La Constitución de 1854 y la crisis de México
OAXACA, Oax. 17 de agosto de 2014 (Quadratín).- En todos los regímenes políticos prevalece algún tipo de gobierno representativo, salvo en algunas comunidades indígenas o tradicionales existe el gobierno directo de la comunidad a través de las llamadas Asambleas Generales Comunitarias. La representación es la forma clásica en que los llamados ciudadanos, forman los gobiernos.
La justificación de la representación se presenta como un problema de operatividad, es decir, como es imposible el gobierno directo de todos los ciudadanos, necesariamente tiene que haber representantes que gobiernen en nombre de todos. He aquí el primer problema del gobierno representativo: ¿Cómo hacer para que toda la población sea representada? Lo primero que sugieren los científicos sociales y la práctica social es la invención del ciudadano, es decir, igualar a un sector de la población en materia de derechos políticos. Hoy en día se acepta que sean, como en México, todos los hombres y mujeres mayores de 18 años nacidos en el país, o de los extranjeros que logren la ciudadanía mexicana en su caso. No se logra, por tanto, la representación total de toda la población, en el caso de México, un tercio de la población no tienen representación alguna, es decir, más o menos 40 millones de habitantes. Entonces es una representación incompleta, parcial, siendo estrictos con el lenguaje, no hay representación, por lo que el gobierno representativo es un vil engaño.
Tenemos un segundo problema, cómo elegir el representante ejecutivo de la nación a partir de los dos tercios de la población, en este caso del Presidente de la República, en el ámbito del sistema presidencial. Aquí se hace un segundo invento: los partidos políticos. Se supone que estos agrupan a los ciudadanos de acuerdo a ciertos intereses y que les proponen resolver sus problemas de acuerdo a esos intereses. Supongamos que existieran tres partidos, el partido mayoritario gana la representación con el 40% de los votantes, suponiendo que fueron a votar el 50%, es decir, como el caso de México, con un padrón electoral de 80 millones de electores, votaron 40 millones, de estos 40 millones, sólo 16 millones votaron por el candidato ganador.
Con esto ya tenemos a 104 millones de mexicanos que en sentido estricto, no tienen representación en el Poder Ejecutivo. Otro engaño más en relación al gobierno representativo. Si a todo lo anterior le sumamos que el candidato ganador, manipuló, compró, condicionó, mediatizó, enajenó el voto de más o menos de 6 millones de ciudadanos, los números se vuelven dramáticos. ¡Sólo 10 millones de personas dentro de un total de 120 millones, se pueden sentir representados! La pregunta sería, de donde se puede sostener, honestamente, que se tiene un gobierno representativo. Luego entonces, ni objetiva, ni práctica, ni moralmente se puede sostener la existencia del gobierno representativo.
Si no existe el gobierno representativo, qué clase de gobierno se tiene. Lo que es cierto es que existe un gobierno, pero no representativo. Los gobiernos antiguos fueron más transparentes en relación a su legitimidad, pues el ascenso de un gobernante se ganaba en el campo de batalla, como el caso de Alejandro “El Magno”, de Julio César o de Napoleón. O eran gobernantes porque les fue heredado por sus padres o porque Dios lo quiso así. La verdad de las cosas es que el gobierno representativo fue una invención de los ideólogos de la nueva clase industrial y comercial surgida entre las cenizas de la época medieval. Había que crear la nueva legitimidad del ascenso de la nueva clase al poder, incluso el ideólogo británico John Locke llegó afirmar que la única razón de la existencia del gobierno era la protección de la propiedad privada, más claridad no se podría esperar.
La legitimidad de la nueva clase gobernante tenía que nacer a partir del reconocimiento de las clases marginadas por el poder medieval o en casos muy concretos por la monarquía absoluta, es decir, los comerciantes, los fabricantes, los campesinos y los obreros. Poco a poco la nueva clase fue reconociendo y ampliando los derechos políticos de todos los mayores de edad.
Seamos pues claros, la representación es una invención que se produce en el ámbito de la forma capitalista de producción, para garantizar el dominio de su clase dirigente. Así, a fuerza de machacar, de ideologizar, de legalizar, de legitimar a una representación que sólo existe en la mente de la minoría gobernante, se ha materializado también en la población para que la gran mayoría le entremos a este juego, pues no es más que eso, un juego.
La absoluta ideologización se logra cuando a la representación se le agrega el contenido democrático. Se nos dice que toda representación es democrática por antonomasia, cuando en realidad, como lo hemos probado en líneas atrás, esto no es cierto. La clase gobernante establece la representación como mecanismo legitimador de su poder y hace creer a la población que se tiene la representación de ella misma. De esta manera, al ungido por una minoría, nos hace saber que gobernará en nombre de todos, que no importa que no hayan votado por él, eso es lo de menos, que él está investido por las leyes que surgieron de la soberanía, que el mandato de la ley es lo que vale. Según esto, la representación es aposteriori, que el juego electoral es sólo un mecanismo, que la verdadera representación se logra en el juramento de la Constitución. Los magos de la nueva clase pudiente nos produjeron un verdadero engaño, nos han hipnotizado y no tenemos más remedio de seguir idiotizados tal como lo entendían los griegos, es decir, de nuestra incapacidad de participar en los asuntos públicos.
En el caso de los diputados de los parlamentos o congresos sucede lo mismo, como también los eligen una gran minoría, nos dicen que no representan a los ciudadanos de su distrito, ni a ningún grupo en particular, sino que representan a la nación entera, que también el procedimiento electoral es cosa menor, aún más, nos llegan a decir, que los diputados y senadores deben ser independientes de sus electores porque no debe de haber intereses pequeños ante los grandes intereses de la nación o del Estado. ¿No sería mejor que el diputado o senador tuviera una semejanza o por lo menos proximidad con sus electores? ¿Por ejemplo en un distrito indígena por lo menos fuera indígena o una mujer defendiera la problemática de este género?
Si la representación es aposteriori, ¿por lo menos en la elaboración de las leyes y de las políticas públicas, se tomara en cuenta la pluralidad de la nación y de la diversidad de las clases y grupos de la sociedad, sería mucho pedir? O si se hiciera un análisis de la composición clasista de los votantes que hicieron triunfar al candidato presidencial, por lo menos las políticas públicas tuvieran un énfasis especial sobre estas clases y tratar de resolver sus problemas de manera prioritaria. Si bien todo gobernante debe observar el bien público, no podría olvidar a los que lo hicieron triunfar, sean ciudadanos, grupos, partidos o clases sociales. En política, por lo menos habría que ser agradecidos.