Mantiene Oaxaca éxito rotundo en el Festival Internacional Cervantino
OAXACA, Oax. 2 de septiembre de 2015.- En 2002 National Geographic publicó Diario de Oaxaca, una inesperada obra del neurólogo Oliver Sacks, conocido ensayista médico quien se volvió popular gracias a la versión filmada de su libro Despertares, dirigida por Penny Marshall, en la cual Robin Williams interpretó al investigador y escritor.
Sin que casi nadie se enterara, el célebre Oliver Sacks viajaba a las sierras oaxaqueñas para satisfacer su pasión por el estudio de los helechos.
Por esta clase de aficiones, Sacks resulta una figura difícil de compendiar, ahora que ha muerto a los 82 años de edad, el 30 de agosto de este año.
Desde luego, era el admirado autor de obras que permitían un acercamiento empático al mundo de los pacientes neurológicos: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Un antropólogo en Marte, Tío Tungsteno, Músicofilia: historias de la música y el cerebro, Alucinaciones. Para muchos que vieron en el cine Despertares, el rostro del neurólogo tenderá a confundirse con el de Robin Williams, y aun con el de Robert de Niro, otro de los actores que hicieron memorable esa adaptación cinematográfica.
La fama de Sacks como médico y autor hacía suponer que su existencia había sido mayormente feliz, dado que su prosa eficaz y esclarecedora permitió a numerosos lectores comprender y solidarizarse con diversos tipos de pacientes neurales.
Sin embargo, en su libro postrero, On the Move, que salió apenas en abril de este año, Sacks reveló una vida solitaria y desaprovechada en lo sentimental, desde que a los dieciocho años de su edad le confesó a su madre que no le gustaban las mujeres; ella le respondió que era una abominación y que deseaba no haberlo engendrado.
Hacia 2008, al brillante neurólogo le diagnosticaron un cáncer incurable en el ojo, que se fue extendiendo hasta su hígado. Luego de probar los tratamientos disponibles, Sacks admitió que no le quedaba mucho tiempo de vida. En ese trance, a los 77 años de su edad, halló un compañero amoroso en el escritor Bill Hayes, con quien pasó los últimos seis años de su vida decidido a disfrutar la felicidad que se había negado desde aquella aciaga confesión a su madre.
El joven Oliver creció para superar ese dolor y convertirse en el eminente neurólogo que mejoró las vidas de sus pacientes, logró acercar a sus lectores a las dificultades que experimentan quienes padecen algún tipo de neuropatía, e hizo de este mundo un lugar menos sufriente en el cual existir.
Al anunciarse la muerte del autor, ningún medio mexicano ha recordado una de las desconcertantes pasiones de Oliver Sacks: su amor por los helechos que lo hizo visitar en varias ocasiones las sierras de Oaxaca, donde él y un dispar grupo de científicos llegaban a regocijarse con las más de 600 variedades de esas plantas que se multiplican en los bosques oaxaqueños. Esa pasión llevó a Sacks a publicar en 2002 su breve y disfrutable volumen Diario de Oaxaca.
El Diario de Oaxaca de Oliver Sacks es una regocijada narrativa en torno a esas expediciones animadas por la pteridología, cuyo contenido central es una celebración de la extraordinaria riqueza botánica que espera a ser descubierta y debidamente catalogada en los bosques oaxaqueños.
Pero la mirada de Sacks no sólo cede al deslumbramiento por las plantas pteridáceas, sino que revela aspectos insospechados del paisaje oaxaqueño. Desde su llegada a la capital del estado, por ejemplo, el científico señaló la preocupante devastación urbanística del Cerro del Fortín, cuando apenas estaba por finalizar el siglo XX.
Hubiera sido interesante conocer la opinión de Sacks sobre la devastación que ahora promueve el gobierno oaxaqueño, el cual se ufana en costosos anuncios publicitarios de estar construyendo un monstruoso e inútil centro de convenciones en una zona sin vegetación. Claro, la vegetación fue arrasada hace poco por el mismo gobierno y sus asociados en esa zona, para que el caprichoso adefesio turístico pueda arruinar el paisaje en aras de una improbable mejoría económica.
Sacks, por otra parte, tampoco aprobó los excesos localistas que arrasaron con el jardín que ocupó durante decenios el atrio del templo de Santo Domingo. Extrañando la belleza de las plantas florales que había visto en viajes anteriores, en 2002 el neurólogo se lamentó del desolado paisaje marciano sugerido a su imaginación por las Echeverias que impusieron ahí algunos obsesivos fanáticos de las plantas endémicas.
Muchos otros detalles de Oaxaca registró Sacks, a vuelo de pájaro a veces; otras, con reconcentrada meticulosidad de botánico fascinado por uno de los ecosistemas más ricos y complejos del mundo.
Vale la pena mirar con los ojos de Oliver Sacks la geografía de Oaxaca. Al parecer, el vasto ámbito de este enclave mexicano está destinado a ser retratado de manera espléndida por autores nacidos en Inglaterra: el furibundo D. H. Lawrence, el alucinado Malcolm Lowry, el cerebral Aldous Huxley y, en fecha sumamente cercanas, el acucioso Robert Valerio y el empático Sacks. Todos ellos han podido ver lo que escapa a ojos locales, demasiado habituados a desdeñar el asombroso panorama que día a día se despliega ante su distracción, su soberbia o sus designios depredatorios.
Diario de Oaxaca
(fragmentos)
Oliver Sacks
Sábado
Hemos llegado al centro de la vieja Oaxaca, cuyas calles aún corren en la sencilla trama norte-sur diseñada en el siglo XVI. Algunas de ellas, notamos, llevan los nombres de personajes políticos, como la Porfirio Díaz, pero otras, para nuestro placer, llevan los de varios naturalistas. Encuentro una calle Humboldt –Alexander von Humboldt, el gran naturalista, visitó Oaxaca en 1803 y describió sus experiencias en su Relato personal. John Mickel señala un jardín Conzatti. Éste, dice, no fue botánico profesional, sino un maestro de escuela y administrador que vivió en Oaxaca durante las décadas de 1920 y 1930; sin embargo, era botánico aficionado, el primer pteridólogo en México, y en 1939 documentó más de seiscientas especies de helechos mexicanos.
Paramos en la gran iglesia colonial de Santo Domingo. Es enorme, deslumbrante, abrumadora en su magnificencia barroca, ni un centímetro libre de dorado. Una sensación de poder y riqueza exuda de cada pulgada de esta iglesia, una afirmación del poder y la riqueza de su ocupante. ¿Cuánto de este oro, me pregunto, fue extraído por esclavos, cuánto fue fundido de tesoros aztecas por los conquistadores? ¿Cuánta miseria, esclavitud, ira, muerte convergieron en la elaboración de esta magnífica iglesia? Y sin embargo, la estatuaria retrata criaturas menores de complexión oscura, como en oposición a las aumentadas y estilizadas estatuas de los griegos. Es claro que modelos locales fueron empleados, y la imaginería religiosa se adaptó a las necesidades y formas locales. Un gigantesco árbol dorado que blasona el techo sostiene a nobles de la corte y eclesiásticos en sus ramas: Iglesia y Estado vueltos uno.
Una pintura de la Virgen, dorada, ornada, resplandece en medio de la oscurecida nave elevada (“¡Por dios –susurra JD–, mira eso!”). Bajo ella, una mujer vestida de negro, quizá una monja, está de rodillas; eleva su voz intermitente en un canto invocatorio fuerte y gutural. Está en estado de éxtasis, de adoración. Tengo la sensación de algo teatral, histriónico. Si quiere rezar, opino, que lo haga con discreción, sin tanta bulla. Otros, sin embargo, la consideran bella, conmovedora.
Justo afuera de la iglesia la calle está flanqueada por vendedores que venden hamacas, collares, cuchillos de madera, pinturas. Compro una hamaca de varios colores y un delgado cuchillo de madera. Scout me imita (“sólo para repartir dinero”, dice). Hay tienditas cruzando la calle y entre ellas veo una de endoscopia gastroenterológica. Me pregunto, absurdamente, por qué alguien buscaría una colonoscopia, una gastroscopia, una sigmoidescopia en esos sagrados confines.
Luis, nuestro guía, está todavía llenándonos de información: “Aquí es la ‘casa de Cortés’. Cortés nunca estuvo aquí, pero habría residido aquí, vivido aquí, si hubiese visitado Oaxaca. Es su casa oficial”. Junto a la casa, en la calle, un camión lleno de gas, con el logotipo de Gas Milenia pintado en su tanque.
Y frente a la iglesia, esta bella pieza de arquitectura, hay un jardín indescriptiblemente feo: dos grandes cuadrados de tierra rojiza enteramente sembrados de una planta suculenta, la Echeveria –plantas bizarras, atemorizantes, que parecen trífidos–, la Echeveria y nada más. Al parecer, solía haber un apacible, variado jardín aquí, y luego, por alguna perversidad, fue quitado y sustituido por este inquietante y rojizo paisaje marciano.
Domingo
Hoy vamos en expedición botánica, sobre las montañas, al Llano de las Flores, aunque ahora, en enero, estamos en medio de la estación seca y no habrá flores. Los cerros y el valle centrales están, por cierto, secos como hueso, desérticos, tostados. (Es difícil imaginarlos de otro modo, pero debo regresar, pienso, en la época de lluvias, cuando están alfombrados con Rigidella, iris de brillantes flores escarlata.)
[…]
Mi impulso ha sido siempre hacia la botánica criptógama; hallo las flores, con su explicitud, sus inflorescencias, un poco excesivas.
En verdad, muchos compartimos este sentimiento en nuestras reuniones sabatinas: cualquier mención de plantas con flores tiende a ser acompañada por una especie de disculpa bromista: “Si perdonan que lo mencione…” o “sé que nos les gustará esto, pero…” Pensarían, si nos oyeran uno de estos sábados, que aún vivimos en un mundo sin flores, paleozoico, donde los insectos no tienen lugar, y a las esporas las dispersan sólo el viento y el agua.
Entre mis compañeros de viaje amantes de los helechos, sin embargo, hay algunos expertos en plantas con flores, también, –J. D. y Scout, entre ellos–, y ahora, en el autobús, al pasar junto a unos árboles cargados con gloriosas flores blancas, Scout llama nuestra atención hacia ellos. Estos, dice, son árboles Ipomoea. ¿Ipomoea?, cuestiono, ¿el mismo género que el dondiego? Sí, dice Scott, y el mismo de la papa dulce. Rememoro mis días en California, a principios de los 1960, cuando las semillas del dondiego (una variedad de ellas, al menos, las “azul cielo”) se usaban por su poder psicodélico, ya que contenían compuestos alcaloides derivados del ácido lisérgico, similares al LSD. Solía tomar tres o cuatro paquetes de las duras, negras semillas angulares, reducirlas a polvo con un mortero, y luego –esto era mi innovación– mezclar las semillas molidas con helado de vainilla. Sentía una intensa náusea por un rato, seguidas por visiones de un muy personal cielo o infierno. Siempre deseé el lugar perfecto para tomarlas, y esto hubiera sido en el sur mexicano, donde el dondiego crece con facilidad y abundancia en las montañas y sus semillas, ololiuhqui, se pueden conservar indefinidamente sin que pierdan su potencia. En verdad, me dicen, la planta (que los aztecas llamaban coatlxoxouhqui, serpiente verde, por sus hábitos similares a los de la viña) era vista como sacramental y usada en presencia de un curandero.
En Plantas de los dioses, el gran etnobotánico Richard Evans Schultes y el químico Albert Hoffmann (quien fue el primero en sintetizar el LSD e informar de sus efectos) describen cómo cada cultura ha descubierto plantas con poderes alucinógenos o intoxicantes, poderes que con frecuencia son vistos como sobrenaturales o divinos. Pero el viejo mundo no conoció nada como las poderosas drogas alucinógenas de México: ololiuhqui (que los españoles, cuando la hallaron, llamaron semilla de la Virgen); el sagrado hongo psilocíbico teonanacatl, la carne de Dios (sus constituyentes activos también derivados del ácido lisérgico); y en el norte de México, junto a la frontera sur estadounidense, los capullos de Lophphora williamsii, el cactus peyote, algunas veces llamado botones de mezcal (aunque nada tienen que ver con el mezcal, licor destilado hecho con plantas de agave).
Mientras el autobús se sacude por la montaña, Scout y yo platicamos sobre estas plantas y los alucinógenos sudamericanos, más exóticos, como el ayahuasca (vino del alma), hecho de la enredadera amazónica Banisteriopsis caapí, que describen William Burroughs y Allen Ginsberg en Las cartas de Yage; y los rapés ricos en triptaminas –virola, yopo, jojoba– el modo en que sus ingredientes activos son químicamente tan similares, y tan cercanos en estructura a la serotonina, un neurotransmisor (¿fue por accidente o por prueba y error?) Nos preguntamos por qué plantas de botánica tan diversa convergen, por decirlo así, en compuestos tan similares, y qué papel juegan tales compuestos en la vida de estas plantas: ¿son meros productos colaterales del metabolismo (como el índigo de tantas plantas); se usaban (como la estricnina y otros alcaloides amargos) para ahuyentar o envenenar predadores; o cumplen funciones esenciales en las propias plantas?
[…]
Acompañándonos en el autobús va Boone. No estoy muy seguro, a estas alturas, sobre quién y qué es Boone, aunque sé que es un viejo y muy respetado amigo de John Mickel (se encontraron en Oaxaca en 1960) y que Boone ha trabajado aquí como botánico o agricultor desde entonces. Según parece, tiene una casa para botánicos allá arriba en las montañas, cerca de Ixtlán, y lo visitaremos en unos cuantos días. Boone ha de tener setenta años; es bajo pero de ancha y fuerte complexión, ágil, y su cabeza es refinada, con un mechón sobre la frente.
Evidentemente, es un experto en árboles de Oaxaca, y mientras avanzamos por las montañas, al convertirse robles y pinos en la vegetación predominante, se sube al autobús y comienza a hablarnos: “La mayoría de los robles –comienza– se halla en un estado de evolución tan activo que no puede ser identificada. Algunas floras hablan de treinta especies, algunas de doscientas, que se hibridizan constantemente”. Los primeros pinos que vemos tienen agujas cortas y conos pequeños. Luego, unos cientos de metros más arriba, pinos con agujas y conos mayores, otras especies.
Nubes en la cima de los cerros: ¡fabulosa visita! Cuando subimos un poco más nos señala una magnífica isleta de abetos Douglas entre una cosecha sobre la ladera, a nuestra izquierda. Esta agrupación de abetos fue descubierto, añade, en 1994 por un botánico del Museo Húngaro de Historia Natural. Es la población más al sur de este tipo de abetos en el mundo. Boone sigue hablando de Oaxaca como una singularmente rica frontera botánica donde planta de origen septentrional, como estos pinos, se mezclan con plantas sudamericanas que han emigrado al norte.
Otras plantas: Abies oaxacana. Madroños (Arbutus, de madera roja y corteza pelada. Pincel indio, naranja, a lo largo del camino, mezclado con lupinas azules y una lobelia purpúrea. Florecitas amarillas –caléndulas. Otras de este color son despreciadas como PACs: pinches amarillas compuestas. Las plantas de la familia compuestas incluye al diente de león, ásters, abrojos y otros, en los que la cabeza de la flor está compuesta de florecillas que irradian de un disco central. Son de las más comunes flores silvestres, difíciles de identificar. Los observadores de aves usan frases similares: hay bonitas, interesantes aves, y luego están los PG (pajaritos grises) revoloteando por todos lados, distrayendo la atención.
El autobús sube más y más, hasta que llegamos a la cota de 2,470 metros sobre el nivel del mar. Un camino de leñadores va hacia la izquierda, hasta la cima del Cerro de San Felipe. Aquí hay más frío y humedad, y más musgo que ver. Mientras comenzamos el descenso, avanzamos dos o tres kilómetros y paramos en un vado que se llama Río Frío. John Mickel inmediatamente identifica un helecho nuevo, una asplenia, Asplenium hallbergii. Pregunto, de modo idiota, “¿Quién fue Hallberg?” John me mira con extrañeza y dice: “¡Pregúntale a Boone!”
Luego se lanza a otro helecho, un Anogramma leptophylla. “¡Este es uno de los grandes helechos del mundo! Está al tope, sólo treinta o sesenta centímetros de alto. Es una belleza, sólo crece a grandes alturas”. Se mueve con rapidez a otro helecho, Adiantum, una cabellera de doncella, y otro, un Asplenium.
[…]
Mi atención vaga un poco. Veo que nos rodea salvia de dulce olor. Y bellos lirios en un campo, donde hay un letrero en español que descifro con lentitud: Quien no respete esta propiedad será encarcelado. O tiroteado, o decapitado, o castrado.
[…]
Aquí en México, dice Boone Hallberg, tienes que usar la cabeza para saber qué está pasando. En los Estados Unidos todo se publicita, se organiza, se sabe. Aquí todo está bajo la superficie, la inteligencia es siempre desafiada.
Lunes
Una caminata por los alrededores del hotel, temprano, con Dick Rauh y su esposa, se salió de curso. Nos perdimos, y casi nos mataron al tratar de cruzar la carretera panamericana. Vimos cloacas abiertas, niños con ojos infectados y llagas. Pobreza espantosa, inmundicia. Casi nos asfixiaron las humaredas de diesel; casi nos mordió un perro feroz, quizá rabioso. Este es el otro lado de Oaxaca, una ciudad moderna, llena de tráfico, con una hora pico y pobreza, como muchas otras. Quizá es saludable para mí ver este otro lado, antes de que me vuelva demasiado lírico acerca de este Edén.
Traducción: Jorge Pech Casanova