Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
MÉXICO, DF. 24 de mayo de 2014 (Quadratín).- Resulta evidente que los regímenes políticos se pueden corromper, es decir, deteriorarse por el abandono de sus principios, así, la república democrática se corrompe cuando las virtudes ciudadanas y de los gobernantes deja de prevalecer en la práctica política. El abandono de la virtud es la señal para considerar que el régimen de la república democrática ya no es vigente.
Asimismo el abandono del principio del honor es la señal para considerar que la monarquía está en decadencia o en proceso de corrupción. Por lo mismo, el despotismo ya no lo sería si su principio, el miedo, es abandonado en ese régimen.
En la república democrática la corrupción de este régimen se presenta de diversas maneras. En primer lugar, lo observamos en su régimen electoral, se supone que en este régimen, el pueblo, los ciudadanos eligen a sus auténticos representantes, representantes imbuidos de espíritu de servicio, de interés común y una gran capacidad administrativa y política, para el caso de los representantes en el poder ejecutivo, o de gran capacidad y conocimiento para hacer buenas leyes, en el caso del poder legislativo.
Sin embargo, las leyes electorales no posibilitan el arribo de tales personajes porque estas leyes están elaboradas para el beneficio de unos cuantos, regularmente de mujeres y hombres de fuerte respaldo económico y de respaldo de corporaciones y personas que incluso pueden ser ilegales y delictivas.
Las elecciones forman una oligarquía electiva, una clase política que está muy lejos de ser virtuosa, al contrario, estas oligarquías electivas son de las más corruptas en el régimen de la república democrática. Si de casualidad una mujer u hombre de escasos recursos arribara a la representación de los ciudadanos, pronto aparecerá como de los nuevos ricos del régimen político. Su nueva riqueza será producto de su apropiación de los dineros públicos.
Las llamadas democracias del mundo nos han dado suficiente información para poder ilustrar nuestra aseveración, México y Oaxaca no escapan de este fenómeno. Es tal la magnitud de la corrupción de este régimen que los teóricos de la política le están buscando alternativas o de plano aceptar que el régimen de la democracia republicana no es capaz de subsistir.
A mi parecer se deben cambiar las leyes electorales y exigir mayores requisitos para lograr la representación ciudadana, incluso exámenes sicológicos y de salud, así como de la suficiente preparación para poder desempeñar con éxito y honorabilidad el cargo conferido, no es extraño que Montesquieu afirme que “el espíritu de la democracia degenera, no solamente cuando se pierde el espíritu de igualdad, sino cuando se extrema ese principio, es decir, cuando cada uno quiere ser igual a los que él mismo eligió para que le mandaran. El pueblo entonces, no pudiendo ya sufrir ni aun el poder que él ha dado, quiere hacerlo todo por sí mismo, deliberar por el Senado, ejecutar por los magistrados, invadir todas las funciones y despojar a todos los jueces” ( Montesquieu. Del espíritu de las leyes. Editorial Porrúa. México, 2001, p, 103).
Entonces se pierde la virtud de la república democrática si el propio pueblo quiere tomar el timón del gobierno, se estaría en la presencia de la anarquía, que es una expresión del despotismo, pues en estos casos gobierna la fuerza y no las leyes. Cabe imaginarnos a los más fuertes apropiándose de los fondos públicos, por su pereza no hace funcionar al aparato administrativo de gobierno, se embriagará con los encantos y de los lujos del poder arbitrario.
Otra degeneración del régimen republicano democrático es la gran pobreza de la mayoría de la población, no puede virtud cívica ante el hambre del pueblo. Si un régimen tiene gran número de pobres, ese régimen puede ser cualquier cosa menos una república democrática. Se engañan y nos engañan los gobernantes que afirman que se vive en una democracia teniendo a su población en medio de la pobreza. Por eso, concordamos
Con Montesquieu cuando afirma: “Dos excesos tiene la democracia: el de la desigualdad, que lo convierte en aristocracia o lo lleva al gobierno de uno solo, y el de una igualdad exagerada que lo conduce al despotismo (Montesquieu. Op. Cit. p. 104).
Si bien no son inútiles las acciones de algunos gobernantes para prevenir la corrupción a través de leyes e instituciones, no será posible tener éxito si no se hacen prevalecer los principios del régimen, en este caso la igualdad y la virtud.
Se debe reconocer que la democracia republicana, es un régimen que debe acomodar la diversidad, la variedad y la infinita variedad de los pueblos del mundo; multiplicidad de nuestras lenguas y dialectos, de nuestras cosmovisiones, anhelos e inclinaciones culturales o ideológicas, de nuestras capacidades y necesidades, de nuestras convicciones religiosas y económicas. La pluralidad es esencia del régimen republicano democrático. Un Estado que combata esto, lo niegue o que no lo reconozca, es todo, menos una democracia, el caso típico es el Estado oaxaqueño.
Los monismos, los integrismos, los monoculturalismos, son expresiones que deforman o corrompen a la democracia. Tiene razón Salvador Giner Cuando afirma que: “La democracia no es sólo un orden político, sino también, y en igual medida, un orden de convivencia y modo de vida. Es nada menos que un marco para que florezca la humanidad, y no para que medren sólo unos pocos. Es también un clima moral y un modo de convivir y hasta de respetarse las gentes las unas a las otras. Un modo de fomentar la creatividad del mayor número de personas. La democracia es siempre algo más que un régimen. Entraña, pues, un contenido moral y cultural compartido por muchos: sin demócratas no hay democracia” (Giner, Salvador. Carta sobre la democracia. Editorial. Ariel, Barcelona, 1998).
Entonces, la degeneración de la república democrática empieza en la degeneración de ese modo de vida que nos dice Giner. La corrupción de los servidores públicos, gobernantes, jueces y magistrados, no depende sólo de sus faltas de probidad, ni tampoco de la sola existencia de leyes preventivas, sino, fundamentalmente del ambiente moral que prevalece en una sociedad determinada y de las actitudes de las personas que rodean a esos funcionarios. La cuestión también radica en que la ciudadanía no le pone un alto a esta situación, gracias al internet ya es posible la denuncia ciudadana antes no era posible, ante la corrupción y complicidad de los medios de comunicación.
Los servidores del Estado deberán demostrar valores fundamentales para evitar la corrupción de la república democrática, tales como altruismo, integridad, objetividad, responsabilidad, apertura, honestidad y ejemplaridad. Será la única manera de preservar el régimen de la república democrática, de otra manera seguiremos viviendo en una simulación de la democracia.