Aunque lo nieguen, sí hay terrorismo
OAXACA, Oax. 6 de abril de 2014 (Quadratín).- Es evidente que conducir un Estado y conducir un gobierno son cosas distintas, en el primer caso, el conductor es un estadista, es decir, sus acciones tienden a mirar lejos, tiene un proyecto de largo alcance, piensa, por tanto, en las nuevas generaciones; en cambio, el conductor de un gobierno vive en la contingencia, piensa en el equilibrio de las fuerzas que le dan estabilidad a su gobierno, piensa en las actuales generaciones y en sus grandes problemas. Esto no quiere decir que el estadista no está atento a los asuntos del momento, por el contrario, quiere ser capaz en sus soluciones, pues de eso depende construir un buen futuro.
Un ejemplo de estadista es, sin duda alguna, Margaret Thatcher, independientemente si acordamos o no con sus ideas, sin embargo, fue siempre consecuente con las mismas y lo más importante, las instrumentó. Fue la primera mujer que ocupó el cargo de Primera Ministra de la Gran Bretaña de 1979 a 1990. Por ello es importante reflexionar sobre su actuación y derivar algunas enseñanzas útiles para nuestros gobernantes de hoy.
Qué mejor guía que su autobiografía titulada: “Margaret Thatcher. Los años de Downing Estreet”, publicada por la editorial Aguilar en el año 2013 en México.
Lo primero que debe cuidar un estadista, de acuerdo a nuestra autora, son los detalles en la actuación del gobernante, ser muy cuidadosos con las formas, con los procedimientos, con los protocolos, en esto se distinguen los gobernantes británicos. Los gobernantes que no cuidan las formas, que incluso llegan a la barbajanerìa o a la grosería son poco respetados por la ciudadanía.
Esta cultura del respeto de las formas y protocolos hace posible mayor eficacia de los gobiernos. Por ejemplo, los constantes cambios en el gabinete del gobierno británico nos es problemático, por este respeto al orden y a las formas.
Entender el estado actual de la sociedad que se gobernará es un imperativo cotidiano para todo gobernante, parece increíble, pero existen gobernantes de todos los niveles que olvidan este imperativo tan simple, así, Thatcher sostiene que: “Las fuerzas del error, la duda y la desesperación estaban tan firmemente atrincheradas en la sociedad británica, como el “invierno del descontento” había demostrado tan nítidamente, que no sería posible vencerlas sin alguna medida de discordia”( Thatcher, Margaret. Autobiografía Margaret Thatcher. Los años de Downing Street. Edit. Aguilar, México, 2013, p. 31)
Transformar una sociedad requerirá siempre una buena dosis de conciencia del surgimiento de problemas y discordias que habría que enfrentar. Muchos gobernantes prefieren dejar las cosas así como están para no afrontar los grandes intereses de los grupos de poder.
Gobernar un Estado es un acto solitario, la soledad es la mejor compañera del gobernante, no se puede gobernar desde la multitud, la reflexión solitaria, estar consigo mismo es una necesidad de quien dirige un gobierno. La desconfianza hacia todos es también un imperativo. Se sabe de grandes traiciones hacia los gobernantes por no ser desconfiados, esta regla condiciona la soledad del que gobierna.
Es bien cierto que formar o nombrar un buen gabinete es una obligación del gobernante, sin embargo, habría que reconocer las limitaciones y siempre las habrá, a pesar de ello, hay que supeditar los nombramientos hacia la consecución del proyecto y no al revés. “Dije al principio de mi Gobierno: dadme seis hombres fuertes y leales y lograré salir adelante.” Rara vez llegué a tener tantos como seis. Por eso defendía vigorosamente al ministro de Hacienda.”( Thatcher, Margaret. Ob. Cit. p. 148). Aquí surge una cuestión para los gobernantes, si es preferible la lealtad del ministro que su capacidad o su capacidad que su lealtad, claro lo mejor es que tenga ambas cualidades, sin embargo, en una disyuntiva es mejor la lealtad, porque alguna calificación habría tenido para ser nombrado.
Pero vale la pena citar en extenso la experiencia de la Primera Ministro: “La capacidad y el entusiasmo de los miembros de mi despacho privado del Número 10 me tenía enormemente impresionada. Habitualmente mantenía entrevistas personales con los candidatos a secretario privado de mi propio despacho. Quienes se presentaban eran algunos de los jóvenes – hombres y mujeres- más brillantes de todos los funcionarios del Estado: personas con ambición, a quienes estimulaba la idea de situarse en el centro de decisiones gubernamentales. Quería ver apersonas de ese mismo calibre, con la mente alerta y empeñados en una buena administración, en los puestos de mayor jerarquía de los diferentes sectores. Así, durante mi permanencia al frente del Gobierno, muchos de mis secretarios privados pasaron a ministerios clave. Pero en todas estas decisiones, lo que importaba era el talento, la capacidad de decisión y el entusiasmo; la fidelidad política no era algo que yo tomara especialmente en cuenta”( Thatcher, Margaret. Ob. Cit. pp. 59-60).
Es evidente que ella tomó muy en cuenta la fidelidad personal, aunada al talento, el talento y la preparación estuvo por encima de la fidelidad política, cuestión de difícil práctica en nuestros gobernantes.
Hemos insistido que los gobernantes, los buenos y los malos, son productos de su tiempo, así, al referirse al Presidente Carter de los Estados Unidos de Norteamérica, “si hubiera accedido al poder en la época posterior a la Guerra Fría, en otra situación mundial, puede que su talento hubiera sido más aprovechable”( Thatcher, Margaret. Ob. Cit. p. 77). No podemos olvidar que Carter llega a la presidencia norteamericana a consecuencia del escándalo de Watergate, asimismo se angustiaba fácilmente por los problemas y ante las grandes decisiones y le preocupaban en demasía los detalles, por lo que entorpecía la prontitud de las decisiones, sobre este caso la conclusión de Thatcher es inobjetable: “Con lo que queda demostrado que para dirigir una gran nación no basta con ser una persona decente y practicar la perseverancia”( p. 77).
El gobernante, por tanto, deberá tener las cualidades acorde a los tiempos, ni más ni menos, o en su caso, ser capaz de entender ese tiempo y actuar en consecuencia. Ni duda cabe, Thatcher correspondió a los tiempos del gobierno y de la sociedad británica, además de un entorno internacional, por ello, le favoreció el mote de “la dama de hierro”. La pregunta es si nuestros gobernantes han respondido a los tiempos y a las sociedades que les ha tocado gobernar. Es evidente que muchos han llegado a destiempo.