Día 18. Genaro, víctima de la seguridad nacional de EU
Indicador Político
WASHINGTON, D.C. 5 de febrero de 2017.- Si bien ha sido más que obvio que Donald Trump es la cabeza de playa de un arribo del conservadurismo a las estructuras de poder de los EE.UU., lo que hay que diferenciar es qué tipo de corriente conservadora representa. A diferencia del neoconservadurismo que pulula en la política estadunidense, Trump representa más bien el pensamiento, los intereses y la agenda de la derecha tradicional histórica, la que fundó la nación.
El conservadurismo y su variante el neoconservadurismo siempre han existido, inclusive con tibias oposiciones a los avances de la agenda liberal. Sólo que el neoconservadurismo de los sesenta en adelante ha estado en función de la agenda de valores a defender en el escenario internacional: el modo de vida, no las ideas. En los sesenta el liberalismo modificó el rostro social de la nación con avances en derechos raciales, educativos, sexuales y de libertades, siempre con el apoyo de la Corte Suprema.
El neoconservadurismo en política exterior se estrenó con Dwight Eisenhower y la guerra de Corea como el inicio de la guerra fría, y lo hizo a partir de un consenso bipartidista: el comunismo en avance iba a destruir los valores americanos, fue la tesis central. El republicano Nixon llegó a la Casa Blanca en 1969 y su conservadurismo se desvió hacia un acercamiento a China y la URSS; a Reagan y Bush Sr. les tocó el fin de la Unión Soviética y a Bush Jr. se ahogó en la estrategia antiterrorista. En este largo periodo 1953-2017, más de medio siglo, los gobiernos liberales avanzaron más en reformas internas que en diplomacias de valores.
La agenda ideológica de Trump es conservadora en valores tradicionales internos, no en defensas de la libertad en el exterior. Sus iniciativas van a tratar de desmantelar algunas de las reformas sociales liberales en materia de derechos sexuales, libertades individuales y gasto social. Como empresario, Trump viene con la práctica del empresario que ha combatido contra el Estado, que no le gusta pagar impuestos para financiar beneficios sociales más allá de la salud familiar, como por ejemplo apoyos a abortos.
La agenda conservadora de Trump ve al Estado como un monstruo que afecta a la empresa para usar los impuestos en gasto social liberal, que usa los impuestos para sostener a una burocracia ya con existencia autónoma que trata mal al ciudadano que paga impuestos que se usan para pagar salarios a esa burocracia. Por eso dijo en su discurso de toma de posesión que la relación sería directa de la sociedad con el Estado.
El tema de conflicto es el gasto social para subsidios a agenda liberal. Y ahí logró Trump su mayor caudal de votos, toda vez que los sectores de la derecha tradicional de valores originales no tuvo opciones electorales porque el conservadurismo de Nixon, Reagan y Bush Jr. carecía de conexión con los intereses del estadunidense medio muy alejado de las zonas de poder, el norteamericano de condado.
La marcha de las mujeres del sábado 21 no fue por alguna decisión en concreto sino para medir fuerzas liberales contra el conservadurismo trumpista. Pero la diferencia fue obvia: la derecha tradicional en el poder va a decidir y los liberales salen a la calle a gritar. El propio Trump se los dijo, no sin ingenuidad: ¿por qué no votaron? O a lo mejor sí votaron pero fueron más los votos conservadores.
Los EE.UU. entraron a una lucha ideológica interna liberales-conservadores que podría romper el consenso básico del imperio.
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