Obispos de México: Un nuevo horizonte
La acción de gobierno
OAXACA, Oax. 6 de septiembre de 2015.- En la teoría del gobierno se pueden identificar dos ámbitos específicos: la acción y la institución. Para algunos teóricos, entre ellos Maquiavelo, la sustancia del gobierno está en la acción, para otros, como Hobbes, le atribuyen mayor énfasis a las instituciones. Sin afirmar la veracidad de lo uno o de lo otro, considero pertinente abordar el problema de la acción gubernamental.
Grayling cita cuatro proverbios, es decir, sentencias que no tienen contraparte, que nos sirven de inicio para el desarrollo de nuestro tema, que son los siguientes:
1.- “La acción es el fruto adecuado del conocimiento;
2.-“Las grandes acciones delatan grandes mentes;
3.-“Las acciones no necesitan trompetas que las anuncien;
4.-“Una sola buena acción puede hacer perdonar cien malas”( Grayling, A. C. El buen libro. Edit. Ariel. Barcelona, 2012, p. 351).
La acción define propiamente al hombre, es un ser que tiene como sustancia la acción, mediante ésta el hombre se crea y se recrea, el hombre inactivo es una contradicción en sí misma. El hombre simplemente contemplativo no hace historia, no transforma, no se produce, ni hace producir a los demás. Ya lo dijo el viejo Marx, “de lo que se trata es de transformar al mundo no sólo de interpretarlo”. Así, toda acción tiene inexorablemente un fin.
Para mi gusto, en concordancia con Platón, el fin de toda acción de gobierno debe ser la búsqueda de todo bien y felicidad humana. En sí misma, la idea de gobernar implica estos fines. Cuando no es así, estamos en presencia de actos de dominación a secas, en beneficio de una clase, de un grupo o de una persona. La idea de gobierno implica conducción, la idea de dominación, por el contrario, implica opresión.
Para que una acción gubernamental sea eficaz es menester que esté, en la medida de lo posible, muy lejos de la pasión o de las pasiones humanas y sí muy cerca de la deliberación y de una debida elección. Hacer lo contrario es condenarse al fracaso en las labores de gobierno. La acción debe estar muy cerca de la racionalidad sin llegar a los grados del mal burocrático, eso sería un suicidio de gobierno. Tampoco podemos aceptar que detrás de cada acción está la mano de Dios porque sería aceptar la nulidad del hombre para sí mismo.
Este determinismo no es aceptado ni por los teólogos más famosos como San Agustín y Santo Tomás, por el contrario, contribuyen a la independencia de la razón humana a partir de la tesis del libre albedrío. “El dominico piensa que la característica innata del ser humano de poseer un libre albedrío es coextensiva con la característica de estar dotado de inteligencia, es decir de ser racional. Para Tomás tanto la razón como el libre albedrío no sólo son aspectos constitutivos de la naturaleza humana, sino que también forman parte del funcionamiento psicológico humano: son potencias del alma” (Leyva, Gustavo, (editor). Filosofía de la Acción. Edit. UAM, México, 2008, p. 153).
Al situar la acción en el ámbito estrictamente humano nos permite deducir que requerirá del gobernante las virtudes políticas necesarias para tener éxito en las acciones de gobierno. No es extraño, por tanto, que tomar el rumbo teórico de la acción en lugar de la institucionalización, conduce necesariamente plantearse las virtudes de los gobernantes para la consecución de los fines de las acciones sin tomar importancia sobre los medios.
Por ejemplo, si determinamos que el gobernante debe ser sabio, no sólo podemos referirnos que debe ser muy prudente al tomar las acciones de gobierno, sino tener un perfecto conocimiento de la naturaleza humana, de los tiempos presentes, de la lógica del desenvolvimientos de los factores de la sociedad, de su propia vida y de sus contradicciones, de la regulación de sus pasiones y sobre todo, conocer de la profundidad de las artes.
La generosidad es una de las virtudes más apreciadas de los gobernantes. El gobernante generoso mide siempre su valor en relación al otro o a los otros, a sus gobernados; su estimación es de manera legítima, no se engaña ni engaña; tiene el control de sí mismo, no permite que lo esclavicen las pasiones y los vicios; al enfrentar las condiciones adversas no se escuda en la mala fortuna, por el contrario, usa los conocimientos y técnicas para vencerla; aprende a no plantearse acciones imposibles sino se propone aquello que está en sus posibilidades, es responsable. Siguiendo estas líneas, el gobernante estará listo para realizar un gobierno eficaz y bien valorado.
Es de sabios entender que los errores de los gobernantes está en sus formas de obrar y no un defecto de su temperamento, carácter o de su naturaleza. Ningún gobernante es incapaz de por sí, sólo lo es en el obrar.
Todo gobernante deberá entender que no gobierna a un grupo de ángeles, sino a un conjunto de hombres que al contacto florecen las más oscuras pasiones que lo llevan a competir, al enfrentamiento entre sí, incluso a buscar la aniquilación de los otros. La existencia del conflicto es lo más natural en todas las sociedades humanas, por eso, al gobernante se le debe enseñar la teoría del orden. Los hombres pueden ser muy diversos en lo físico, pero en lo social, siguiendo a Hobbes, los impulsa sólo las motivaciones del deseo, el temor y la esperanza. Para resolver estas pasiones el hombre requiere del poder político, por esta razón el gobernante le es menester no dejarse envolver por las pasiones, so pena, de ser un simple hombre.
En una sociedad en donde predominan las pasiones, el gobernante tiene que tener la enorme capacidad de operación de gobierno y de las medidas para su mantenimiento. Decir gobierno es decir operación y decir operación es buscar el mantenimiento eficaz del gobierno. No debe olvidar también que las acciones que lleve a cabo deben estar pegados a derecho o por lo menos disfrazarlas de legalidad.
La capacidad de operación tiene que ver con la capacidad de encontrar obediencia de la población. Lo inicial es hacer creer a dicha población que se conduce por sí misma sin darse cuenta de la acción del gobierno, esto requiere arte. Por otro lado, deberá infundir temor y cubrir todos los rincones del territorio gobernado. Los gobernantes deben procurar siempre formar una nación, porque es producto de la constante regulación, no tener una nación es prueba de ineficacia de gobierno.
La acción no es simplemente producir efectos en la naturaleza o en lo social, la acción del gobernante se desarrolla conforme a principios y leyes legitimadas, conforme a doctrinas. Conducirse conforme a doctrinas los puede hacer hábiles, prudentes y sabios. La habilidad los hace técnicamente capaces, la prudencia pragmáticamente eficaces y ser sabios los hace moralmente aceptados.
Algunos gobernantes les gusta actuar bajo máximas o bajo un principio práctico, son actitudes fundamentales que señalan rumbos adecuados, orientación y sentido de las acciones tomadas; son patrones o modelos de acción que tienden adquirir carácter de universalidad.
Sea gobernar por proverbios, por máximas, sujetando a las pasiones y operando bien los resortes del gobierno, nos induce necesariamente a la acción, de esto es imposible la negación.