El pleito eterno: política vs brevedad
Gobierno del buen vivir
OAXACA, Oax. 01 de marzo de 2015.- En materia de gobierno ha llegado el momento de poner a prueba nuevas ideas y comparar nuevas impresiones, sin capitular jamás ante la fácil ortodoxia. Las ideas vigentes y las viejas ideas ya no nos sirven para gobernar a unos nuevos ciudadanos que viven angustiados por la complejidad del momento. Ya no es posible aprehender con los simples sentidos la realidad envolvente y mareante. Se necesita de una interrelación de diversas ciencias sociales y fundamentadas en las ciencias exactas para apenas observar los contornos de los fenómenos sociales. Hoy, más que nunca, requerimos del concepto de la totalidad concreta.
La totalidad concreta es el microscopio del pensamiento, pero a la vez el potente gemelo para abarcar todo el fenómeno social. Ya no es posible satisfacer al conocimiento como de lo posible sin la trascendencia hacia el futuro. Toda ciencia es ya una planificación de una vida futura, la velocidad de los hechos no los impone. El fin de la ciencia es la propia vida que se impone de principio y fin último. El saber se mide por la intensidad del amor vivido, el esfuerzo por el nuevo pensamiento, por lo dicho y hecho en el mundo, pero, desde luego, por lo aprendido de ello. Ya la ciencia, no es solo saber, sino también experiencia de vida.
En la ciencia del gobierno, el mejor consejero para la eficacia de gobierno, ya no son las sesudas reflexiones teóricas y conceptuales, las categorías históricas, pues todas enriquecieron nuestros saberes del pasado, el mejor consejero es la propia vida. El gobierno de la vida o de las vidas cobra gran fuerza ante la incertidumbre del futuro, de nuevo es planeación de la vida. El buen gobierno empieza con la pregunta de la definición de la calidad de vida y termina con la aceptación del camino más seguro y eficaz para su consecución.
La eficacia de los gobiernos no debe terminar con los atardeceres de los períodos y ciclos, todo gobierno debe ser atemporal, pues es una línea continua que nunca acaba; los gobernantes son los temporales, de aquí la explicación de los muchos fracasos, pue los hay más malos que buenos. Los buenos gobernantes saben perfectamente cuando actuar y cuando retirarse, sin la necesidad de la petición popular. Sólo los inútiles e incompetentes apelan siempre al pueblo. El pueblo es de una sola voz, regularmente no repite. El pueblo, siempre sabio, sabe cuándo hablar y cuando estar callado.
Los gobernantes mediocres gozan de la acumulación de conocimientos, incluso, suelen presumir de ello, sin embargo, el buen arte de gobierno deviene de la simplificación del conocimiento. Atiborrarse del dato entorpece el pensamiento, en cambio, la simplificación del abundante dato permite la adopción de las decisiones más acertadas y coherentes.
La simplificación del conocimiento permite al gobernante conocer de las consecuencias de sus acciones, su respeto a la causalidad de las mismas y los beneficios de la previsión. La acumulación del conocimiento, es precisamente, lo contrario. En este caso se está ante un demagogo y no ante un prudente. El prudente sabe simplificar la complejidad del pasado para construir un futuro posible.
La acumulación de conocimiento te puede convertir en un necio, en cambio, su simplificación en un sabio, que puede cambiar de opinión. El gobernante prudente es como el gran lago que permanece calmado ante el cambio de las estaciones, conoce tales cambios y sabe de sus enseñanzas. La fortuna del conocimiento de las estaciones es saber vivir cada una de ellas, así la fortuna de vivir las estaciones de los gobiernos es saber entender y hacer vivir bien en cada una de ellas. Desear el gobierno en cada estación es un sentimiento equivocado, es mejor amar su contenido, que es conducir, guiar, encaminar a las agrupaciones humanas al buen vivir.
Al buscar el buen vivir de la población, los gobernantes, no pueden ignorar los sin sabores de gobernar, más bien se preparan para ello. Quien no se prepara puede sentir angustia y no gozar del placer de servir a todos y en especial a los más necesitados. Los gobernantes esforzados recibirán la recompensa de los gobernados, en cambio, los que se consideran expertos en la materia, sólo el reconocimiento de una obligación.
La existencia de adversarios, de desacuerdos, de conflictos, es normal en el arte de gobierno, no habría por qué ignorarlo. Lo que hace diferente de un mal gobernante a uno bueno es que éste último hace de aquello, algo útil, aprovecha sus dinámicas, sabe aprovechar las grandes olas del mar enfurecido. Se aprende más de las dificultades que de las quietudes, esa es una virtud.
En todo gobierno, irremediablemente, existen necesidades, reconocerlas es una manera de iniciar un buen gobierno, da quietud y serenidad al gobernante. Esto es lo inevitable. Sin embargo, habría que empezar por distinguir lo necesario de lo contingente, este ejercicio que es tan sencillo, se constituye en el principal escollo de muchos gobernantes. La emoción impide a los gobernantes hacer la debida diferenciación. La emoción, por lo regular, no abre la mente, por el contrario, la cierra y el problema se vuelve obsesión.
La buena ética y preceptos prácticos son buenos remedios ante las adversidades de gobierno, por lo regular ayuda a la resistencia del mal y de los efectos nocivos de las adversidades. Actuar ante lo inevitable es mejor que ver pasar nuestro cadáver en las procesiones multitudinarias. Ante lo inevitable, es muy pernicioso que el gobernante se llene de resentimientos y de ira, la mejor manera de evitar estos sentimientos consiste en comprender las causas de las acciones de los demás, esta es una actitud prudente o que nace de la prudencia. Hallar el valor de lo negativo es un duro ejercicio de gobierno, sin embargo, es muy benéfico.
Saber qué se busca al gobernar, es también un buen ejercicio, muchos gobernantes se pierden en las riquezas, en las posiciones, en el amor personal, el honor, en la victoria, hasta en el buen retiro de la vida pública, Sin embargo, sólo se debe buscar una sola cosa: el reconocimiento de los gobernados, esto no puede tener comparación, Sólo las mentes pequeñas pueden buscar otra cosa.
Es bueno que los gobernantes tengan ideas muy claras sobre la riqueza, la posición, sobre el amor personal, el honor, la victoria, la gloria, el retiro, etc. Para no desviarse de su principal preocupación, que es la debida conducción del pueblo hacia su bienestar. Las ideas claras permiten proteger al gobernante de la ambición de lo que es falso y dañino para él y para el pueblo.
Es pues, primera obligación de gobernante, controlar sus apetitos personales, emociones y esforzarse por conocer las virtudes y sus causas, conducirse, sin más bajo los mandamientos de la ética y de la razón. Se deberá entender que el mal y el bien son relativos y absolutos. Absolutos, cuando la exigencia es buscar el bien y actuar de acuerdo a él; relativos, cuando se reconoce que la misma cosa puede ser buena, mala o indiferente según las circunstancias. Es de gobernantes prudentes saber estos hechos.
,