Coahuila y la paz
MÉXICO, DF. 6 de abril de 2014 (Quadratín).- En el 2000 se coronó el proceso de reforma con la derrota presidencial del PRI y la alternancia partidista en la presidencia de la república, pero a favor del PAN, el partido que nació en 1939 para oponerse a la radicalización cardenista de la Revolución Mexicana. El candidato presidencial perredista Cárdenas contabilizó apenas el 16% de los votos y el 18% de los votos para las dos cámaras. En cambio, el panismo que apoyó las reformas salinistas y zedillistas en el periodo 1989-1999 ganó la presidencia, aunque quedó en segundo sitio en las votaciones legislativas. Desde las dos cámaras el PRI siguió gobernando para el proyecto modernizador.
El PRD, a pesar de tener su origen básicamente en los resabios del viejo Partido Comunista Mexicano, no supo analizar las prioridades políticas estratégicas. Los priístas de la Corriente Democrática de Cárdenas que tomaron el control del PRD establecieron sólo el objetivo de la democratización, pero ignorando que el análisis marxista establecía el hecho de que la correlación de fuerzas políticas es producto de la correlación de las fuerzas productivas, En 1958 se lo recordó José Revueltas al PCM en su ensayo México: una democracia bárbara: la única fuerza que puede quitarle concurrencia política al PRI es aquélla que le dispute la concurrencia económica; es decir, que las fuerzas productivas definían las relaciones políticas y por tanto la democratización. Y a pesar de tener en su seno a los sobrevivientes de la lucha político-sindical del PCM, el PRD se olvidó de la fuerzas del proletariado, delineó una meta político-elitista de cargos públicos sólo por la movilización del voto y ni siquiera rescató el modelo cardenista de partido: los sectores productivos organizados como masas y como corporaciones de votantes. Más grave aún: como partido de izquierda, el PRD fue más priísta que marxista.
Así, el PRD no pudo ser siquiera la sombra del PRM de Lázaro Cárdenas. La organización gremial fue sustituida por la conformación de corrientes de opinión en función de liderazgos que disputaron con mayor prioridad el control de espacios y cuotas de poder dentro del partido y no sobre la sociedad. En lugar de lucha de clases como el motor del desarrollo político y la lucha de posiciones, el PRD entró en una regresión tribal con tribus y no clases sociales. A ello se agregó una ausencia evidente de una ideología de clase, se conformó con objetivos basados en la democratización que no era más que la definición de una lucha por cargos públicos. El marxismo fue excluido del PRD hasta como método de análisis de la realidad.
El PRD perdió el rumbo. En 1997 Cárdenas arrasó en la elección de jefe de gobierno capitalino pero sólo gobernó dos años porque convirtió el cargo no en una plataforma para transformar la política y el proyecto social en el DF sino tan sólo como trampolín político para la candidatura presidencial. Las cifras electorales hablan de un castigo del electorado: el PAN capitalizó la crisis económica del zedillismo y saltó de 9 millones de votos-26% en las presidenciales de 1994 –el año del colapso político– a 16 millones de votos-42.5% en el 2000, contra el estancamiento perredista de Cárdenas: de 5.8 millones de votos- 16.6% a 6.2 millones de votos-16.6%; a nivel nacional nada significó la victoria de Cárdenas en el DF en 1997.
La falta de un proyecto nacional de desarrollo político, económico y social ha hundido al PRD en la coyuntura de la lucha por posiciones de poder. A lo largo de sus veinticuatro años de existencia 1989-2103 el PRD nunca delineó el rescate del proyecto nacional cardenista, a pesar del liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas. Inclusive, López Obrador como presidente impulsó una propuesta que rompió con el pensamiento sindical y proletario de Lázaro Cárdenas: la propiedad accionaria por parte de los trabajadores de porcentajes de las empresas, en lugar, por ejemplo, de los comités de fábrica o de administración que impulsó el Partido Comunista Italiano en los setenta para repartir equitativamente los beneficios de la riqueza social producida en el capitalismo.
La pérdida de rumbo político e ideológico del PRD llevó a la disputa sin ética de las posiciones internas; sin comprometerse a fondo con un nuevo socialismo que habría que redefinir ni quedarse en el viejo PRI, el PRD no supo definir nuevos caminos políticos e ideológicos. Cuauhtémoc Cárdenas no se comprometió con la redefinición programática del PRD, aunque abrió cuando menos dos caminos plurales con personalidades fuera del PRD en la redefinición del Estado; fueron ejercicios intelectuales fallidos, sin romper dogmas, ahogándose en su pasado, sin un diagnóstico de fondo del proyecto nacional de la Revolución Mexicana, de las causas que lo colapsaron, de las razones que llevaron al país al neoliberalismo de mercado, del desafío de la Corriente Democrática del PRI para posicionarse en un espacio ideológico y de los errores del PRD al abandonar a las clases y quedar atrapado en el apando de las tribus o corrientes de opinión.
Por tanto, las ofertas de Cárdenas quedaron al margen de la realidad, sólo con el apoyo de una élite progresista que siempre ha ido a todas pero sin comprometerse a fondo con alguna propuesta. Frente a las dos ofertas de Cárdenas –una como candidato presidencial para 2000 y otra para la cohesión de un nuevo grupo de presión intelectual-político– se colocó el posicionamiento de liderazgo social de López Obrador con su programa populista-asistencialista, su confrontación con el poder y con el sistema aunque administrándolo durante los cinco años que duró como jefe de gobierno del DF y sin cambios éticos, en enfoques estructurales o sistémicos.
En ese pantano quedó atrapada la sociedad que de pronto se vio sin el discurso político, sistémico, histórico, priísta y educativo de la Revolución Mexicana. Con un PRI dominado por el pragmatismo, el PRD y el perredismo cometieron el mismo error de circunstancias del venero priísta; la sociedad que fue educada durante poco más de dos generaciones sobre el dominio simbólico totalizador de la Revolución Mexicana quedó en el desamparo, aunque con una mayoría silenciosa conservadora que permitió la alternancia partidista en la presidencia de la república no a favor del candidato perredista Cárdenas sino del mediático Vicente Fox Quezada. Ahí sonó electoralmente la alarma política y social del país: la sociedad conservadora era mayoritaria, con una minoría asentada en el Distrito Federal.
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