Diferencias entre un estúpido y un idiota
CIUDAD DE MÉXICO, 26 de abril de 2016.- Por una ambición personal, Ricardo Anaya pone en riesgo a México al legitimar la campaña anticipada que realiza Andrés Manuel López Obrador.
Del 8 de julio de 2015 al 8 de marzo de este año, Anaya había empleado para sí mismo los tiempos oficiales del INE en radio y televisión que corresponden al PAN, y acumulaba 261 mil 385 spots con su voz o su figura.
Se apropió de los tiempos oficiales que son de su partido y se los dedicó a él, a fin de promover su candidatura presidencial del 2018.
Anaya le dio la espalda a todos los que habían ayudado en su vertiginosa carrera política, y con el poder de la dirigencia nacional del partido albiazul se lanzó tras la candidatura presidencial.
Lo que hizo Anaya fue adueñarse del PAN para mostrarse como una alternativa entre el calderonismo y Moreno Valle.
No ha medido sus fuerzas, pues su candidatura presidencial no tiene futuro alguno.
Pero él piensa otra cosa, y le hace un daño enorme a los precandidatos panistas que sí podrían contender con posibilidades en la elección de 2018.
Le ayuda a López Obrador, quien ha adelantado su campaña porque es dueño de un partido y nadie le va a quitar la candidatura presidencial.
Para AMLO, Anaya es una botarga. Le hace el juego a López Obrador y daña al país.
Se pone como otro aspirante que se brinca las reglas, por tanto la falta de AMLO se diluye. No calibra que en su partido hay otras figuras, incluso más allá de Margarita y de Moreno Valle, que combinan experiencia y juventud, y que deberían crecer.
Pero Anaya, claro, es dueño del partido. Algo nunca antes visto en Acción Nacional. Una desgracia para el PAN y para México.
Quiere ser más popular que Margarita, a base de spots.
Se presenta como mejor operador que Moreno Valle, a fuerza de spots.
Busca proyectar más seriedad de hombre de Estado que Roberto Gil, con poses en spots.
Cuando Ricardo Anaya comenzó a darse a conocer en política, como diputado federal, cautivó a los de su partido, a los no panistas y a los que no simpatizan con ninguna fuerza política en particular.
Joven, inteligente, sencillo, sabía hablar y sabía escuchar, sensato reconocía sus errores y defendía con argumentos sus puntos de vista. Un diamante para la política mexicana. Pero en bruto.
Le faltó ese proceso fino de pulimiento y maduración que toda joya necesita. Malas compañías, seguramente, que apresuraron su carrera para aprovecharse de sus talentos.
Anaya quiso correr antes de terminar su aprendizaje de caminar.
En unos cuantos meses se transformó en arquetipo del político indeseable. Se volvió ambicioso, desleal, poco confiable, y también mentiroso.
Ayer dijo en El Universal que por el momento tiene la cabeza puesta en las elecciones de 2016, y que será hasta dentro de dos años cuando, “en unidad y con sensatez, procesemos quiénes serán nuestras candidatas y candidatos para 2018”.
Falso. Si nada de eso pasa por su mente, ¿por qué le quita al partido y a sus candidatos el espacio en televisión que acapara para él?
Y sabe perfectamente que no será hasta “dentro de dos años” cuando se resuelva la candidatura presidencial, sino que las elecciones internas serán el año que viene.
Lástima por el PAN, lástima por Ricardo que pintaba para ser un gran político, y felicidades a AMLO que de la nada le apareció un bocado de botarga.