Día 21. No maten al mensajero; prensa sin seguridad democrática
OAXACA, Oax., 20 de noviembre de 2016.- El hombre se veía bien arreglado, su aspecto era de gentilhombre, apareció pulcro frente a las cámaras de la televisión oficial, sabía que es la última ocasión que como gobernador se dirigirá al pueblo oaxaqueño.
Tuvo la disyuntiva de aceptar la dolorosa realidad de su gobierno y en consecuencia, pedir perdón a un pueblo que le depositó su esperanza y su fe en un porvenir mejor o magnificar algunos logros administrativos, más no de gobierno, potenciarlos, para poder despedirse con cierta dignidad, decidió por la segunda opción, aunque supo que el juicio de la historia le será totalmente adversa.
Cabe preguntarse si Gabino Cué Monteagudo, como ser humano preparado en las mejores escuelas y universidades del país y del extranjero, compartía la tesis de la imposibilidad congénita de los políticos para cambiar las bases de la sociedad y de su economía, si por el contrario, pensaba que lo único posible era crear un contexto pertinente para que los talentos y capacidades naturales de las personas florecieran en virtud del abono y del agua suministrado.
Por la historia del régimen de gobierno de la Alianza, se puede afirmar sin temor a equívocos, que Gabino Cué Monteagudo creyó firmemente en las virtudes de sus compañeros de gobierno y de los suyos, bajo esta consideración, ante su último informe no podía desmentirse.
Bajo esta tesitura, a Gabino Cué Monteagudo le era indispensable cuestionar seriamente sobre la naturaleza básica de los políticos oaxaqueños, podría inferir con cierta facilidad que el político oaxaqueño se debate entre la soberbia y la timidez, ello significa un menudo problema para lograr una buena virtud gubernativa y administrativa. Fiel a sus amigos hasta el final, no cuestionó sus resultados y sus deslindes, calificando de ingratitud la crítica de los partidos que lo encumbraron en el poder
Esta clase de políticos les es fácil suscribir planes ambiciosos y hacer grandes declaraciones sobre supuestos proyectos de gobierno, en lugar de tener opiniones juiciosas y responsables, así como determinar derroteros prácticos y constantes que impacten en la sociedad. Gabino Cué Monteagudo los justificó con algunas obras públicas que no impactaron en un régimen político que se quiso cambiar.
En sus intentos por resolver problemas antiguos de difícil solución, lo entrampan, lo complican y desconocen la salida más provechosa para el gobierno a que sirven. Las pérdidas de oportunidades por estas actitudes de los políticos oaxaqueños significan, por lo menos, retroceso, estancamiento, recrudecimiento de los problemas y sobre todo, su acumulación, que originará una verdadera crisis de administración, tal es el abandono de la situación de los pueblos indígenas, que desde los inicios del Estado oaxaqueño se hubiese resuelto.
La relación de buena química que debió existir entre los miembros del gabinete es fundamental, para que confiando en ellos se puedan lograr resultados pertinentes y eficaces, Lo inicial es respetarse como personas, ser solidarios en el esfuerzo común, la desconfianza se hace natural en aquellos políticos que no asumen esta actitud, porque las relaciones personales deben estar sujetos a la consecución de los intereses del pueblo.
Para lamentación del pueblo oaxaqueño, las relaciones personales prevalecieron por encima de los intereses de la sociedad oaxaqueña, dañando enormemente las posibilidades del inicio del buen vivir del pueblo de Juárez. Habría que reconocer el error de Gabino Cué Monteagudo por confiar en los políticos oaxaqueños, todo error, habría que recordarlo, es una planta resistente que florece en cualquier tierra (Grayling, 2012).
La experiencia de la historia de los gobiernos enseña que el ejercicio de la política que descansa en la obtención y conservación del poder sin más, los vuelve peligrosos si se agrupan, en su acción. Se convierten, por instinto, en una manada. Cualquiera de los políticos, en lo individual, puede ser cortés, hasta manifestarse como persona encantadora, pero agrupada se convierte en una banda de rufianes. El agrupamiento de los políticos durante la administración de la Alianza fue de lo más cotidiano, de lo más normal, por venir de diferentes experiencias políticas.
Las complicidades surgieron como hongos en tierra fértil, los negocios con dineros públicos florecieron, el encubrimiento fue hecho cotidiano, surgieron nuevas familias con lazos comerciales y de inversión. Tener vínculos con estos nuevos ricos e inversionistas fue una manera de hacer política en Oaxaca. Algunos ricos de abolengo de la historia oaxaqueña no alcanzaron a subirse en esta rueda de la fortuna, los pequeños empresarios confiaron en el gobierno, que al final, si conservaron sus empresas fue gracias a la buena fortuna.
Este agrupamiento de los políticos se convirtió en grupos de presión en el seno del gobierno, la oportunidad de ganar los espacios gubernamentales fue una manera de evaluación del éxito obtenido, unos fueron más exitosos que otros al ser encabezados por personajes influyentes en el ánimo del gobernador. La propensión de Gabino Cué Monteagudo de escuchar consejo, de dialogar con sus más íntimos del gabinete, de debatir los problemas, lo hizo presa fácil de los agrupamientos de rufianes, de viejos lobos, de poderosos leones, incluso de grupos de delincuentes. Lo que fue una virtud de Gabino Cué Monteagudo se convirtió en una suerte de maldición política.
La descomposición del régimen de la Alianza durante los seis años no es posible negarla, hacerlo es ofender al sentido común, a flor de piel brotan los datos que le permiten a la Ciencia Política formular a esta decadencia en conceptos y en categorías explicativas. Una de las razones explicativas, entre muchas, consiste en que Gabino Cué Monteagudo y su grupo pensaron en que habían obtenido una victoria total.
La historia de Oaxaca empezaba con ellos, la embriaguez de esta victoria les nubló el pensamiento, ya no tuvieron perspectiva, los malos, los corruptos estaban liquidados en el campo de batalla. No entendieron, para su suerte, que en política no existen las victorias totales, ni tampoco las derrotas para siempre, serán siempre parciales. El enemigo vencido, supuestamente liquidado, fue capaz de levantarse y con nuevos bríos, con sentido de grandeza, construir y no esperar, el “milagro oaxaqueño”.
Nacido de las profundidades del deseo de los oaxaqueños, de la esperanza a flor de piel, de la conciencia colectiva, se esperaba que Gabino Cué Monteagudo fuese un líder que encabezara las viejas aspiraciones de justicia del pueblo oaxaqueño, aspiraciones que olían a rancio por tan antiguas.
Un líder que empezara por sí mismo, que enfrentara con decisión la realidad injusta de en que viven la mayoría de la población oaxaqueña, un líder que fuese capaz de imponer un proyecto verdadero de cambio cuantitativo y cualitativo. Un líder que fuese también guía moral ante millones de desvalidos. En fín, un líder capaz de sustraerse de la política de la próxima elección y más atento a las generaciones futuras de los oaxaqueños. Un líder de perspectiva, de horizonte lejano y no de la inmediatez, por más importante que fuese la necesidad.
Desde luego, se esperaba a un verdadero político, de grandes ideas y de sólidos principios. Lamentablemente este líder no apareció nunca en Gabino Cué Monteagudo, para desgracia de los oaxaqueños.
En su lugar, apareció un gobernador de proyectos pero de nula efectividad; un personaje que pronto le pesó dirigir al gobierno a buen puerto; un gobernador profundamente compatible al principio del “dejar hacer y dejar pasar”, un gobernador de la inmediatez, de la cotidianidad y del hábito; un hombre que la cabeza no logró ordenar y mandar a los brazos.
Un hombre, que al final, le fastidió el propio cargo. Esta ausencia de liderazgo explica mucho del estado de ruina en que acabó el gobierno de la Alianza, a pesar de que Gabino Cué Monteagudo haya afirmado que “Oaxaca si cambió y cumplió a cabalidad su compromiso de promover la paz y el desarrollo de Oaxaca, obedeciendo sin reserva alguna el mandato supremo del Pueblo”( Sexto Informe de Gobierno, 16 de nov. 2016).