
Las pugnas arancelarias y el efecto Trump
OAXACA, Oax. 5 de septiembre de 2014 (Quadratín).- El régimen presidencialista es unidireccional en su comunicación. En notables casos de los que hay constancia, en México llega a niveles de autismo. El Presidente emite el mensaje, informe o anuncio y los funcionarios, legisladores y ciudadanos lo reciben, califican, aceptan, ejecutan reaccionan en torno, pero nada de ello regresa como retroalimentación al gobernante, porque el poder presidencial y el mal entendido principio de autoridad lo impiden. “Al Presidente no se le contradice, se le obedece” dicta la tradición autoritaria.
Aquel que- dentro de su partido- se atreve a cruzar ese umbral se expone a la más virulenta ofensiva de parte de la corte, de algunos de los medios más influyentes y es conducido a la marginación si no es que al ostracismo. La oposición política cuestiona, pero los grandes medios -cuando lo hacen- suelen difundir tímidamente la crítica acompañada de un comentario editorial lapidario que descalifica a la oposición: “se ve que les duele que el Presidente trabaje a favor del pueblo“, o algo similar. Fuera del Presidente y sus colaboradores nadie es reconocido como factor de actividad política. Los legisladores corren esta misma suerte de receptores y aun cuando impulsen iniciativas son vistos como correas de transmisión del poder presidencial.
En un régimen Parlamentario, en cambio, el cuestionamiento a quienes ejercen el poder ejecutivo es constante y fundado, el debate entre las fuerzas políticas es intenso y basado en argumentos frecuentemente sólidos tanto de quienes lo deploran como de quienes lo defienden.
La ciudadanía se beneficia de una crítica difundida por medios que actúan con imparcialidad y equidad, hasta aquellos que no son neutrales, se ven obligados -en razón de mantener su credibilidad- a difundir las versiones íntegras de una y otra parte. El Jefe de Gobierno de un régimen de estas características está sujeto a recibir una descalificación denominada “voto de censura”, que generalmente significa el retiro del apoyo del Parlamento para su gestión cuyo efecto inmediato es su dimisión. En un régimen democrático, los legisladores de todos los partidos pueden cuestionar el informe del gobernante en su presencia y en la misma sesión, el Jefe del Ejecutivo debate con ello, expone y explica sus objetivos, metas y logros.
El día del Informe Presidencial, fue bautizado como “el día del Presidente” por algunos medios, durante el régimen autoritario de Partido de Estado. El ritual implicaba, luego de un recorrido triunfal de regreso al Palacio Nacional, a cuyo paso, las “fuerzas vivas” vitoreaban y agradecían los beneficios otorgados u ofrecidos, una pasarela de “besamanos” que abrumaban al Ejecutivo con felicitaciones, agradecimientos y entrega de peticiones. Recepciones que terminaban en una gran fiesta preludio de un gran festín, donde el Poder se solazaba a sí mismo. El Informe era contestado brevemente casi siempre con elogios escogidos cuidadosamente por el Presidente del Congreso en turno, en cuyos panegíricos se vislumbraba el aseguramiento de promociones futuras. Durante el régimen de López Portillo en el México 1982, fue consolidado en el imaginario popular, cuando en el marco de su Informe inauguró el Palacio Legislativo de San Lázaro el cual, en su primera versión, en su interior tenía dimensiones faraónicas que expresaban la supremacía del Presidente de la República, quien se situaba casi tres metros arriba de las curules de los legisladores para leer su discurso.
Previo a 1988, la oposición podía expresar sus críticas en ausencia del Presidente, quien llegaba cuando el “Jefe del Control Político” como se le llamaba al Presidente de la Gran Comisión, había intervenido para rebatir los argumentos opositores y los había desmantelado con la contundencia de las cifras de los “logros”. La figura del Presidente era intocable por unos legisladores receptores que solo se limitaban a escuchar y – sobre todo sus partidarios- a aplaudir. La oposición era minoría y aunque en algunos temas fundamentales ganaba los debates, era numéricamente imposible que ganara las votaciones. El régimen de mayoría relativa y luego el régimen mixto con dominante mayoritario (300 diputados de mayoría relativa y 100 de representación proporcional), no le permitía crecimiento alguno a los críticos del sistema. Así fue el México idílico del régimen autoritario… hasta que Cárdenas rompió con él, se postuló y ganó la Presidencia de la República y Manuel Bartlett se vio obligado a tirar el sistema cuando se percató de que aparte de perder la Presidencia de la República, el PRI estaba perdiendo la mayoría de los distritos electorales y la izquierda amenazaba con tener la mayoría legislativa. Un Presidente de izquierda con un Congreso de derecha ejercería un gobierno inestable como lo fue Salvador Allende en Chile, pero el sistema político mexicano no podía exponerse a perder la mayoría legislativa, esta es la esencia misma del fraude electoral del 88. Muñoz Ledo abrió la era de las interpelaciones y los legisladores de izquierda lo acompañaron, el día del Presidente fue desacralizado en el mismo templo faraónico del culto al presidencialismo. Para conjurar los demonios de la interpelación y el cuestionamiento, manos “santas” tuvieron que someter a fuego el recinto al año siguiente lo que propició su destrucción y su posterior reconstrucción a dimensiones más racionales y humanas, economía arquitectónica que permitió la creación del espacio denominado por los periodistas “Corral de la ignominia”. En 1997 cuando el partido del Presidente había perdido a mayoría constitucional y absoluta (“para siempre” se pensó entonces), y no podía aprobar ni reformas a la constitución, ni aprobar leyes fundamentales, el mismo Muñoz Ledo, al contestar el informe al Presidente le dijo la cita de las Cortes de Cádiz: «Nosotros, que cada uno somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos». Y acto seguido desató la crítica más dura que un Presidente de la República había escuchado en su presencia en ese recinto, expresando la visión consensada con la mayoría de los legisladores, contra la política, las decisiones y los planes gubernamentales rematando “A partir de hoy, esperamos que para siempre. En México ningún poder quedará subordinado a otro”. El Poder Legislativo y el Ejecutivo quedaban en igualdad y en equilibrio, siendo obligación del Legislativo revisar y evaluar al Ejecutivo. El día del Presidente se había desplomado y a partir de ese momento éste debía rendir cuentas a los legisladores. “Habrase visto” dijeron los priístas, “están pendejos” y se desató el dispositivo de los poderes fácticos para restar fuerza a Poder legislativo y reducirlo a una condición subordinada nuevamente del Ejecutivo y restaurar el régimen presidencialista. El siguiente paso hacia el desarrollo democrático era que como en todo parlamento que se respete, el jefe de gobierno debatiera con los legisladores sobre sus decisiones, sus políticas, sus planes y sus metas, para que estas fueran evaluadas con objetividad por los representantes de la ciudadanía. Ese día nunca llegó. El pueblo de México se orientó por la mercadotecnia y por la hipocresía de Fox, este ganó la presidencia y se interpretó la legislación para que el presidente enviara a su Secretario de Gobernación, a entregar un conjunto de volúmenes justificando con ello la entrega del Informe por escrito. Práctica que Calderón, a pesar de que tengo constancia de que es un tribuno con muchos recursos parlamentarios, se negó a corregir para abrir el País a un sistema claramente de contrapesos en donde el ejecutivo debatiera en el seno del Parlamento con sus pares. Los presidentes de la derecha, del PRI y del PAN, incapaces de hacer avanzar al país hacia un nivel superior de la democracia, decidieron que si no era para que los legisladores le rindieran pleitesía, era mejor la ausencia del Presidente. Los panistas traicionaron el espíritu de 1997, en aras de un principio de autoridad mal entendido, puesto que no habría mayor autoridad presidencial que aquella que se gana derrotando en el debate a los opositores.
Dos Gobernantes cuyo origen se sitúa en el Partido Comunista Mexicano: Amalia García en Zacatecas y Alejandro Encinas en el DF, han sido los únicos que por ser forjados en la izquierda, durante su gestión, comparecieron a debatir con los diputados de su Legislatura Local. En el caso de Amalia García asistía a la entrega del Informe y escuchaba el posicionamiento de los grupos parlamentarios de todos los partidos, luego de un breve mensaje se retiraba, pero en las semanas siguientes regresaba a debatir con los diputados y a explicar cada uno de los capítulos de su informe. De tal modo que la interacción entre los dos poderes era garantizada con su presencia. Alejandro Encinas -cuyo periodo fue de poco más de un año- el mismo día de la presentación del informe escuchó los posicionamientos de los distintos partidos, presentó su informe y respondió preguntas de los legisladores que así lo desearon. La izquierda democrática dio así una muestra de cómo se puede gobernar sin culto a la personalidad y sin cuidar excesivamente una figura gubernamental y desarrollando el equilibrio entre poderes.
Peña Nieto debió cambiar el formato del Informe para estar presente y escuchar la crítica de la oposición. En cuyo contenido encontraría muchos puntos que abonan para que sus niveles de popularidad sean los más bajos de un presidente en su segundo año. Tal vez mucho de lo que hubiera escuchado son enfoques que difícilmente podrá oír de sus colaboradores acostumbrados a cultivar con él la lisonja y el alabo. Después de todo, durante la presentación de varias iniciativas de reforma presentadas durante el 2013, fue notable que, al exponer las razones de que se hubiera construido el consenso en alguno de los puntos, los presidentes del PRD y el PAN, vertieron sendas críticas en presencia del presidente, sin que por ello se viera diezmada la pretendida “Figura Presidencial”, por el contrario, el consenso construido generaba un ambiente de plena franqueza. No es cierto que México se atrevió a cambiar, cuando el Presidente prefiere el monólogo en Palacio Nacional, en lugar del sano debate del informe en las cámaras del Congreso de la Unión que exige un México plural; cuando en lugar de presentar su discurso en el recinto legislativo, con espacios de estacionamiento exprofeso diseñados para el aforo de vehículos de ese día, prefiere que sus invitados mancillen el Zócalo de la Ciudad de México, que es el monumento histórico por excelencia a la participación ciudadana, dejando, inconscientemente, constancia de la condición que le asignan a la ciudadanía; con tal de no tener que aguantar señalamientos críticos en su presencia, como lo hace cualquier gobernante demócrata, él y su partido se muestran entonces incapaces para armar los acuerdos legislativos para que los cuestionamientos a su gestión se hagan en el cauce de la civilidad republicana y por lo tanto se ven intolerantes e insensibles. Se debe restablecer el orden democrático, el conducto mediante el que la Constitución establece que el Presidente informe a la ciudadanía son los legisladores con toda su pluralidad, y aquel debe ser capaz de convencer con argumentos y explicaciones a los de oposición o aceptar- en la práctica y no solo en el discurso- que la pluralidad es valiosa para el país. Eludirlos para utilizar la televisión en forma unilateral impide el análisis puntual de lo informado y convierte el mensaje presidencial en simple propaganda como cualquier otro producto comercial. Ello, pese a lo que argumenten sus publirrelacionistas, lo separa más del pueblo que lo percibe solo como un personaje de telenovela y así, en calidad de mero espectador, la gente nunca se sentirá parte de las acciones de gobierno. Tarde o temprano el autoritarismo se vuelve contra sí mismo y contra sus beneficiarios. La conformación del consenso en las dos cámaras para que presidiera el PRD, siendo resultado de un sana práctica legislativa y un paso promisorio en este sentido resulta en esas condiciones, insuficiente para generar un auténtico equilibrio de poderes. Mientras no se eleve el papel del legislativo como vigilante y calificador de las políticas públicas, como fiscalizador del Poder Ejecutivo, México no habrá cambiado. Para ello, por cierto, es necesario abandonar las tentaciones de la restauración autoritaria y la sobrerrepresentación del partido en el gobierno. Pero eso, es tema de una siguiente entrega.
Eloí Vázquez López es integrante de la Comisión Política Nacional del PRD. Ha sido Diputado Federal y Local en Oaxaca
@eloivazquez