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OAXACA, Oax. 13 de abril de 2014 (Quadratín).- Nos revela Thatcher, la Primer Ministra de la Gran Bretaña de los años ochentas del siglo pasado, que el gobernante que se aprecie de serlo, debe mantener unido a su gabinete durante su gobierno. La división de los equipos de gobierno es nefasta para el logro de los objetivos propuestos. La eficacia de la administración depende de ello. Es muy comentada la división del equipo de seguridad del Presidente Felipe Calderón que a la postre significó un tremendo fracaso sobre el tema.
Un gabinete dividido puede generar que los asuntos estratégicos de gobierno sean filtrados a la prensa, por ello, la indiscreción es un mal que no se puede permitir.
Para Margaret Thatcher, un político que quiera conducir el Estado, debe tener una filosofía de gobierno, una visión de la naturaleza humana, un elevado conjunto de ideales y valores. Un gobernante sin una filosofía de gobierno es como un invidente que camina al borde de un precipicio, la filosofía de gobierno es la luz que guía todas sus acciones. Asimismo, no tener una idea sobre la naturaleza humana es estar expuesto a cometer errores que son irreparables, por ejemplo, confiar en los humanos es un error básico. Los ideales y valores son el manto con que el gobernante cubre sus acciones, sin calidad moral y sin tener un sentido ideológico de sociedad y gobierno deseado, es actuar en medio de un pragmatismo insultante.
Una cuestión que no se puede olvidar en todo gobierno, es que en política ocurren casi siempre cosas inesperadas. Habrá que estar bien preparados para ello, dentro de la preparación debe incluir conservar la calma, hacer sentir que se había previsto tal eventualidad y desde luego, asumir una respuesta rápida y efectiva. Lo contingente y lo inesperado no tienen la misma naturaleza, lo contingente implica cierta repetición de las cosas que abruman al gobierno, gobernar en la contingencia es siempre estar tomando decisiones en condiciones de presión de tiempo. En cambio, lo inesperado es la aparición de un fenómeno inédito, no calculado, por ejemplo, un sismo de grandes proporciones.
Por otro lado, además de las contingencias y de lo inesperado, el gobernante debe estar atento a que cuestiones relativamente menores y carentes de conexión obvia, no se combinen y que puedan crear una condición política que pueda complicar la estabilidad del gobierno. Evitar las contaminaciones es condición básica de buen gobierno.
Tampoco olvidar que después de cada proceso electoral, lo que haya hecho el gobierno anterior es prontamente olvidado y muy criticado, es casi ley que sufren todos los gobiernos, por eso cabe recordar que la única gratitud que existe en política es la que se reserva para los favores que aún han de recibirse( Thatcher, Margaret. Ob. Cit)
De acuerdo a la experiencia de la Primer Ministro y con base en la lectura del historiador francés Alexis de Tocqueville, el momento más peligroso de un mal gobierno es, por lo general, aquél que comienza a implantar reformas. Las reformas gubernamentales son signos de que algo anda mal.
Un gobierno, deberá siempre, implantar una serie de valores en la sociedad para poder alcanzar el proyecto deseado, esto es fácilmente olvidado o ignorado por los gobernantes. Es interesante destacar los valores que buscó implantar Margaret Thatcher, “este Gobierno accedió al poder afirmando que el derecho al ejercicio de la responsabilidad es lo que nos enseña la autodisciplina. Pero en las primeras épocas de la vida es la experiencia de la autoridad, ejercida justa y coherentemente por adultos, la que enseña a los jóvenes a ejercer la responsabilidad por sí mismos.Tenemos que aprender a recibir órdenes antes de aprender a darlas. Es esta relación mutua entre la obediencia y la responsabilidad la que conforma una sociedad libre y autónoma. Y es en el deterioro de esta relación en donde se originan tantos de los males que afligen a la Gran Bretaña”. ( Thatcher, Margaret. Autobiografía. Los años del Downing Street. Edit. Aguilar. México, 2013, p. 267).
DE la necesidad de un orden básico, se puede obtener el respeto a la ley y el respeto hacia los demás. Es cierto que toda sociedad necesita de un orden elemental, lo estamos viviendo en nuestro país y Estado.
Una filosofía política que distinguió a Margaret Thatcher fue el tremendo escepticismo sobre la capacidad de los políticos para cambiar las bases de la economía o la sociedad. Para ella, lo mejor que se puede hacer es crear un contexto en el que talento y virtudes de la gente se movilicen, no se destruyan.
Asimismo, es necesario tener una idea clara del potencial y los límites del arte de gobernar. Nos dice también que las tentaciones, opuestas o gemelas, del estadista son la soberbia y la timidez. Es fácil suscribir declaraciones llamativas y planes globales ambiciosos. Es bastante más difícil mantener una opinión juiciosa con medidas prácticas y constancia. En determinadas circunstancias, intentando resolver definitivamente un problema muy antiguo sólo se consigue empeorarlo. En otras circunstancias, el más pequeño retraso significará una oportunidad perdida. El estadista tiene que ser capaz de distinguir entre ambas coyunturas, sabiendo siempre cuál es el objetivo sin presuponer nunca que el camino esté abierto; después, cuando lo esté, seguir adelante con todos los medios a su alcance.
“Y nunca se debe perder de vista la importancia de la atracción o repulsión química personal que existe entre quienes dirigen los destinos de las naciones. Me he visto a mí misma apreciando y respetando a jefes de Gobierno no sólo como políticos sino como personas—pero a veces he despreciado profundamente a otros, sin llegar nunca a confiar en ellos—-. Y lo hacía independientemente del color, credo y opiniones políticas. Las relaciones personales no se deben convertir nunca en un sustituto de la firme consecución de los intereses nacionales, pero ningún estadista debe ignorar su importancia”(Thatcher, Margaret. Ob. Cit. pp. 431-432).
De verdad, en política, las relaciones personales con sujetos de otras organizaciones, además de la nuestra, ayudan para alcanzar objetivos que en otras condiciones no se podrían alcanzar, alguien ha dicho con justa razón, “que unos buenos tragos resuelven conflictos que en sano juicio eran imposibles de resolver”. Verdad o no, lo que es cierto, de acuerdo a la experiencia de la Thatcher, no habría que olvidar. Un buen político debe tomarlo muy en serio.