El episcopado ante el segundo piso de la 4T
OAXACA, Oax. 6 de julio de 2014 (Quadratín).- Se debe de afirmar categóricamente que existe la vocación política, que muchos seres humanos dedican su existencia a esta vocación, incluso se puede sostener, sin temor a equívocos, que se nace con ella. Desde temprana edad el individuo manifiesta esta vocación, sin saber las razones, muchos afirman que se da por herencia, así, regularmente, si los padres tuvieron actividades relacionadas con la política, se puede esperar que los hijos también manifiesten una fuerte inclinación hacia esta actividad.
La expresión más mínima de la vocación política se manifiesta cuando se tiene un interés especial por la vida de los demás antes que la propia, un marcado interés por la vida de la comunidad, del municipio, del Estado o de la nación, en ello hay una expresión de vocación política, es lo que los antiguos llamaban un hombre activo, en cambio, el hombre pasivo se retrae consigo mismo.
Se puede decir que la vocación política tiene dos tendencias, los que buscan el poder como medio para servir a los demás, en términos de justicia, y los que buscan el poder para su propia gloria; ambos sujetos expresan vocación política. La política, en su significado más primario, es la capacidad de influencia o de dirección de una asociación política o del Estado. La política es, por tanto, una actividad que se desempeña en el ámbito del poder del Estado. Evidentemente, hay juegos de poder en la sociedad, por ejemplo, pero no se le podría definir como política.
Cuando se dice que esa cuestión es política, o que son políticos determinadas personas, como por ejemplo, unos funcionarios públicos, o que una acción de un partido estuvo condicionada políticamente, sólo estamos afirmando, que todas estas referencias tienen que ver en torno a la distribución, la conservación o la transferencia del poder en el Estado. “Quien hace política aspira al poder; el poder como medio como consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder por el poder, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere” (Weber, Max. Escritos Políticos II. Folio Ediciones. México, 1982, p. 310).
En la vocación política puede ocurrir que se viva para la política como una verdadera vocación, no importando los recursos que de ella se pueda obtener. Miles de seres humanos han ofrendado su vida por esta vocación. Pero también existen otros miles que decidieron vivir de la política, como una profesión como cualquier otra actividad. Esta división no es excluyente, puesto si alguien vive para la política, cabe la posibilidad que también pueda vivir de ella. Pero quien decida vivir para la política deberá contar con un buen patrimonio privado para realizar a plenitud esta actividad. Quien decida vivir exclusivamente de la política deberá contar con una buena dosis de calidad moral. Habría que decir que en nuestro tiempo observamos a más de los que viven de la política que los viven para ella. De esta división aparecen los funcionarios que necesitan de un título para desempeñar las actividades políticas y los políticos que desempeñan la actividad como una verdadera vocación. Por lo regular, los funcionarios son fríos e indolentes, en cambio, el político es toda pasión al desempeñar su actividad, es necesario afirmar que hoy en día existen más funcionarios que políticos.
Regularmente, ambos personajes responden a responsabilidades de distinta índole, el funcionario delega en la institución la responsabilidad, en cambio, el político asume personalmente la responsabilidad de sus actos. Regularmente, el político es un caudillo o un jefe, en cambio, el funcionario no deja de ser un burócrata. Nuestros funcionarios, son regularmente malos políticos, irresponsables en sentido político, por tanto, en el ámbito de la moral detestables. El gobierno de funcionarios, es por antonomasia, un mal gobierno. Es evidente que extrañamos a los auténticos políticos. El mal de todo político es que puede caer en la demagogia, que sería un mal mayor que un gobierno de funcionarios.
Es indudable que la carrera política le es consustancial un sentimiento de poder. Se tiene también la plena conciencia de tener influencia sobre las personas, sea individual o en grupo, que es un poder que otorga prestigio y permite el manejo de los acontecimientos que influyen en esos individuos, por tanto, tiene un sentido histórico, tan sólo la posibilidad de darle curso a la historia de un grupo de personas es un sentimiento indescriptible para el político. “La cuestión que se le plantea es la de cuáles son las cualidades que le permitirán estar a la altura de ese poder (por limitado que sea en su caso concreto) y de la responsabilidad que le impone. Con esto entramos ya al terreno de la ética, pues es a ésta a la que corresponde determinar qué clase de hombre hay que ser para tener derecho a poner la mano en la rueda de la historia”.( Weber, Max. Op. Cit. p. 349).
Estas cualidades son para Weber: pasión, sentido de la responsabilidad y la mesura. La pasión tiene que ver con la entrega, sin más, a una causa, sea que la gobierne Dios o el demonio. La sola pasión no convierte a un hombre en un político sino le acompaña una causa, nos reitera Weber, y “no hace de la responsabilidad para con esa causa la estrella que oriente la acción. Para eso se necesita (y esta es la cualidad psicológica decisiva para el político) mesura, capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los hombres y las cosas” (Weber, Max. Op. Cit. P. 349).
De verdad pocos políticos saben guardar la distancia de los hombres y de las cosas. Los acontecimientos envuelven en demasía a nuestros políticos, falta mesura en ellos, o para decirlo en términos de un concepto de la Filosofía Política: les falta prudencia. Si bien, la pasión y la mesura parecen contradecirse mutuamente, sin embargo, juntas las dos, acompañándose de la responsabilidad, definen a plenitud a un político. La pasión es la más humana de los sentimientos, la autenticidad del político se mide por este sentimiento, sin embargo, puede irse de bruces si no se acompaña de la mesura, guardar distancias de los hombres y de las cosas, y desde luego, como buen político asumir las responsabilidad correspondiente.
Sin embargo, un grave sentimiento acecha al político y ese es el sentimiento de la vanidad, un sentimiento demasiado humano. Es la enemiga más común de la entrega a una causa. Cuántos políticos abandonan la causa por la vanidad. También la mesura es inútil ante ella. Con la vanidad se pierde objetividad y se olvida la responsabilidad. La embriagues que produce la vanidad es la perdición de la vocación política. La vanidad convierte al político en un verdadero demagogo y en un actor que vive de una constante actuación, vives más de la impresión que quiere dar que la realidad, vive de la apariencia constante, en fin, el vanidoso político vive del poder por el poder. Desgraciadamente la vanidad ha invadido la vida de los políticos de nuestro tiempo y parece que va para largo.