El bienestar de los menores constituye una prioridad. La responsabilidad les exige velar por su educación, respetar sus sentimientos, no utilizarlos jamás como instrumentos de sus posibles frustraciones, expresar respeto hacia su excónyuge, reflexionar sobre qué es lo más conveniente para ellos, por encima de posibles derechos legales o intereses personales, y estar a su lado hasta que, alcanzada la madurez, conquisten su propia independencia.
Por otro lado, los padres deben asumir el protagonismo de la educación de los hijos en un momento en que otros muchos agentes van a ejercer una indiscutible influencia. Si la instrucción de los menores es delegada en las instituciones educativas, su formación en valores y en grandes principios morales que les ayuden a orientarse en la vida es competencia de unos padres comprometidos, que no se permiten sucumbir ante el cansancio, la impotencia o la creencia de que nada se puede hacer frente a la influencia que ejerce la calle o los medios de comunicación.
El sentido común es muy importante, pero quizás no sea suficiente. Hay que asumir el compromiso de formarse como padres y madres. Muchos jóvenes padres y madres no escatiman esfuerzos, ni regatean sacrificios para formarse profesionalmente cada vez mejor y, sin embargo, no han considerado necesario acudir a textos en los que se pueden encontrar pautas educativas bien documentadas. Los estudios sobre la psicología infantil ponen a nuestro alcance el conocimiento de cómo funciona el psiquismo infantil y aporta pautas sensatas de cómo favorecer su sano desarrollo.
Ignorar determinadas indicaciones educativas a las que cualquiera puede tener acceso, no dejaría de ser una incomprensible irresponsabilidad. Porque, como en tantos otros ámbitos de la vida, parece cuerdo no desatender las orientaciones que nos llegan de quienes investigan cuáles son las mejores condiciones para el desarrollo, lo más sano posible, de los seres humanos.
A las drogas y al alcohol que eran hasta hace algunos años los senderos por los que muchos jóvenes acababan perdiéndose, se añade ahora la dependencia creciente frente a móviles o redes sociales. He aquí un nuevo reto para los padres. Porque deberán ser capaces de valorar las inmensas posibilidades que las nuevas tecnologías ofrecen, pero también los riesgos que entrañan.
Se trata de convertir el hogar, con independencia de la estructura que éste pueda tener, en una verdadera escuela de vida. Ese es el gran desafío y la gran oportunidad. Hacer de nuestras casas un espacio en el que los niños sean educados en el aprecio a la vida de todos los seres humanos. Alejándose, como insiste el Papa Francisco, de la política de los “descartes.
Hay que educar en el respeto y amor a la naturaleza, como propone el Pontífice en su última Encíclica. También para que se desarrollen sanos emocionalmente, para que atesoren la capacidad de empatía que les permita conectar con las necesidades de los demás. Y, unida a una buena educación emocional que les habilite para reconocer sus propios sentimientos y los de los demás, para expresarlos y permitir que los otros los expresen, también una sana educación sexual que, en un mundo hipersexualizado como lo es el nuestro, les ayude a integrar la sexualidad, no reducida a pura genitalidad, en tanto que componente esencial de su desarrollo personal.
Una verdadera escuela donde los menores tengan la posibilidad de conocer el sentido más auténtico del amor y experimenten el valor de la solidaridad hacia los seres humanos más indefensos y más necesitados. Donde aprendan a embridar sus egoísmos y a dar la espalda a esas formas de individualismo feroz que ve en los demás competidores en lugar de hermanos, adversarios en lugar de compañeros de una aventura común. No son pocos los retos a los que se enfrenta la familia actual. Si atina en su respuesta, será la sociedad en su conjunto quien recogerá los más saludables beneficios.
(Texto proporcionado por el Centro de Colaboraciones Solidarias)
José María Jiménez Ruiz
Terapeuta familiar y vicepresidente del Teléfono de la Esperanza