Mantiene SSPO activo el Plan de Apoyo a la Población en el Istmo
13 casas
CACHIMBO, Oax. 30 de diciembre de 2014.-La noche cae sobre Cachimbo apenas se oculta el sol detrás del cerro más alto de la isla, 6 de la tarde marca el reloj.
Las gallinas gordas, por hábito natural, se trepan a los árboles y se encogen. Los perros ladran también por instinto ante todo movimiento en la obscuridad.
Las luciérnagas destellan desde el Mar Muerto, mientras los mosquitos picotean toda piel humana. El silencio imperante se rompe con el bramido del océano Pacífico.
La ausencia de luz solar inmoviliza a casi todos los 147 habitantes de esta franja de tierra que limita marítimamente a Oaxaca con Chiapas.
Los obliga a suspender toda actividad, a descansar, a dormir, a encerrarse en sus casas de madera, menos a los pescadores que salen a la laguna a atrapar cangrejos y a los inquilinos de 13 viviendas.
Desde cualquier punto de la Isla de León (nombre antiguo que recibe Cachimbo) o el mar, 13 grandes y brillantes manchas se ven inmóviles en medio de la nada. Conforme el visitante se acerca, las manchas toman forma de casas, luego de lámparas colgadas en los patios y corredores. De los 103 hogares de estos indígenas zapotecas y huaves perteneciente al municipio de San Francisco Ixhuatán en el Istmo de Tehuantepec (sur de Oaxaca), sólo 13 poseen luz eléctrica, generada por energía solar.
La electrificación de estas casas no la realizó la Comisión Federal de Electricidad (CFE), ni los 1,186 aerogeneradores de 21 parques eólicos instalados en 5 municipios del Istmo, tampoco el Gobierno de Oaxaca que presume el desarrollo eoeléctrico de la entidad, mucho menos el Ayuntamiento municipal que no se cansa de prometer paneles solares, lo hicieron 3 mujeres, indígenas, abuelas y con tan solo la primaria terminada.
Rosa Elvia Hernández Vicente, de 45 años, Olga Lilia Pimentel, de 53 años y Norma Guerra Ramos, de 47 años comenzaron a electrificar la isla oaxaqueña el 24 de noviembre, después de un año que arrancó el proyecto ecológico por parte de la Barefoot College (Escuela de los Pies Descalzos) de la India, que fundó el activista social y educador hindú Bunker Roy.
Las 13 casas fueron electrificadas exactamente en 30 días por las tres “ingenieras solares” o “abuelas solares” como las llama la prensa. Desde hace un mes, los beneficiados duermen más tarde que el resto de la población, conviven más con sus vecinos, ya no necesitan la luz del día para trabajar, dobletean en sus actividades. Hasta ahora, son los únicos, el resto espera impaciente que desde el mar sus casas también sean manchas luminosas.
Las ingenieras
La luz intensa de la linterna ilumina toda la casa, Norma y Rosa discuten las instrucciones sobre el voltaje de la tarjeta madre pegada a la pared de tierra, el controlador que concentra la energía solar recolectada por un panel colocado en el techo de lámina, detrás de ellas observan curiosos Alexis e Iracema, jóvenes dueños de la vivienda electrificada.
Como si fuera un recién nacido, Norma sostiene la linterna solar que una abuela de algún país en vías de desarrollo construyó en el Barefoot College de Litonia, India, con el lenguaje técnico que se aprendió de memoria, explica paso a paso su funcionalidad, aunque Alexis e Iracema no tienen ni la mínima idea de lo que les dice, sólo ríen apenados.
“La lámpara y el Solarlanden tienen un botoncito, cuando el botoncito se pone rojo, quiere decir que ya se acabó la batería, tienen que cargar el panel todo el día. Tienen que cuidar el panel más que su primer hijo, porque no tenemos repuestos y sin ella no hay luz”, instruye Norma a los recién casados.
En el taller que ellas mismas acondicionaron de manera provisional, las tres abuelas se reúnen de lunes a viernes, descansan los fines de semana. Las actividades comienzan a las nueve de la mañana, concluyendo la primera etapa del día a las dos, tienen dos horas para descansar y comer, para luego regresar por la tarde, retoman los trabajos de cuatro a seis.
“Tenemos un horario, pero se nos va el tiempo en el taller, estamos muy emocionadas que no nos damos cuenta del tiempo, si no fuera porque tenemos que dar de comer al marido y a los hijos, no salimos del taller. Más que trabajo es un placer, al menos para mí, despierto y sólo quiero estar soldando y colocando cables”, explica Rosa mientras ajusta los tornillos a uno de los controladores de energía (Changer Controler).
El trabajo de las tres mujeres, es armar el paquete eléctrico para cada hogar, la cual incluye; tres lámparas LED de pared, una linterna portátil, dos paneles solares, una de 10 W para alimentar la linterna portátil, la otra de 40 W que energiza las tres lámparas y hasta carga un celular.
El armado de cada paquete dura de tres a cuatro días, aunque a veces equipan en menos tiempo por la emoción del momento, “cortamos los cables el primer día, soldamos, armamos las tarjetas en el segundo día, los probamos y al tercer o cuarto día ya instalamos en las casas. Vamos muy rápido, porque queremos terminar, queremos ver todas las casas con luz, es un compromiso con el pueblo”, explica detalladamente Norma.
Hace un año Rosa, Norma y Olga, sólo hablaban de peces, del mal tiempo, del precio del marisco en el mercado, de cómo sobrevivir después de las tormentas que cada año azota a Cachimbo, hoy, además hablan de voltios, de amperios, de paneles, de controladores, de Led, de negativos y positivos, de energía solar y cambios climáticos.
No sólo están transformando la vida de todo el pueblo, ellas han cambiado.
Valió la pena
Todo comenzó el 29 de mayo de 2013, cuando el Huracán Bárbara categoría 1 con vientos de 120 kilómetros por hora tocó tierra, sorprendió a los pescadores y casi desapareció del mapa a Cachimbo. El desastre natural documentado llegó a oídos de Bunker Roy, quien trasladó su proyecto ecológico y social hasta este rincón de México con el apoyo de la organización juvenil ‘Comité Che Gorio Melendre’.
Con la destrucción, Cachimbo salió beneficiado con el programa internacional porque nunca contó con energía eléctrica tradicional, no tiene un sólo poste a kilómetros de distancia de otra zona urbana, en mucho por su situación geográfica. Para llegar a la carretera federal es el surco del mar hasta el embarcadero de La Gloria, agencia de Arriaga, Chiapas.
De allí, diez minutos de terracería alcanzan la Panamericana, una hora más con rumbo a la cabecera, Ixhuatán. La segunda ruta conocida, siempre descartada, tiene 70 kilómetros de arenal, va de Cachimbo a Ahuachil (agencia pesquera de Ixhuatán), 22 kilómetros más de Ahuachil a San Francisco, casi cuatro horas de travesía por la vía intransitable.
La vida en la isla no es fácil, por las dificultades de comunicación, la ubicación, los fenómenos naturales y el abandono institucional, aunque todas esas características ayudaron a que fueran beneficiados con la electrificación alternativa, hoy es un ejemplo en México y todo gracias a las valientes abuelas.
Las tres abuelas, aunque el proyecto comenzó con cuatro mujeres, estuvieron capacitándose por cinco meses en las instalaciones del centro en Litonia, India, en donde aprendieron armar las linternas portátiles, a construir las tarjetas que transforman la energía solar, además de repararlas.
Para lograr estos conocimientos, las indígenas hicieron sacrificios, dejaron familia y país, se enfrentaron a la barrera del idioma, casi todo era por señas y observación, el clima, la cultura extraña.
“Era la primera vez que salíamos fuera de México, yo de Cachimbo, teníamos miedo, luego no entendíamos nada, si apenas sabemos el español, imagínense escuchar el hindú y el inglés. A eso agreguen extrañar la comida, la familia. Nos tocó mucho frío.
Llorábamos cuando no podíamos soldar. Sufrimos pero valió la pena”, expresa satisfecha Olga, abuela de 12 niños.
Para controlar la electrificación y mantener el sistema, se creó en asamblea el Comité Solar ‘Sol de Cachimbo’ que se encargará de cobrar a cada familia beneficiada 150 pesos al mes por el servicio, aunque por la instalación y todo el equipo no se cobró nada, pues la organización lo donó.
“Ese es la gran ventaja, no costó nada. Sólo se pagará 150 pesos por el servicio, el recurso servirá para pagar de manera simbólica a cada una de las electricistas, por decirlo de alguna manera. Además con ese dinero se comprarán los aditamentos que se descompongan y que nosotras repararemos o reemplazaremos”, explica Rosa.
Después de dar a conocer el proyecto a través de charlas en universidades y ferias sobre ciencias, donde han participado, el próximo año llegará a la isla un grupo de voluntarios universitarios para apoyar a las tres abuelas en los trabajos pesados de electrificación.
También se tiene contemplado que ellas reproduzcan el modelo a otras mujeres de comunidades olvidadas por el Estado mexicano. Ellas no ambicionan dinero, ni fama, tampoco se obstinan en guardar los conocimientos, por el contrario, aprendieron que mientras más compartan, la luz llegará a más Cachimbos, pueblos que ni siquiera aparecen en el mapa y están borrados de los proyectos del gobierno.