Cortinas de humo
MADRID, 31 de enero de 2015.- Las desigualdades socioeconómicas norte-sur siguen en aumento en nuestro planeta. En el año 2025, más de 5000 millones de personas, es decir, el 70% de la población mundial, vivirá en ciudades pobres. La mayoría de países de Asia, África y Latinoamérica se ven atrapados en un modelo insostenible sin salida a corto plazo. Las materias primas y la mano de obra, los principales recursos que estos países tenían que ofrecer, decrecen en demanda por parte del mercado internacional, que cada vez prefiere sintetizar materiales en favor de tecnologías que prescinden del trabajo personal.
Gran parte de la responsabilidad de este empobrecimiento recae en los Estados del norte. Su desastrosa descolonización ha condenado a la mayor parte del planeta a vivir en estados insostenibles, que carecen de industria, de suficiente personal formado y preparado para puestos clave e infraestructuras competentes. Tras la Primera Guerra Mundial, movidos por un deseo de evitar nuevos conflictos y el rechazo a los imperios colonialistas que había provocado la mayor guerra conocida, una fiebre nacionalista a nivel mundial avivó las aspiraciones de muchas regiones que no estaban económicamente preparadas para una independencia. Los países del norte tuvieron que acabar cediendo, en algunos casos con los brazos abiertos, sin valorar las consecuencias negativas que conllevaba abandonar a su suerte a países con una economía y política inestables.
Más de un siglo después y empujados por las presiones del mercado, muchos países se ven obligados a los procesos más atroces, a la deforestación descontrolada, a la explotación masiva de recursos, a la captación desesperada de un capital que les permita sobrevivir a las deudas externas que les ahogan. Son estados dependientes de los préstamos de los países ricos, viven sostenidos por un crédito internacional que les mantiene a flote, en vez de recibir una inversión internacional que les permita construir infraestructuras, formación para sus trabajadores y mejoras en la tecnología.
La expansión económica de algunos gigantes asiáticos que se han lanzado a la compra masiva de territorios y recursos naturales en el planeta para su explotación exhaustiva y sin vuelta atrás parece sólo agravar las perspectivas de los países del sur. En un sistema global que parece cada vez menos compuesto por Estados y más por grandes empresas transnacionales, y que ha cambiado la importancia de la agricultura y los recursos naturales y humanos por flujos abstractos de capital bursátil, los perdedores parecen ser siempre los mismos. Estos estados llevan décadas en un proceso de estancamiento en una cruel paradoja, son países marginados en un mercado internacional al que a su vez se ven obligados a competir en situaciones de injusta desigualdad.
Es imprescindible generar alternativas a la economía de libre mercado y al capitalismo salvaje que genera esas desigualdades, avivadas también por la globalización. Entre algunas de las soluciones posibles se incluyen la de responsabilizar a las grandes corporaciones transnacionales de los desajustes que provocan en la economía mundial. La deslocalización, la explotación insaciable de los recursos naturales, la contaminación, el desempleo, la especulación financiera, capaz de desestabilizar países o regiones enteras, son sólo algunas de las responsabilidades que podemos exigirle a esas empresas, las mismas que exigen y gozan de las mayores facilidades fiscales y legales para lucrarse en todo el mundo.
Es una responsabilidad sobre todo de los profesionales de la comunicación de los países del norte, que gozamos de medios de denuncia que pueden ser escuchados. Dar a conocer la situación a la que se enfrentan los países más empobrecidos, denunciar los abusos que se comenten contra su soberanía en nombre de la economía liberal y del mercado global y animar a pensar y buscar soluciones deben ser prioridades para la humanidad. Esas mismas desapariciones de las fronteras que parece experimentar el capital financiero bursátil, que no conoce de identidad nacional, ni de estados soberanos, sino que se mueve libre buscando sólo el mayor beneficio económico, deberían inducir a crear una identidad colectiva como raza humana. Si el capital financiero no conoce límites mucho menos debe conocerlos la solidaridad a escala planetaria.
(Texto proporcionado por el Centro de Colaboraciones Solidarias)
María López Paniagua
Periodista