Ignacio Ovalle: ningún cargo público, pero sí protección
Indicador Político
CIUDAD DE MÉXICO, 10 de noviembre de 2016.- La victoria de Donald Trump despertó los peores augurios para el corto plazo de los EE.UU. El empresario en realidad no ganó unas elecciones presidenciales competitivas, sino que aplastó en las urnas al aparato de poder corporativo que ha mantenido el control político de la nación a través de Wall Street desde que el dólar se apropió de la economía mundial en Bretton Woods en 1944.
La elección de Trump dejó dos escenarios: el del hartazgo popular contra el establishment que representaban Barack Obama y Hillary Clinton y la reconfiguración de la sociedad estadunidense que no le interesó la hegemonía mundial sino su propia y lacerante pobreza.
El dilema de Trump oscilará entre la transición estadunidense a una sociedad moderna pero no imperial –aunque mantenga su papel de policía del mundo– o la ruptura por la respuesta previsible de la estructura de seguridad nacional que ha creado un Estado privado paralelo. Trump enfocó su visión de Estado de seguridad nacional de manera similar que Hillary, aunque no los elevó a una dimensión prioritaria en su campaña.
Lo malo para los EE.UU. es que Trump carece de una propuesta de reorganización del Estado y su campaña se basó en la extrapolación de ciertos enfoques empresariales a las decisiones políticas en el Estado. Pero no debe olvidarse que Trump fue producto de las contradicciones y traiciones de los compromisos de Obama y de una sociedad harta de los políticos. Lo que falta por saber es la estructura de poder detrás de Trump: los republicanos del establishment imperial o los republicanos del pragmatismo. A diferencia de Hillary, Trump va a gobernar para su reelección en 2020.
La viabilidad del gobierno de Trump tendrá que decidir sus aliados: o el congreso con nuevas figuras o de nueva cuenta las corporaciones que bien poco les interesa en la práctica que el republicano haya ganado las elecciones y que la demócrata los haya decepcionado por su fardo de corrupción. El poder es el poder, es de quien lo sopesa, no de quien lo enarbola.
En el Congreso pasarán o se anegarán los compromisos centrales de Trump: la expulsión de migrantes hispanos y árabes, el muro en la frontera mexicana, el cobro de protección mundial. Y sus primeras decisiones tendrán que definir los perfiles de la seguridad nacional: quién será el Henry Kissinger de la definición geoestratégica de los EE.UU. para los próximos cincuenta años. Trump tendrá que abrir el obturador de su enfoque geopolítico ante la multipolaridad del poder, un tema que dejo la impresión que no entendía y que por eso magnificó la política migratoria interna.
Trump agotó su primera fase en el 8 de noviembre, su campaña giró en torno a construir una nueva mayoría no corporativa sino social y su principal desafío en los próximos años será el de rehacer el modelo de estabilidad laboral empleo-jubilación que destruyeron Clinton y Obama. Pero sus primeras decisiones tendrán que ver con el papel de los EE.UU. en un mundo acostumbrado al imperialismo estadunidense o al abandono en los últimos ocho años. Obama le hereda un Putin fortalecido, una China dominante y un medio oriente atomizado.
La gran prueba de Trump estará en la construcción de una base social o el establishment corporativo republicano-demócrata lo derrotará como a Jimmy Carter en 1980 o como a Gorbachov en 1991, toda vez que ese establishment pidió golpe de Estado contra Trump si ganaba las elecciones.
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Política para dummies: La política es el reino de los ganadores, no de los que dicen que van a ganar.
Sólo para sus ojos:
• Feria de ceses por el efecto Trump en el gabinete; o al menos así debería ser, aunque en el fondo lo que se requiere es una redefinición de la política exterior bilateral. Y no hay que buscar culpables: en los EE.UU. ganaron los ciudadanos que ignoraron a las élites.
• La noche del martes había que escuchar a los conductores mexicanos de noticias rumiando la derrota como propia, a pesar de que ellos ni votaban.
• El resultado final demostró que Hillary no competía por ser mujer sino por representar la estructura de poder y dominación de las élites.
• El gran derrotado en México no fue sólo el presidente Peña Nieto sino el ex presidente Carlos Salinas de Gortari. Su sobrina utilizó la cancillería no para analizar la realidad estadounidense en función de los intereses de México, sino para hacer lobby a favor de la Hillary que no modificaría el tratado de comercio libre.
• Y qué decir de los chicanos nacidos en México que hicieron campaña por Hillary: Marcelo Ebrard, la panista Mariana Gómez del Campo, el ex perredista Agustín Basave, otros perredistas, muchos panistas…
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