uno y otro sexo, lo que de algún modo también explica la recurrencia a los ancestros.
Durante el Clásico Tardío (600-850 d.C.), las familias colocaban a los niños y adolescentes en sencillas fosas individuales cavadas en los pisos de los aposentos y el patio de la casa, mientras los jefes de familia de las clases media y alta eran enterrados en una tumba arquitectónica hecha de mampostería e instalada debajo del hogar.
La práctica por parte de los descendientes de realizar visitas al interior de las sepulturas, puede ejemplificarse en el caso de una de las tumbas, donde estaban los restos de cuatro adultos que probablemente representan dos generaciones de padres de familia.
«Los miembros de la tercera generación de la residencia abrieron el cubo de acceso para efectuar un rito frente a la tumba de sus padres y abuelos, al parecer pidiendo por maíz con incienso de copal quemado en un sahumador. Lo deducimos por la ofrenda contenida en una vasija decorada con dos personajes y un atado de mazorcas», dijeron los especialistas.
Se presupone que los zapotecos enterraban a sus muertos bajo su casa, porque era el deseo de mantener sus espíritus cerca. «Según estudios, los parientes al morir se convertían en entes sobrenaturales que podían interceder por los vivos ante los dioses para proveerlos de lluvias y asegurar las cosechas, entre otras cosas».
«Muerte y vida entre los zapotecos de Monte Albán» es el quinto volumen de la serie Arqueología Oaxaqueña, que tiene en su haber títulos como «Tres tumbas postclásicas en El Sabino», «Zimatlán, Oaxaca; Figurillas y aerófonos de cerámica del Cerro de las Minas»; e «Identidad y estilo entre las alfareras mixtecas y amuzgas de la costa de Oaxaca y Guerrero», destaca un comunicado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).